Una foto de las glosas emilianenses, uno de los testimonios más antiguos que se conservan de la existencia del idioma en el que escribo
Palabra artificial

13 de Febrero.- Amanece soleado así que decido empezar el día de la mejor forma posible: echándome unas risas con mi amigo M.. Marco. En su oficina, situada en un suntuoso edificio de la periferia de Madrid, suena el teléfono. M. deja la faena y sale corriendo al pasillo para comentar conmigo los últimos chascarrillos de la actualidad sin temor a ser fiscalizado por orejas indiscretas. A partir del momento en que aprieta la tecla verde de su móvil, la pantalla se divide en dos:

-Buenos día (hola, buenos día) – digo, y nos echamos a reir.

Me gusta hablar con M. porque es rápido, juguetón y domina la mecánica del chiste. Ese arte que consiste en darle al oyente dos unos para que, en su cabeza, sumen dos. Esto se puede hacer de muchas maneras y de ellas depende muchas veces que la amistad de dos personas cuaje.
Cuando M. y yo terminamos de hablar (al tiempo que el tranvía llega a Karlsplatz) me pongo a pensar en que una de las consecuencias que tiene emigrar es que el juego al que él y yo jugamos se vuelve cada vez más difícil, porque las referencias culturales compartidas (famoseo, canciones, cine) se van disolviendo con la distancia. Podría objetarse que esas afinidades deberían aparecer entre los españoles que viven aquí y habitan en el mismo "campo semántico", sin embargo, no siempre es así. Una de las cosas que comparten muchos españoles que conozco aquí (sobre todo si llevan viviendo en Austria muchos años) es esa: si uno lee en su conversación, en la superestructura de su conversación, como si dijéramos, resulta muy difícil encontrar según qué cosas. Con el tiempo, su idioma pierde sabor, profundidad expresiva, color. Es muy difícil para mí explicarlo (ni siquiera sé si es algo que noto sólo yo) pero lo que hablan suena como el español, tiene la estructura sintáctica del español pero, de alguna manera, es un idioma artificial que carece de la plasticidad de las lenguas vivas. Siempre que lo observo, el fenómeno me deja perplejo y también me lleva a intentar afinar para definir mejor con palabras lo que no es más que una sensación que, cuando me asalta, me resulta molesta, como esa rozadura en un zapato nuevo, de la que uno trata de olvidarse pero que, durante los primeros días de relación con un par nuevo, siempre está ahí. Por eso quizá es frecuente que, aquellos amigos españoles a los que veo más gerne sean gente que se gana la vida con el lenguaje y que, por lo mismo, se ven en la obligación de mantenerlo engrasado, funcionando, vivo. Digamos que, en el frío del alemán, ellos representan refrescantes puntos de calor.
No estoy seguro de si esta reflexión le interesará a alguien más que a mí, o de si alguno de los expatriados que me leen ha observado lo mismo. ¿Seré normal? En esto, como en otras cosas, seguramente no.

4 comentarios:

The Intercultural Kitchen dijo...

Paco, chapó, no sólo lo notas tú. Esa sensación la conozco muy bien.
Sin embargo (y a ver cómo te lo explico yo ahora), un día, eso que parece que pierde sabor o se difumina en tu propio idioma, empieza a aclararse y a tomar profundidad en el adoptado con nuevas referencias culturales, es mi sensación después de 14 años moviéndome por el alemán (aunque sea a tropezones). No sé si me explico. Un abrazo

Anónimo dijo...

Hola Paco:
Eso lo nota mucha gente. A mí marido le pasa mucho, bueno y a mi socia. Los dos son "gabachos" pero viven en Donosti... Así que cuando pasan a Francia los conocidos les dicen que hablan "antiguo". Y eso que estamos a pocos kilómetros y vemos la televisión francesa todo el día...Pero como en todo, el roce es el roce...
Y a mí me pasa que algunas palabras me salen en francés y no en castellano. Y mi pobre hijo mezcla el francés, el castellano y el euskera. ¡Toma ya! Habla del "equipiero" de Alonso, "pasame la servilleta" por la toalla.... Eso sí, los insultos en español.

tonicito dijo...

Yo también lo noto, es más, me lo escucho a mí mismo. A veces, en especial cuando vuelvo a España, o cuando recibimos visitas con las que hablamos español, escucho mis propias palabras y frases y me suenan, eso, extrañas. Como las frases en español que diría un guiri que pronunciara con apabullante perfección, pero que, de todos modos, se hacen raras a los oídos nativos.
Con el catalán no me pasa en absoluto, me imagino que por la práctica diaria de hablar con Mar. Pero en el español es algo innegable.
¡Un abrazo!
T.

Paco Bernal dijo...

Hola a todos y gracias por vuestros comentarios.
A Noema: a mí lo que me está pasando es que intento, conscientemente, absorver todas las referencias culturales autóctonas posibles. Me encanta comunicarme con la gente, y las conversaciones sobre el tiempo me aburren jajaja, así que, de algo hay que hablar. Te has explicado perfectamente. Muchas gracias por haberme quitado la sensación de soledad.
A María: es curioso, porque a mí lo que me pasa es que he aprendido conceptos en alemán que me cuesta mucho traducir en español. Expresiones como "sich melden" o "gemütlich" que tienen equivalentes, pero no tan completo...Y que con mis amigos españoles de Austria comparto, pero que en España no tienen sentido...Tu hijo, el hombre, va a crecer con una riqueza idiomática brutal. Ya verás lo mucho que le va a ayudar.
A Toni: era eso exactamente a lo que me refería, compañero. Por eso yo también procuro hablar con mi familia en España por lo menos una vez al día, para conservar la práctica y la fluidez, el calor.
Un abrazo también, cuidaros mucho.