Tertulín japonés
10 de Noviembre.- Ayer sólo salí de casa para ir a la cena sorpresa de cumpleaños de mi amigo A. que, por cierto, demostró estar en forma. A las cuatro de la tarde había aterrizado en Schwechat procedente de Japón, y a las seis y algo estaba cenando con nosotros. Un poco cansado, pero tan agudo (y vitriólico) como de costumbre.
Se sentó, como es normal, presidiendo la mesa (para eso era su cumpleaños) y entre plato y plato, nos preguntó ávidamente sobre lo que había pasado en el país en el tiempo que él había estado fuera (o sea, desde el fin de semana en que Haider se dio la piña que le facturó, Dios mediante, al parlamento celestial). En Japón, A. había leido solo periódicos ingleses, en los que se había informado, con la exaustividad de que sólo los británicos son capaces, sobre pelos, señales, amantes destrozados y viudas que llevan los cuernos con dignidad. También se comentó en la mesa la reacción que había tenido Dagmar Koller en el salón del Ayuntamiento de Viena en el que se velaba el cadáver de su marido, el doktor Helmut Zilk. Algunos asistentes encontraron que la Operetten Diva favorita del redactor de VD había cargado un pelín las tintas con el tema del duelo y el mascado de clínex (severo tailleur negro, velo, dos mozancones sujetándola por las axilas, trémula, frente al ataud). Se trajeron a colación las epopéyicas peleas que el muerto y la viva habían enido en lugares públicos cuando aún la guadaña no les había separado; e, incluso, se recordaron unas declaraciones de Zilk en las que admitía no haberle tocado un pelo de la ropa a su santa esposa en las dos últimas décadas (castidad que todos encontramos fuertecilla incluso tratándose de un matrimonio de abuelos vieneses, por muy operetten diva y muy exalcalde que fueran ella y él).
Yo salí en defensa de la artista y, si me hubiera alcanzado el alemán, hubiera añadido a mis argumentos aquella copla castiza de “ni contigo ni sin ti tienen mis penas remedio”. La señora de la casa terció:

-Yo creo que Dagmar Koller es un cuatro.

La miramos sorprendidos ¡Todos pensábamos que era por lo menos un setenta y tantos! Se explicó la gastgeberin diciendo que, según la autorizada opinión de la numerología, los cuatro son como mi abuela decía que era la gata Flora: esto es, que si se la meten chillan y si se la sacan lloran. Sostenía la anfitriona que el amor cobra muchas formas y que hay parejas que se tiran los trastos a la cabeza cuando están juntos, pero que sufren un síndrome de abstinencia de campeonato en cuanto se separan.
Los postres (tarta Sacher con coco, la preferida del homenajeado) se dedicaron a Japón.
A todos se nos puso cara de Ah! Y de Oh! Mientras A. explicaba cómo era ese parque temático del estrés hecho país. Que si nadie hablaba inglés, que si se había alimentado de arroz cocido con huevos duros (es vegetariano y en Japón la gente se lo come todo con pescado), que si japón era el paraiso de la tecnología...

-Me he comprado una camiseta para el fitness studio que te mantiene caliente en invierno, fresco en verano, que cuando sudas absorve la humedad y la expulsa al exterior manteniéndote seco. Me ha costado un riñón pero creo que me va a merecer la pena.

Y en otro momento:

-He visto coches unipersonales que ahorran energía y que son como insectos gigantes en los que va metida una persona.

También explicó que la limpieza es la neurosis nacional japonesa –contó el caso de un señor cuyo trabajo es sacar brillo a un kilométrico embellecedor de metal con un cepillo de dientes- y reflexionó que semejante nivel de vida sólo es posible mediante la presión brutal y cruel de la masa sobre el indivíduo, que sacrifica toda su felicidad en aras del progreso colectivo. Yo le pregunté si le había parecido que, con tecnología y todo, los japoneses eran felices.
Me tuvo que reconocer que no.

4 comentarios:

Alberto dijo...

Terrible país ese. Siempre encontr
é terrible el color plata-plástico con que venían todos los efectos eléctricos. Después de algunos años y conociendo historias de primera mano, encontré un sistema de castas increíble en el ámbito laboral y de cómo el jefe de una fabrica (o de una oficina, daba igual)ejercía un control, no sólo paternal sino dictatorial sobre todos.
Un saludote

Mrs Jones dijo...

Siempre me he preguntado lo de la felicidad japonesa. Porque uno piensa en todo ese estrés, en sus neurosis, etc. y no, claro que no pueden ser ni parecer felices así. Pero siempre me quedará la duda de si es eso realmente o si simplemente no sabemos reconocer una felicidad que intentamos medir sin abandonar nuestro filtro occidental...

JOAKO dijo...

Me ecanta tu crónica de una cena en la que me hubiera gustado estar, ¿de verdad siempre son así de interesantes vuestras reuniones?, a veces hecho de menos que lo aparentemente vanal vuele en las conversaciones con altos vuelos, y no como a veces en mis reuniones se arrastre con bajos fondos.

Paco Bernal dijo...

Hola a todos!
Gracias por vuestros comentarios.
A Alberto: la verdad es que no sé nada de Japón, salvo ese tipo de anécdotas que se cuentan en las sobremesas. Pero creo que no tiene que ser sana tanta presión sobre el indivíduo (no olvidemos que la presión la ejerce siempre alguien). En fin. Saludos también :-)
A Mrs. Jones: eso que dices es una cosa que a mí siempre se me ha pasado por la cabeza. Cuando yo digo que en X o en Y no se es feliz ¿Estaré diciendo lo mismo que mi abuela decía, que la gente no sabía comer porque no sabían qué era el chorizo? (no sé si me explico) Es inevitable considerar que lo que a uno le hace feliz tiene que hacer felices a otros. Y eso no siempre es así.
A Joako: hombre, la verdad es que la cena fue interesantísima y la conversación muy animada. Supongo que los que estábamos a la mesa ya teníamos -aparte de un par de copas de champán para lubricar la conversación- una cierta práctica en hablar juntos. La buena conversación es un deporte de equipo. Hablamos de muchísimas más cosas -que tampoco venía al caso contar en el post- pero la verdad es que estuvimos muy a gusto.
Saludos a los tres.