Piltrafillas sin estudios

26 de Enero.- Hoy, mientras esperaba el tranvía, una señora que, inexplicablemente, llevaba una bolsa de plástico en la mano a modo de guante, al pasar frente a ella en mi paseo por el andén, me ha llamado asesino.
La verdad es que no se lo he tomado en cuenta porque he comprobado que, al pasar frente a ella otra anciana de su misma edad, tamién la ha llamado asesina. La señora interpelada, austríaca ella hasta las últimas consecuencias, ni se ha inmutado, las cosas como son.
Aunque he empezado a enfadarme un poco cuando la del guante de plástico (era una bolsa de estas de recoger las caquillas de los perros) se ha subido a mi mismo tranvía y ha empezado a hablar en voz muy alta a propósito de lo civilizado que es Moscú en comparación con Chechenia. Y es que en Austria, señoras y señores, hasta los locos tienen una conversación culta. Hay que fuck yourself, que dijo el castizo.
Yo, personalmente, no tengo nada en contra de que los locos tengan opiniones (de hecho, la mayoría de nuestros políticos gozan de un estado mental más o menos lamentable y lanzan sus opiniones a diestro y siniestro) pero es que esta señora las emitía en un tono de voz que, si bien en España sería el estándar, resultaba pelín alto para una soleada mañana vienesa en la que la nieve (a Dios gracias) ya se ha derretido.
Y es que yo, queridos lectores y lectoras que formáis legión, lo sé, aprovecho mi trayecto de algo más de un cuarto de hora en tranvía para seguir progresando en la lengua de Goethe, a base de leer el libro que me compré el otro día en una librería del Graben. Dicho libro se llama Mr. Hitchcock, Wie haben Sie das gemacht? Y fue escrito en su momento, por el cineasta francés François Truffaut . Es un libro que me gusta mucho y cuya versión española debió perderseme (cosas de la vida) en uno de esos traslados que he hecho últimamente. Pero (y aquí enlazo con la pobre señora que añoraba las delicias de Moscú como capital de la educación y el decoro) para dicha lectura –que progresa muy lentamente debido a mis carencias idiomáticas- yo necesito un poquito de silencio. Y la verdad, una señora que, a poco que te descuidas, te llama asesino, pues no aporta el mejor clima.

Por suerte, se ha bajado pronto.

Ayer estuve en un gimnasio (de ahí el título) de cerca de mi casa.

Resulta que mi amigo R. Nos dio a M. y a mí un gutschein (o sea, un vale) para que disfrutásemos por un día de los servicios de un gimnasio de la cadena John Harris (iñoro, con mi más profunda iñorancia, si esta cadena también está en España). La última vez que gozamos de un gutschein semejante yo salí un poco deprimido, las cosas como son. Porque fue en un gimnasio superlujoso que está cerca de la Millenium City (asiento de la ONU y sus agencias dependientes) y claro, la gente que estaba haciendo los ejercicios era como para sacarlos en una revista. Músculos por todas partes que amenazaban con reventar de salud sus ropas de lycra de la mejor calidad. Todos tenían pinta como de “yo uso las camisetas de Nike sólo una vez, luego, las dono a un orfanato”. Asimismo, lo tenían todo rubio: pelo rubio, ojos rubios, dientes rubios...Y claro, uno, con sus pantaloncillos y sus brazos de persona normal, pues se sintió ¿El qué, distinguido público? Pues eso: una piltrafilla sin estudios.

Por suerte, el gimnasio de John Harris estaba poblado por personas humanas de desarrollo muscular más normal (o sea, un desarrollo en el que no habían colaborado los asteroides, como en el caso del novio de Ana Obregón –leí esto de los asteroides ayer y me despajaritaba-). Hablando de esto del desarrollo muscular, quisiera dejar aquí una reflexión hecha: frecuento los gimnasios desde mis primeros veinte (al principio, sólo por resultar más atractivo sexualmente, las cosas como son, aunque luego ya me reformé y lo hice por salud) y recuerdo que, al principio, los chicos en los vestuarios nos desnudábamos con mucha desinhibición. O sea, como que nos daba igual que nuestro cuerpo no fuera una cosa como de calendario. Sin encambio (que dijo el clásico) conforme me voy haciendo mayor, me doy cuenta de que, de un tiempo a esta parte, mis compañeros de vestuario se desvisten como con vergüenza. Y es como si nos sintiéramos en la obligación de tener cada bíceps en su sitio, como si dijéramos, y a al comprobar que eso es imposible para el noventa por ciento de la población, nos diese vergüenza. Uno que, por razones profesionales, ha estado en contacto con el famoserío, sabe que es mentira cochina que Claudia Schiffer esté así, como dice ella, porque sólo come lechuga y nada más que bebe agua. Seguro que de cerca, Claudia Schiffer es una chica que tiene la piel hecha polvo por años de maquillaje (como Paula Vázquez). También puedo afirmar, porque lo han visto estos ojitos que algún día se tienen que comer los gusanitos del campo, que Van Damme es un señor pequeñito pequeñito (o sea, que es bajito), que Jesús Vázquez es cabezón (o sea, que está desproporcionado), que Ana Rosa Quintana es una mujer de caderas contundentes (o sea, más bien rellenita). Podría seguir con más ejemplos, pero no lo haré porque tampoco es cosa de destripar el glamour.
Resumiendo, que viva la belleza natural, que las gentes envejecemos y las cosas se nos caen y que hay personas que son mucho más interesantes a los treinta que a los veinte (yo vivo con esa esperanza, a ver si a base de repetirlo, el mantra se cumple).
Para terminar, decir que las dos fotos que he dejado son: a) la estación de metro donde me bajo todos los días (este flickr es un milagro) y una calle cerca de mi trabajo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Como dice el 'decido': "Cada loco, con su tema". La verdad es que ya he echado las primeras carcajadas del día al leer tus aventuras vienesas con una mujer de guante de plástico que increpa a todo bicho que se cruza en su camino. En cuanto a lo de los gimnasios, no tengo mucha experiencia en ellos (más bien no tengo ninguna) pero tienes razón en eso de hacerse mayor con dignidad. Las hay como Ana UBREgón que se empeñan en ser veinteañeras toda la vida, cuando lo cierto es que hacerse mayor no está reñido con la belleza bien llevada. Pues eso, que coincido contigo: la belleza no es más que algo transitorio. Algún día, se terminará. Incluso para esos rubitos molones que lo tenían to'oo rubio que te encontraste en el primer gimnasio.
Good morning, my friend!