UN VIAJE A ITACA (2a Parte)
TRAS ESTA ENTREVISTA, DANIEL ZURANO sacó dos conclusiones: primera, que Alejandro era un bendito que, de momento, había sorteado con éxito la prueba de pasar por el mundo sin mancharse; y segunda, que cuando fuera un poco más mayor quería encontrar un bendito semejante –y a ser posible igual de guapo- para corromperle un poco.
“Sólo lo justo”.
Así mismo, el detective sintió, en algún lugar de su interior, una punzada que le indicó una ausencia: la de su capacidad de creer en algo o en alguien con el mismo fervor que el joven catecúmeno había exhibido con tanta naturalidad.
“Serán los años”, se dijo, pero ni siquiera este pensamiento tranquilizador hizo que la molesta sensación desapareciese.
En cuanto al caso, poca cosa. Recapitulando: José Fisac, sacerdote sesentón con complejo de Moisés, se había evaporado de su residencia habitual, sita en la calle Príncipe de Vergara, hacía una semana. La única pista, si es que podía llamársele así, era un versículo de la Biblia. La extraña comunidad pastoreada por Fisac tenía la costumbre de reflexionar cada noche sobre un pasaje bíblico. Para el día de su desaparición, el sacerdote había propuesto el siguiente versículo del Evangelio según San Mateo:
“Después de partir ellos, un ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto, y quédate allí hasta que yo te avise. Porque Herodes se pondrá a buscar al niño para matarlo”.
El versículo resultaba de lo más inquietante pero, desgraciadamente, no arrojaba ninguna luz sobre el paradero de Fisac.
Una visita al piso de Príncipe de Vergara bastó para que el detective se convenciera de que aquella comunidad religiosa necesitaba urgentemente los servicios de un estilista. Su alma de amante de las causas perdidas se enterneció más de lo que hubiera estado dispuesto a admitir al sentir sobre sí las miradas ansiosas de aquellos siete enanitos que habían perdido a su blancanieves con sotana. Tras una evaluación somera, convino consigo mismo en que al único que le apetecía corromper un poco era al que le había encargado el caso. El resto eran modelos descatalogados. Como sacados de un casting para la enésima parte de “La rebelión de los novatos”. Vaqueros abolsados en las rodillas, camisas baratas de los colores que se consideraban “varoniles” en época de Franco –blanco y azulito celeste- de vez en cuando, una concesión a la frivolidad en algún polo color granate, y por lo demás...Nada que mereciese un segundo visazo.
Una inspección a las cosas de Fisac y a su habitación (la única individual) le llevó a pensar que lo que valía para la ropa de los enanitos, era válido también para la decoración de la alcoba de Blancanieves, tan impersonal como la de todos los pisos de alquiler. Un clergyman impoluto sobre la cama y la fotografía de un papa muerto recortada de un suplemento dominical, eran las únicas notas personales de aquel cuarto.
El detective intentó captar en la cama monacal y en los muebles desvencijados algo de la magia que sus discípulos veían en Fisac.
No lo consiguió.
Las miradas ansiosas de los siete enanitos le persiguieron, como un solo par de ojos, a lo largo de todo el pasillo de la vivienda, y le acompañaron hasta la puerta de la calle. Al llegar, sólo la voz de Alejandro, convertido tácitamente en portavoz del grupo, se atrevió a concretar lo que todos pensaban:
-¿Cree que le encontrará?
El detective se las arregló para dibujar en su cara una sonrisa que no le comprometiese a nada, se encogió de hombros, se despidió, y llamó al ascensor.


CUANDO LLEGÓ A CASA, IGNORÓ EL MENSAJE QUE LE AGUARDABA en el contestador (al fin y al cabo, se dijo, bastante tenía con coquetear con la Santa Madre Iglesia) y decidió sumergir toda su frustración en un baño caliente que le desatascase las ideas. Mientras disfrutaba la sensación de ser una isla rodeada de calientes aguas tropicales, le vino a la cabeza que la situación no dejaba de tener su gracia.
¿Qué hubieran pensado el inocente corderito y sus seis amigos, si les hubiera hecho un resumen de lo que tenían en común? También Zurano se había dado cuenta una vez de que era distinto. También supo que su vida estaría marcada por un destino diferente. Tuvo la tentación también de revelarle a sus padres un secreto que había guardado durante largo tiempo. Sólo que Alejandro, el inocente guerrillero de Cristo, luchaba por la (más que dudosa) salvación de este mundo y la felicidad prometida para el siguiente, mientras que él...
La sensación de incomodidad volvió al espacio mental de Zurano, y esta vez ni siquiera pudo calmarle el calor que le rodeaba. Se enfadó consigo mismo, como el idiota que se sorprende de haber caído dos veces en una trampa demasiado evidente. Luego, sumergió la cabeza en el agua caliente aromatizada y no la sacó hasta que intuyó un principio de asfixia.

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