Placeres navideños
Vino, sentimiento, guitarra y poesía, /hacen los cantares de la patria mía...
3 de Diciembre.- Una de las maneras más deliciosas que los austríacos tienen de perder el tiempo en estas fechas es la costumbre de tomar punsch al raso. O gluhwein.
En un mercadillo o en un lugar privado, se reúnen en la semioscuridad con unas tazas en la mano en las que humean los brevajes que he mencionado más arriba; y consiste el tema en que, cuando tienes los dedos de los pies como un escalador que se hubiera perdido durante una semana entre las nieves del K2, alguien te dice que lo que te hace falta es que te muevas un poco, que así evitarás la amputación de alguno de tus miembros por congelación. Luego, por supuesto, te miran como con penilla, como diciendo: “Si es que estos españoles no me valéis para nada”. Como si lo de beber o comer al raso y a bajo cero fuera el más refinado de los placeres (vale, vale, soy un quejica: ayer por la tarde había cinco grados pero en la oscuridad y con la humedad subiendo del suelo como una serpiente traidora, la sensación era mucho más gélida).
Tres horas de pie y derecho a la vera de una hoguera raquítica encendida con unos leños húmedos. Me tomé sendas tazas de punsch mientras mi ropa iba cogiendo, poco a poco, olor a campamento de gitanos. Aguanté porque el lieber Gott me ha dado muchísima paciencia, pero llegados al momento de los calambres musculares y del dolor de dedos de los pies, me acogí a Santa Maria Antonia Abad (conocida en el siglo como Sara Montiel), musité “Pero qué invento es esto” y me reintegré a la paz (y sobre todo al calor) de mi hogar.
Para el punsch no hay una receta sola. Pero se puede decir que consiste en una mezcla de zumo de frutas, azúcar y alcohol. Todo lo cual se calienta para darle alas al cuerpo frente a las temperaturas invernales y anestesiar a la mente para que no tome nota de los calambres musculares. Las combinaciones más imaginativas incluyen chile picante o gengibre.
El glühwein consiste en una infusión de hierbas aromáticas (clavo, canela, y otras desconocidas especias de la Madre Celestina) que en vez de con agua, se hace con vino caliente (peleón, añado) lo cual facilita muchísimo el tránsito intestinal y el dolor de cabeza de la mañana siguiente.
Por no hablar de que, como decíamos ayer, ya han empezado a sonar los villancicos en las radios. O sea, que se nos empieza a recordar que ya hay renos que tienen complejo porque tienen la nariz roja, o que el pobre Hatschi Bombatschi (Bumbún Bumbún) no puede hacer no sé qué o no sé cuántos. Aún, eso sí, no he escuchado este año a Mecano (sí: los mismos) en su versión más navideña. Y es que por estas tierras, Hijo de la Luna (Son of the Moon) se escucha en estos momentos del año como invitación al recogimiento y al misterio navideño.
De todas maneras, tengo que decir que lo anterior es sólo un desahogo por el frío pasado. Pero que las navidades en Austria son preciosas y muy recomendables. Y que, si falta calor atmosférico, sobra el calor de corazón que los aborígenes le ponen a estas cosas que, poco a poco, van desapareciendo del resto del planeta. Para mal, por cierto.
En un mercadillo o en un lugar privado, se reúnen en la semioscuridad con unas tazas en la mano en las que humean los brevajes que he mencionado más arriba; y consiste el tema en que, cuando tienes los dedos de los pies como un escalador que se hubiera perdido durante una semana entre las nieves del K2, alguien te dice que lo que te hace falta es que te muevas un poco, que así evitarás la amputación de alguno de tus miembros por congelación. Luego, por supuesto, te miran como con penilla, como diciendo: “Si es que estos españoles no me valéis para nada”. Como si lo de beber o comer al raso y a bajo cero fuera el más refinado de los placeres (vale, vale, soy un quejica: ayer por la tarde había cinco grados pero en la oscuridad y con la humedad subiendo del suelo como una serpiente traidora, la sensación era mucho más gélida).
Tres horas de pie y derecho a la vera de una hoguera raquítica encendida con unos leños húmedos. Me tomé sendas tazas de punsch mientras mi ropa iba cogiendo, poco a poco, olor a campamento de gitanos. Aguanté porque el lieber Gott me ha dado muchísima paciencia, pero llegados al momento de los calambres musculares y del dolor de dedos de los pies, me acogí a Santa Maria Antonia Abad (conocida en el siglo como Sara Montiel), musité “Pero qué invento es esto” y me reintegré a la paz (y sobre todo al calor) de mi hogar.
Para el punsch no hay una receta sola. Pero se puede decir que consiste en una mezcla de zumo de frutas, azúcar y alcohol. Todo lo cual se calienta para darle alas al cuerpo frente a las temperaturas invernales y anestesiar a la mente para que no tome nota de los calambres musculares. Las combinaciones más imaginativas incluyen chile picante o gengibre.
El glühwein consiste en una infusión de hierbas aromáticas (clavo, canela, y otras desconocidas especias de la Madre Celestina) que en vez de con agua, se hace con vino caliente (peleón, añado) lo cual facilita muchísimo el tránsito intestinal y el dolor de cabeza de la mañana siguiente.
Por no hablar de que, como decíamos ayer, ya han empezado a sonar los villancicos en las radios. O sea, que se nos empieza a recordar que ya hay renos que tienen complejo porque tienen la nariz roja, o que el pobre Hatschi Bombatschi (Bumbún Bumbún) no puede hacer no sé qué o no sé cuántos. Aún, eso sí, no he escuchado este año a Mecano (sí: los mismos) en su versión más navideña. Y es que por estas tierras, Hijo de la Luna (Son of the Moon) se escucha en estos momentos del año como invitación al recogimiento y al misterio navideño.
De todas maneras, tengo que decir que lo anterior es sólo un desahogo por el frío pasado. Pero que las navidades en Austria son preciosas y muy recomendables. Y que, si falta calor atmosférico, sobra el calor de corazón que los aborígenes le ponen a estas cosas que, poco a poco, van desapareciendo del resto del planeta. Para mal, por cierto.
1 comentario:
Paco,
Gracias por el honor de ponerme entre los vínculos de tu blog y más aderezándome el nombre con un adjetivo que sabe Dios que no merezco (me refiero a mexicano, ah no, a audaz, que ya con tener pasaporte del país puedo mostrar constancia de ser mexicano).
Vaya costumbre terrible para "celebrar" y ya te entiendo que lo único que has de haber celebrado esa noche fue llegar a tu casa. Te envío un abrazo transatlántico,
Rafael Barceló Durazo
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