
Niños jugando en algún lugar de Asia. Fuente: 20 minutos
Modestia Aparte
13 de Abril.- he empezado este día especial yendo al Instituto Cervantes, sito en el corazón de Viena, para devolver unos cuantos libros que tenía prestados desde hace la intemerata. Los he cambiado por un par de flines o pinículas (Almodóvar y Buñuel) y por un libro de Vázquez-Montalbán, de los pocos a los que aún no he hincado el diente. Conforme estaba realizando las operaciones prestatarias, Rafa -el bibliotecario, una institución entre la colonia hispánica y latinoamericana- me ha informado de que el libro que doné a esa institución el año pasado (apenas un pequeño volumen con un cuento) ya estaba catalogado y a disposición de todos los usuarios internautas. Y aunque el libro es canijo, pues la verdad: me ha hecho ilusión y por eso lo digo.
El año pasado quedé finalista del XX Premio Max Aub de Relato Corto con el ídem "Un viaje a Itaca".
Como mi vida es un valle de lágrimas, no gané un sólo jEuro, pero sí una edición coqueta a cargo de esta institución que combina el prestigio intelectual con un exquisito trato personal y una cabeza de bronce del famoso Max Aub, apta para todo tipo de labores de contrapeso.
Doné uno de estos libritos (así como uno de los del ganador del certámen) a la Biblioteca del Instituto Cervantes, porque me apetecía pagar, de alguna manera, los gratísimos momentos que sus fondos me habían dado en algunas horas bajas en esta ciudad.
No creo que cometa ninguna infracción publicando el relato por partes en este blog. El premio me hizo el doble de ilusión porque son los propios ciudadanos de Segorbe (ciudad cultísima) los que tienen la paciencia de leerse los 1200 cuentos que llegan un año con otro, y realizar la criba hasta dejarlos en diez. Todo el pueblo se vuelca con el concurso y es un placer para los escritores y para los lectores poder debatir tal o cual circunstancia de tu relato.
En fin, ahí va la primera parte de "Un viaje a Itaca".
Espero que os guste.
UN VIAJE A ITACA
SÓLO LOS MUCHOS AÑOS DE EXPERIENCIA evitaron que el detective demostrase el hondo placer que sintió al ver a su visitante.
Desde el principio, se dio cuenta de que se encontraba ante alguien excepcional. Y no sólo en el aspecto antropométrico (la belleza de su cliente resultaba de lo más obvia) sino por una extraña y delicada pureza, sin rastro de cursilería, que emanaba del joven sentado frente a él.
En otras circunstancias, Daniel Zurano hubiera iniciado el abordaje sin pensárselo dos veces, pero en esta ocasión su instinto le dijo que sus esfuerzos no iban a contar con una acogida propicia. Así pues, se dispuso a escuchar al llamado Alejandro con toda la pureza de intenciones que fue capaz de reunir. Una vez que este hubo expuesto la razón de su visita (la desaparición de una persona de su entorno) el joven se quedó callado, como dudando seriamente si levantarse y marcharse. El detective aprovechó su mutismo para seguir disfrutando de la belleza de las vistas, lo cual, a pesar de que fue hecho de manera muy discreta, hizo enrojecer al joven. Aún así, mantuvo el aplomo demostrando un dominio de sí mismo que sólo le hizo ganar puntos ante el detective.
Por fin, decidió Zurano intervenir para provocar la continuación del relato de su visitante:
-Me ayudaría mucho si me contase con cierto detalle la relación que le une al señor Fisac.
-José Fisac es mi padre...Mi padre espiritual.
El detective encajó su asombro enarcando las cejas visiblemente. El joven continuó como si no se hubiese dado cuenta:
-Conocí al padre Fisac en la universidad. En el año noventa y nueve. Coincidimos en un curso de Historia del Pensamiento Económico. Desde muy joven yo creí...Que tenía vocación religiosa. Por aquella época casi estaba decidido a comunicárselo a mis padres . Le pedí al padre Fisac su opinión de sacerdote. Le conté que me atormentaba la idea de disgustar a mi padre y que temía que mi vocación no fuese suficientemente sólida. Fisac me sugirió que me tomase tiempo pero, mientras tanto, me descubrió alternativas al sacerdocio que yo antes no había sospechado siquiera. Me enseñó que los cristianos de base podemos hacer cosas para cambiar el mundo con...Con nuestro ejemplo, ¿Me entiende usted?
Zurano estaba pensando en una abuela que, no contenta con toda su prole, decidía aumentar la tasa de natalidad, pero el entusiasmo del joven –tan sincero y tan antiguo al mismo tiempo- le impulsó a contestar con tacto:
-Confieso que todo esto me resulta un poco ajeno, pero creo que sí, que le sigo bastante.
El joven, al parecer reconfortado, continuó:
-Conocer a Fisac fue una experiencia que apenas puedo describir con palabras. Porque él ya había formado un grupo. Un pequeño grupo de gente como yo. Sin tardar mucho, formamos una asociación en la universidad –el detective no se atrevió ni a preguntar el nombre- nos dieron un pequeño cuarto, en un sótano. Nos reuníamos allí para rezar, para hablar. Estábamos convencidos de estar participando en algo que, si Dios quería, podía ser la semilla de un fenómeno que cambiase el mundo. Cuando había algún problema, rezábamos e, inmediatamente, sentíamos la presencia de Dios.
-Qué suerte –murmuró Zurano, pero el joven pareció no oírle.
-Cuando terminamos nuestros estudios nos planteamos formar una comunidad de vida perfecta bajo la dirección del Padre Fisac y, con el permiso eclesiástico, hicimos voto de obediencia, pobreza y castidad. Entregábamos todo lo que ganábamos a la comunidad...
-O sea, al padre Fisac.
-Sí, claro. Es que él administraba nuestros bienes y los repartía según nuestras necesidades.
-Ya veo.
-No piense usted mal. Después de su desaparición la caja estaba intacta. Todos tenemos llave. Podíamos comprobarlo en cualquier momento.
-Perdón por haber dudado, pero dadas las circunstancias...
El joven, muy serio, sólo dijo:
-El padre nunca...No hubiera sido capaz.
1 comentario:
Muy entretenido. Estoy esperando leer la siguiente entrega.
Pablo
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