Dos mujeres turcas paseando esta tarde cerca de Millenium Tower


Relaciones Austro-turcas

4 de Junio.- Mi nuevo compañero H. es turco y, aunque él no lo sabe (aún) también es el vivo retrato de un amigo mío español.
H. es un buen musulmán sonriente que, mediada la veintena, lleva ya un par de años casado con una chica que tiene un bonito nombre árabe.
Tras unos días de mutuo tanteo, y animados por nuestras similares circunstancias (el engorroso empeño de descifrar una máquina dificilmente descifrable), hemos llegado a tener una relación cordial que yo he aprovecharlo parar saber más cosas de cómo los turcos ven la vida y, más concretamente, de como la ven los turcos que viven en Austria.
Antes de decir lo que H. piensa sobre el tema, diré que la cuestión turca preocupa mucho a la sociedad austríaca (particularmente a los partidarios de Strache y sus boys). También decir que los austríacos piensan que los turcos no tienen excesivo interés en integrarse, porque conservan una pertinaz impermeabilidad a los modos de vida occidentales. Las mujeres turcas se visten a la musulmana y, sobre todo las más mayores, ofrecen un perfil que les hubiera encantado a nuestras abuelas y no parecen tener muchas oportunidades en el aspecto laboral.
En el curso de nuestra conversación, surge uno de esos eufemismos algo crueles con los que los austríacos tapan aquellas realidades que no les gustan. Se trata de gastarbeiter, es decir, algo así como trabajador invitado. Los invitados (ya desde la palabra se deduce que su situación es transitoria) son la fuerza de trabajo que Austria importa para cubrir aquellos puestos que los nacionales rehúsan.
El prototipo de gastarbeiter es un indivíduo de maneras algo toscas que, a pesar de haber vivido años y años en Austria, es incapaz de decir dos palabras de alemán y (siempre según el imaginario colectivo austríaco) se dedica a colapsar el sistema de bienestar a base de hacer pertinaces esfuerzos por no integrarse.
Dado todo lo que antecede, es fácil suponer que a mí me interesaba mucho la opinión de H., al objeto de completar un cuadro que, como todas las generalizaciones, me parecía parcial. Así se lo dije a él que me ofreció, de antemano, toda la ayuda que yo pudiese necesitar para llevar a buen término mi propósito.
Una vez fijado el marco, le pregunté directamente si pensaba que los austríacos eran racistas. Tras ponerse serio, me dijo que él pensaba que sí. A pesar de no tener aspecto de turco al uso (en Valencia sería un valenciano más) me cuenta que ha tenido que sufrir algunos incidentes. Por ejemplo, que una mujer abordó a su novia anterior (una austríaca) en un medio de transporte público y le conminó a dejarle. O también el caso de una profesora que le llamó en la escuela "conductor de camellos". Yo le contesto que idiotas hay en todas partes y le pregunto, con cuidado, por otras cuestiones candentes. Por ejemplo, por la situación de las mujeres, o por la negativa de ciertos padres de enseñar alemán a sus hijos pequeños. Me dice que entre los turcos, como en todas partes, hay de todo. Extremistas que tapan a sus mujeres en contra de su voluntad (él está de acuerdo con el uso de las vestimentas pudorosas, pero no de los velos y otros artilugios y, para demostrármelo, me cita el Corán) y musulmanes que se toman la religión demasiado en serio. Él me dice que no come cerdo, pero que, sin embargo, bebe alcohol.
-También hay vegetarianos -le digo yo. Y a él esta contestación le satisface.
Me dice sin embargo cosas sorprendentes y que desmienten, a mi modo de ver, esta imagen de apertura y flexibilidad y convivencia pacífica que quiere dejarme. Por ejemplo, que él a pesar de haber nacido en Austria, crecido aquí, y estudiado aquí, se siente más turco que austríaco. Cosa que me deja perplejo. Me comenta que en Turquía se siente como en casa, y que Austria es para él un país extraño, un territorio ajeno y, por qué no decirlo, un tanto hostil.También me dice que la tercera ciudad de Turquía por población es Berlín. Millón y medio. Y yo la flipo cuando me da la lista de primos y tíos que viven en diferentes paises europeos.
Jopelines. No me extraña que queden siempre tan bien en el festival de Eurovisión.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya, Paco. Me has metido un poco de miedo con eso del racismo austríaco. Pero bueno, de todas formas yo creo que Austria no es más racista que España o cualquier otro país, ¿no? En cuanto a lo que comentas de la mano de obra que importan para hacer el trabajo que los nacionales no quieren hacer, supongo que deber ser un poco igual que en España, aunque hay gente para todo en esta vida. Por cierto, que en lo referente a este tema haré un pequeño inciso y citaré al molón (sí, ya, bueno) el cual es un defensor a ultranza de la aceptación por parte de los autóctonos de todas aquellas personas que vengan de fuera a ganarse el pan, además de odiar el desprecio con el muchas veces se los trata. [Ya lo digo yo: es un querubín]Pues nada, tendré que alojarme en su casa. =P Un beso Paco (y genial post este de hoy).

Marona dijo...

Hola! Yo también soy una española que vive en Austria, más concretamente en Salzburg. Me ha encantado tu post de hoy. De hecho, ayer descubrí tu blog. Creo que ese amigo turco tiene toda la razón. Yo he vivido en mis propias carnes reacciones totalmente racistas, porque se pensaban que "era turca o yugoslava". Y realmente es para tener miedo a algunos individuos políticos que corren por aquí. En España somos más de boquilla y quejarnos mucho, a mi me asusta que aquí son más de hechos.
¡Me encanta tu blog!
Saludos!

Anónimo dijo...

Varios días sin intervenir en tu blog. Hoy, sin embargo, creo que tengo la obligación de hacerlo. Escribes sobre un tema delicado, que siempre se trata con el aderezo necesario de hipocresía, ignorancia y «buenismo». Creo que el punto de partida es erróneo: se denomina racismo a lo que debería llamarse xenofobia; suponiendo que ésta exista, claro está. Desde hace un trienio yo también vivo en Viena y mi experiencia no puede ser más positiva: todos me han tratado muy bien. Nunca he percibido miradas soslayadas llenas de desconfianza; jamás me he sentido menospreciado; todos se han mostrado tolerantes y agradecidos con mis carencias lingüísticas o con mis esfuerzos por mejorar el idioma. Calificar de forma tan alegre, como hacéis vosotros, a la sociedad austriaca de racista me parece algo temerario o un pensamiento pleno de prejuicios. No creo que mi físico o mis magras cualidades sean las responsables de que los austriacos me acojan con tanta amabilidad, sino que, quizá, todo se reduce a que yo soy consciente de que vivo en un país que no es el mío y en el que he hecho todo lo posible por integrarme en él: no pido la construcción de una plaza de toros en la Heldenplatz; no critico que el pan se cobre por separado en un restaurante; y no desprecio a un camarero cuando no sabe lo que es un carajillo. El truco no es la queja perpetua sino la predisposición, y en ése tema, tanto los turcos como otras poblaciones de allende la civilización europea, demuestran una tremenda orfandad. Soy consciente de los mil y un peligros que encierra generalizar sobre un tema, pero, a pesar de honrosas excepciones, la mayoría de turcos o musulmanes no demuestran ninguna vocación por integrarse. Sus valores, pensamientos y forma de vida chocan de pleno con nuestras sociedades. Entiendo que ellos provienen de culturas prehistóricas, oscurantistas, discriminatorias y crueles. Además, como si con todo lo anterior no fuera suficiente, utilizan la doblez y el cinismo para vendernos un producto defectuoso. Las palabras de tu compañero de trabajo me han resultado elocuentes: «de acuerdo con el uso de vestimentas pudorosas». ¿En qué extraño derecho se arroga él para decidir lo que es pudoroso o indecente?, ¿Alá, Mahoma y el Corán le iluminan para erigirse en juez y parte? Si algo valoro de nuestras sociedades es que cada uno puedo vestirse en función de su gusto, o mal gusto; poder adquisitivo y necesidades. Se empieza por decidir qué puedes vestir, luego qué debes pensar, y terminas convertido en una momia ambulante, que debe ocultar sus pensamientos y creencias detrás de un velo. Lo lamento, pero yo no quiero para mi hija un mundo de esas características. Aquí sólo escribo sobre algo tan cotidiano, aunque no exento de simbología e idiosincrasia, como es el vestuario; pero existen otros temas, que por nuestra debilidad se les consiente, que no merecen ni un mínimo de comprensión o tolerancia, ya que erosionan de forma grave algo tan necesario como es la convivencia y el respeto por otras personas. En el último curso de alemán que realicé, uno de mis compañeros — musulmán bosnio— lanzó una soflama en plena clase contra los homosexuales. El nivel de bestialidad, odio y desprecio que sus palabras rezumaban nunca lo había oído en mi vida. ¿Aporta algo a nuestra sociedad un esperpento humano como ése? Yo creo que no. La sociedad austriaca no es xenófoba, lo que ocurre es que ya ha perdido el miedo a expresar sus opiniones y demuestra el hartazgo de «tener que tragar con todo» durante muchos años. Así y todo, creo que la solución es sencilla: si a alguien tanto le cuesta adaptarse, lo mejor es que se quede en su casa. Es el «invitado» el que debe adecuar sus costumbres a las del anfitrión, no a la inversa. Respecto a otro punto que mencionas, el colapso del sistema social, te propongo un experimento: visita el AKA y escucha los nombres que se mencionan, llegarás a las mismas conclusiones que yo: toca revisión a todos los hinchas de los equipos de fútbol yugoeslavos; se realiza la revisión médica laboral a todos los extras que participaron en El expreso de medianoche; y los austriacos gozan de una salud de hierro que les permite no tener que acudir al hospital. Los famosos guetos, que siempre mencionan como acusación los que son incapaces de adaptarse, no los crean nuestras sociedades, sino los mismo emigrantes, que ante el esfuerzo que deben realizar para adaptarse prefieren crear un entorno ficticio que les resulta familiar y les permite mantener sus tribales costumbres. Yo también tengo amigos turcos, algunos tú los conoces, y ellos no tienen ningún problema. ¿Cuál es el motivo? Muy sencillo: su inteligencia, predisposición, cultura y comprensión: ellos sí tienen mucho que aportar, pero otros nada. Asimismo, también podría mencionar casos de amigos austriacos que han sido despreciados e insultados, cuando no agredidos, por turcos: ¡en su propio país! No mencionaré el incremento de la tasa de criminalidad en Austria y de población reclusa, así como las nacionalidades de los que disfrutan de solaces horas en un presidio austriaco, porque no es el objeto de este escrito; pero todo ello entronca con los cambios, evolución y desconfianza que una sociedad demuestra.
Saludos y perdona la extensión.

Paco Bernal dijo...

Por partes: tengo que decir que, al igual que el pobre mi experiencia ha sido POSITIVÍSIMA. En ningún momento me he sentido menospreciado o insultado, y todo el mundo me ha tratado de una manera fenomenal. Precisamente, quedé con un español el otro día que, ante mis esfuerzos por explicarle que estaba en un país extranjero y que tenía que hacer lo posible por integrarse (lo cual no significa olvidarse de las particularidades de uno como español) me miraba como un marciano que hubiese bajado a la tierra.
También tengo que decir que el post era para hablar de cómo los austríacos se llevan con los turcos. Precisamente el pobre y yo tenemos una experiencia en ese aspecto que habla bastante en favor de los austríacos y que, como pertenece a la vida de terceros, no se puede contar.
De todas maneras, ahora no tengo tiempo (estoy desayunando y me tengo que ir a trabajar) de entrar en más profundidades. Creo que este post exige un comentario más extenso que haré en futuras entradas.
En cualquier caso, muchas gracias por los comentarios que habéis dejado y por vuestras opiniones.
Un saludo.

Marona dijo...

Siento que mi comentario no haya sido comprendido del todo. Yo no estoy acusando a la sociedad austríaca de ser racista. Yo digo que he tenido experiencias desagradables (sobretodo a la hora de buscar trabajo). Desde luego, hay muchísima gente que me trata de maravilla. Pero también hay gente que no me ha tratado bien, pero no por el hecho de ser extranjera, sino por el hecho de que se pensaban que era turca o yugoslava Eso me entristece y me asusta.
Saludos!

Anónimo dijo...

Marona: no te m'espantis ni demanis disculpas, dona: No passa res! Jo només deia la meva opinió. Aquí estem entre amics. Fixat: El Paco es nascut a Madrid, però entén i parla el català. A més, el catalans, els barcelonins en concret, varen lluitar contra el turcs en l'ultim setge, en 1683.
4000 soldats de Barcelona van vindre a defensà la ciutat. En el museu de la ciutat, encara està la bandera de Barcelona que portaven.
Por cierto, Paco, un escrito de estas características de vez en cuando anima el cotarro. ¡jajajajaja!
Tengo algunos problemas de archivo con el envío diario: confío en que hoy o mañana podré solventarlos.
Petons i abraçadas per a tots.