Cosas que hacen que la vida valga la pena
Feliz hallazgo y virtud/del arte medicinal,/¡hacer que de injerto mal/brote la misma salud!
Hola Ainara:
Me cuenta tu abuela que, mientras escribo esto, te encuentras en el médico debido a tus cólicos de lactante. Puedo imaginarte en el fondo del cochecito, rodeada por otros vehículos semejantes, en medio del tenderete perfumado y multicolor que siempre acompaña a los bebés. Espero que, al palparte la tripilla, el doctor tenga las manos más calentitas que aquel Don Artermio de mi infancia, o que aquel Don Raúl, cubano, que siempre nos diagnosticaba problemas de crecimiento y nos recetaba jarabe de calcio cuando tu abuela le contaba que nos dolían las articulaciones.
Este Don Raúl tenía una esposa que, como muchas mujeres en edad de ser abuelas, estaba completamente enamorada de tu padre.
Supongo que, a la altura de empezar a visitar a ese doctor tropical y guasón, tu padre entró en esa etapa en que los niños, como expulsados de un paraíso, se descubren a sí mismos y se vuelven tímidos. Tu padre se escondía detrás de las piernas de tu abuela asustado, supongo, de la algarabía cariñosa que formaba aquella señora que, en mi memoria, tiene cierta pinta de catequista.
La señora de Don Raúl le preguntaba a tu padre de qué color tenía la vergüenza (ya que tenía tanta) y tu padre contestaba que amarilla. De ahí que, cada vez que nos viera, aquella mujer, sonriente, nos diera un caramelo de limón y se refiriese al autor de tus días (por aquel entonces un niño pajizo y de ojos enormes) como el de la “güengüensa amarilla” imitando su media lengua.
Te confieso, sobrina que, si espero con ansiedad a que lleguen los miércoles, es para escribirte estas cartas. Aunque hacerlo sea, no te lo niego, una experiencia agridulce. Nunca es del todo agradable sentarse a pensar en cosas de cierta importancia.
Una de las cosas que me preocupa más es que te sean útiles de alguna forma. No convertirlas en un ejercicio de predicador autocomplaciente. Dejarte a ti margen para aprender. Exponerte lo que yo creo saber pero dándote la libertad (que, de todas formas, tendrás) para encontrar tus propias soluciones, mejores, sin duda, que algunas de las torpes que yo he encontrado.
Hoy, si te parece bien, hablaremos del éxito.
Tengo treinta y dos años recién cumplidos. Estoy en esa edad en la que se empieza a comprobar que el guateque no dura para siempre pero en la que aún los golpes en la puerta no son suficientemente fuertes como para resultar preocupantes. A estas alturas, ya he descubierto que, probablemente, no ganaré nunca un Goya; se me ha pasado la edad de llegar a ser un Triunfito descubierto por Alejo Stivel y, modestamente, alivio mis prurito de escribir publicando con frecuencia en este blog que algunas personas tienen la paciencia de leer. Mi vida, probablemente, no es espectacular (todo lo más, graciosilla de contar) y, sin embargo, al mirar hacia atrás, tengo la sensación de que he tenido un éxito pasable.
Con los años te darás cuenta de que la definición de éxito que elaboran las personas es su sello más personal. En los deseos de una persona está su estilo, la marca de su fábrica. Puede sucederte, como es mi caso, que la noción de éxito que inventes para ti misma no sea comprensible para todo el mundo. O que, ni siquiera, sea mayoritaria.
A mí me resulta bastante difícil de explicar que, con los años, mis deseos se han reducido a una ambiciosísima trinidad: afectos, libros y amigos. No quiero más para ser feliz.
Es un triunfo explicarle a los demás que tengo un interés muy moderado en el dinero y que, fuera de la letra impresa encuadernada, los otros bienes materiales me resultan bastante menos atractivos si los tengo en grado suficiente. No quiero ir de franciscano por la vida, sin embargo, ni engañarte con falsas modestias. Me gusta vestir bien y me gustan los lujos del estómago. Lo que pasa es que, sencillamente, aprecio más otras cosas como reirme mucho y con inteligencia.
Supongo, de todas maneras, que estas palabras te llegarán tarde (un sabio dijo que la comunicación, salvo accidentes, siempre fracasa). Para cuando puedas leer estas letras y sacarles algún partido, ya tendrás las retinas chorreantes de esos anuncios imbéciles en los que se enseña a los niños a poseer cosas como un medio ofensivo de situarse por encima de otros niños. Con muy mala suerte (posibilidad que me aterra) te habrás convertido en una tirana más, criada en una sociedad que malcría a los niños y no les enseña lo realmente importante: a encontrar la voz escondida dentro de nosotros que nos va indicando en cada caso el camino exacto de la felicidad. Una brújula interior que a veces muestra claramente cosas que van en contra del miope sentido común pero que, a medio y largo plazo, y si se tiene fe, se revelan como ciertas e incontrovertibles.
El camino, Ainara, está lleno de obstáculos y mil veces temerás haberte extraviado, pero si trabajas, encontrarás esa voz que será la tuya para siempre.
Besos de tu tío.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Paco:
No eres el único que espera los miércoles con cierta ansiedad. Estoy seguro de que, andando el tiempo, Ainara agradecerá los pensamientos que, semanalmente, su tío le dedicara y que extraerá el jugo a cada enseñanza por tu mano pergeñada. Hasta entonces aprenderemos nosotros, tus lectores, de tus experiencias y reiremos con esas metáforas tan personales que siempre me hacen reir cuando, camino del Naschmarkt, me cuentas alguna anécdota, me revelas alguna curiosidad.