Amigos

9 de Julio.-Querida Ainara: el oficio de escritor es extraño. Generalmente, uno está sentado delante de sus instrumentos de trabajo (papeles, ordenadores, lo que sea) y escribe cosas que, con buena suerte, una voz le va dictando dentro de la cabeza.
A veces, las palabras de otro ser humano llegan a él y el escritor se convierte en una tierra en la que germina una semilla. Esto es ahora muchísimo más fácil, porque los escritores (y aquellos que no se consideran tales, pero que lo son) viven insertos en un tejido neuronal a escala planetaria: internet. Como dice muy certeramente un filósofo español, vivimos en la sociedad de la conversación. Un intercambio activo, digital, que enriquece a la humanidad con la fuerza de miles de millones de cerebros orientados a la tarea de repensar la realidad y de comentar lo que otros piensan. El otro día, una de esas personas que escriben (y que, a veces, me hacen el favor de leerme) habló en su espacio de los amigos. Ella vive en Montreal, no nos hemos visto nunca. Sin embargo compartimos un concepto de la amistad (creo) que me gustaría desarrollar aquí para ti, Ainara, que me leerás en el futuro.
Durante toda mi infancia y adolescencia , escuché muchas veces a una pariente tuya hablar de “esos amigos nuestros” o decir “tengo mucha amistad con X” y, sólo con hacerlo, ya sabía que esta persona se refería a una de esas relaciones extremosas, peculiares en ella, que son como una bengala: arden, brillantes, pero tienen una fecha de caducidad. Las palabras “amigo” y “amistad” en este contexto, se devaluaban muy deprisa y los amigos de hoy eran sustituidos mañana por otros fugaces y fungibles. Con el tiempo, cuando tuve capacidad de elegir, se impuso en mí el lado más austero de nuestra familia y, hoy, creo no pecar de inmodesto cuando digo que he conseguido convertirme en un razonable amigo de mis amigos.
Para mí, Ainara, la amistad es una fuente constante. El sentimiento más noble que existe. Porque es incondicional. Te enamorarás unas cuantas veces en tu vida, pero siempre buscarás de tus amores algo: que te correspondan como mínimo. No necesitarás en cambio nada de tus amigos, nada más que su presencia. Sé buena amiga de tus amigos, cuídalos, Ainara. Trata de rodearte de personas que puedan enseñarte cosas que tú no sabes. Los amigos, querida, son los hermanos y las hermanas del alma. Una familia mucho más próxima, muchas veces, que tu familia carnal. Vigílate y no sigas la vena tormentosa que, como en toda nuestra familia, también arde en ti seguramente. Guárdate de las relaciones extremadas, que se consumen rápidamente. Trata de convertirte en una corredora de fondo de la amistad. Escucha mucho. No cedas al impulso de un día. No dejes nunca que una relación amistosa se vacíe con conversaciones que no llegan a ningún sitio. Esfuérzate en dar lo mejor de tí misma en cada momento. Trata a tus amigos como te gustaría que te trataran a ti: hazles reir en medio de la tragedia, equilíbrales cuando la fortuna les favorezca. Que todo el mundo sepa que estás ahí para un caso de necesidad y que ese ánimo servicial no sea solo un conjunto de palabras educadas. Porque las palabras se las lleva el viento y el amigo que las necesite agradecerá sobre todo las dos manos que tú le puedas echar.
Sobre todo, sé selectiva y cuidadosa cuando uses la palabra “amigo”. La cantidad excesiva de moneda en circulación devalúa las divisas. Antes de ofrecer tu amistad a alguien, mírale bien, sé prudente. Ahora bien: cuando encuentres a personas así (que aparecerán detrás de los recodos más sorprendentes de tu camino) no les sueltes, Ainara. Porque los amigos son el tesoro de nuestra vida. Un bien precioso y escaso que hay que cuidar.
Llegará un momento en que te des cuenta de que, a tu alrededor, ha crecido una pequeña comunidad de personas confiables, a las que les podrás contar todas las cosas, que te querrán y no te volverán la espalda.
Entonces, Ainara, sé agradecida y recuerda siempre una de las pocas cosas con las que quisiera que te quedases: todo lo bueno que otra persona nos hace, toda la generosidad de que somos objeto, es un regalo QUE PODRÍA NO ESTAR AHÍ. Y como tal hay que apreciarlo. Y dar Gracias. Siempre gracias.
Un beso de tu tío,
P.

2 comentarios:

Arantza dijo...

Yo también tengo un par de sobrinitos a los que leeré tu blog cuando crezcan un poco... ;-) Creo, efectivamente, que tenemos un concepto de amistad muy similar (bueno, más que un concepto, en mi caso tendría que hablar más bien de un instinto). Yo también soy una "corredora de fondo" de la mistad, como lo describes -tan bien- en tu entrada. Y es verdad lo de lo desinteresado de la amistad, la verdadera, pero al mismo tiempo, he ganado tantas cosas con la amistad de mis amigos...
Lo único malo de ser exigente con uno mismo en cuanto a la amistad, es que me cuesta mucho dar el calificativo de amigo a las personas que encuentro ahora. Siento que necesito tiempo para poder llamarlos así, que se construye tranquilamente.
Un abrazo amistoso desde el otro lado.

Paco Bernal dijo...

Hola!Yo creo que no hay que preguntarse excesivamente. Llega un momento en que determinados gestos de confianza salen solos.
Uno no se pregunta si es amigo alguien o no, generalmente se sabe.
Abracetes,
P.