A veces vemos muertos
"Hay que hacer un cuadro", dijo Degas,/"como se comete un crimen". Pero tú construiste /cajas donde las cosas se aligeran de sus nombres.

9 de Enero.- Querida sobrina:
No hay nada más difícil de ver en esta vida que lo más evidente. Generalmente, las cosas que tenemos delante de las narices son las que más se nos escapan. Nuestro cerebro, con la plena complicidad del sistema educativo (o como se llame eso que nos convierte en trabajadores con habilidades homologables en el mercado) está programado para encontrar lo complejo, las pautas escondidas, la unión existente entre los puntos dispersos.
Por eso cuesta mucho descubrir, y más aún aceptar que, muchas veces, el peor enemigo de nuestros intereses somos nosotros mismos. Y no me refiero a esas personas que parecen tener la capacidad de enamorarse siempre de quien menos les conviene, o de embarcarse en empresas ruinosas, o que insisten en aceptar riesgos financieros que les llevan de cabeza a la bancarrota. O no solo a ellos.
La mente de las personas es como un territorio en el que hay zonas soleadas y zonas oscuras. Las zonas oscuras son como simas en las que se va acumulando la chatarra, lo que no nos sirve, el peso muerto que nos obstaculiza.
Esa chatarra llega a veces de la mano de quienes creen que nos hacen un favor. Por ejemplo, las historias a propósito de uno que se perpetúan en nuestro entorno familiar. Cosas que todo el mundo da por supuesto que nunca podremos hacer, o para las que no valemos, evidencias que nosotros aceptamos sin rechistar, con el único argumento de que, quien nos aporta esas verdades inmutables, estaba en el mundo antes que nosotros.
Esas historias se perpetúan dentro de nuestra cabeza y se convierten, sin darnos cuenta y de la peor manera, en vigas que forman parte del armazón de nuestra personalidad. Aparecen siempre en el momento menos indicado cuando hablamos con nosotros mismos, cuando intentamos darnos ánimo para cualquier cosa que tenemos que emprender. Son como cuerdas que están puestas a nivel del suelo para producirnos la zancadilla más tonta, perros que nos muerden los tobillos para que no vayamos más allá de los límites de nuestra pereza.
Pero sobre todo nosotros mismos, Ainara, podemos llegar a ser expertos en la tarea de hacernos la vida más infeliz. Hay muchas maneras, aunque te citaré algunos ejemplos (esta lista podrás ampliarla tú misma a nada que mires un poco a tu alrededor con los ojos abiertos). Allá van: el sentimiento de culpabilidad a propósito de cosas de las que no somos en absoluto culpables o en las que nuestra culpabilidad, para ser honrados, está compartida con otra(s) persona(s), un poner: “Fulanit@ no me quiere: todas mis relaciones fracasan” cuando, para que una relación fracase como para que dos se peleen, se necesitan dos voluntades.
Más: el uso de mapas antiguos de nuestras capacidades (esa frase que tanto dicen los actores que salen en pelotas al escenario: “no, si es que yo soy muy tímid@” y lo que sucede es que alguna vez fueron tímidos y no se han molestado en pensarse y darse cuenta de que ya no lo son). La autominusvaloración acrítica y salvaje (“¿Pero quién me va a querer a mí, con lo gorda que estoy?”), etecétera, etcétera, etcétera.
Esta carta de hoy, tan oscura que quizá la tengas que leer más de una vez, quiero terminarla con un consejo: para evitar todo este tipo de tonterías, para reducir a su mínimo inevitable a ese enemigo que vive dentro de nuestras puertas, hay que desarrollar la disciplina de pensarse, de verse a uno mismo como un ser mejorable, perfeccionable, dinámico, que no da nada por supuesto, que siempre se pregunta los motivos de sus acciones. Un ser que cambia en el tiempo y que, si bien cuenta con ataduras y límites, también tiene la capacidad de empujar las paredes, de ensanchar sus fronteras a base de examinarse constructivamente. De preguntarse por qué hace las cosas, de mirar los pensamientos y las zonas erróneas con indulgencia. Con la sonrisa que reservamos a los mejores amigos. A esos a los que, a pesar de saberlo todo de ellos, aún podemos querer.
Hasta el próximo miércoles, sobrina.
Que seas todo lo buena que te dejen.
Un beso de tu tío.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

vaya carta mas rara guapo un beso

Anónimo dijo...

:-) Me ha gustado lo de "dinamico". A veces se nos olvida que somos seres dinamicos... en el bueno (mejorables) y en el mal sentido ("peorables").

Un abrazo!

Miriam