Wall Drawings de Sol LeWitt; foto: 20 minutos


Retrato de Supermujer con Superlujo al fondo


10 de Abril.- En Austria, como en algunas partes de España, el lunes de pascua es festivo. Aprovechamos la ocasión, C. y yo, para acudir a la invitación de nuestra amiga S.
Vive en una casa algo alejada del centro, en un barrio tranquilo que, a las dos y media de la tarde, se despereza lentamente después de la comida, y parece habitado solamente por chavales que juegan desganadamente a la pelota y ancianas que avanzan como tortuguillas por las tiras de cemento que rodean cuadrados de lujuriante cesped verde.
Nos recibe S. en su casa luminosa situada en un bloque nuevo de viviendas, con la decoración hermosa, fragante y correcta que resulta de combinar los muebles del IKEA con las ideas de una persona sensible a la que, me da la sensación, le cuesta creer en su sensibilidad.
Al verla en la puerta, los ojos grandes, la amplia sonrisa, me viene a la mente el piso en el que la conocí, en Längenfeldgasse. Un piso que compartía con una china huraña (y de lo más cochina) y con una iraní de corazón de oro. Aquella cocina en la que ninguna silla era compañera de las otras, y en la que el frigorífico estaba pintado con manchas blancas y negras, como de vaca, para hacerlo todo más acogedor.
Siguiendo la costumbre que ya hemos adoptado, C. y yo, al pasar al piso, nos quitamos los zapatos. Por las ventanas abiertas entra el frufrú de un olmo grande que hay en el patio, y las risas de unos vecinos jóvenes que se toman unas cervezas soleadas dos terrazas más allá.
Alabo su casa y entonces, S. se pone seria para decirme:
-Paco, es que ahora vivo en el superlujo. Es que a veces, no me lo creo.
Me lo dice como si se sintiera culpable de vivir en una casa bonita, con un novio que la quiere y un trabajo que, aunque la hace madrugar a horas inhumanas, le gusta.
S. se desvive por atendernos bien, y nos ofrece de todo lo que tiene en la despensa. Se disculpa por no comer:
-Yo es que estoy a dieta.
C. y yo, le decimos que no tiene por qué, que coma, que se está quedando en los huesos. Y entonces ella se queja de su barriga y de sus piernas (perfectas, por otra parte) y nos comenta que, aprovechando que ha estado en Croacia con sus suegros haciendo una semana de meditación, se ha comprado un libro para moldear estas partes de su cuerpo que la tienen insatisfecha.
Picamos algo en la terraza y bebemos un chupito de licor de Hollunder.
-Paco, ¿Qué es el cardiotraining?
-Pues son todos los deportes que ponen a funcionar el corazón. Correr y nadar, básicamente.
-Es que en el libro este que me he comprado, si te quieres hacer un plan, ¿Sabes? Pues pone tal día esto y lo otro y, al día siguiente, cardiotraining.
Mientras picoteamos queso con mozarella y tomates cherry –todo sabrosamente regado de ese nectar de los dioses que es el buen aceite de oliva-, S. nos cuenta de su curso intensivo de meditación, de sus preguntas a la maestra del curso. Sus ojos azules y grandes tratan de devorar nuestros comentarios, quizá queriendo encontrar una respuesta a todas sus preguntas. Un poco desalentada, nos comenta que la maestra del curso le ha contado que en alcanzar lo que ella busca –la paz: lo que todos buscamos- se tarda toda la vida. Que es un proceso constante de aprendizaje.

Según ella la describe, puedo ver la imagen de una profesora de técnicas de meditación y respiración un tanto desorientada y una mujer de ojos azules y mirada vivaz pidiéndole respuestas. Puedo ver lo mal que la mujer de ojos azules acepta la negativa de la otra, las informaciones difusas. S. está deseando ponerse a aprender, y la profesora le habla de pájaros y flores.
Delante de una taza de café y de unos bombones Mercy la conversación se vuelve más fructífera y profunda. Hablamos de la necesidad de quererse a uno mismo con ese extraño equilibrio que supone el tenerse un afecto crítico. Hablamos de la necesidad de saber defenderse de los comentarios de los que nos acompañan en el viaje. Hablamos de la necesidad de simplificar, de examinar nuestros propios actos y los de los demás tratando de darles el peso y la importancia justa.
En un momento dado, llega M., el novio ausente, acompañado por su hermano, la conversación vuelve al alemán primigenio y a temas sujetos a la tierra.
En el alféizar de la ventana, cautiva en su mundo transparente, una planta de acuario se mueve dulcemente jugando con el sol.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola paco!que mis ojos son verdes no azules!pero es igual asi se conserva mejor el anonimato!muy bonito yo si que creo que eres un buen escritor!