Paraguas negros para niño

(NOTA: Este texto debió de publicarse el miércoles, pero cierta ofuscación, acompañada de grandes dosis de indignación jupiterina, hicieron que se me traspapelase; lo publico hoy para no romper la cadena de correspondencia semanal con mi sobrina, y pido disculpas a mis lectores por el traspapelamiento)
18 de Septiembre.- Querida sobrina: la educación de tu padre y la mía estuvo muy influenciada por tu bisabuela paterna. Una mujer con el corazón de oro pero a quien la vida había enseñado a ver los placeres como bultos sospechosos. Católica escrupulosa, tu bisabuela llegó, sin proponerselo, a lo que Gautama Buda había predicado miles de años antes de que ella naciera: era una firme partidaria de que, quien no tiene ilusiones ni esperanzas, sufre menos decepciones, y por ese camino se impuso una posición de descreimiento cuyo dogma supremo era desterrar todo optimismo.
Los niños no escapaban de este singular concepto del mundo. Desde pequeños, se nos bombardeó con mensajes que decían que el camino del futuro estaba empedrado de dificultades que sólo se podían vencer con trabajo, disciplina y tesón. Se nos enseñó que la desgracia acecha, que la shit happens y que siempre hay que tener un plan B por si pintan bastos. De niños, tu padre y yo fuimos queridos, incluso mimados a veces, pero no se nos engañó en ningún momento: como pobres que éramos (y somos), hijos de trabajadores, lo único que nuestros padres podían ofrecernos eran los mejores consejos y una educación que nos acompañaría (y nos acompaña) para siempre. El resto dependía de nosotros. Se nos enseñó a sacar mucho de lo poco, a ser constantes como la gota de agua que horada la piedra, a tener los ojos abiertos y curiosos, a no despilfarrar recursos y a ser solidarios con los que tenían menos que nosotros.
Para que te hagas una idea de la mentalidad de tu bisabuela (una mujer para la que cualquier frivolidad era casi una falta de educación) te diré que, cuando éramos niños, y ya en una época en la que se empezaban a extender otros conceptos de infancia, tu padre y yo recibimos como regalo un par de abrigos loden verdes de señor mayor y un par de paragüitas negros como ala de cuervo. Nosotros, lo aceptamos como algo normal: ¿No era la infancia un estado del que había que salir lo antes posible? ¿No estaban hechos los paraguas para protegerse de la lluvia y no para alegrar los ojos?
Su frase favorita -todavía me hace gracia recordarlo- era “!Por excusao!” (que quería decir “Por cotilla” o algo parecido). Así, cuando en el telediario se daban las cifras de los muertos por accidente, durante la operación salida del verano, ella decía siempre:

-¡Por excusaos! Si se hubieran estado en casa, como yo, no les hubiera pasado nada.

No te equivoques, Ainara: este repelús por los aspectos más alegres de la vida, que tu bisabuela llevaba a gala, sólo la hizo desabrida de puertas para afuera. Pronto te dabas cuenta de que tan solo era una mujer de natural más bien cobardica, que se había sobrepuesto a unas circunstancias muy duras del único modo que Dios le había dado a entender: sin concederse un momento de debilidad. Cuando nosotros llegamos, Ainara, la mujer tenía un tesoro de cariño sin usar que hubiera podido llenar el pantano de Guadarrama, y que volcó en nosotros, sus nietos. Aunque sin vencer, eso sí, la inclinación natural de su carácter, que era ponerte por delante el lado áspero de la vida. El único que ella había conocido.
Te cuento todo esto, Ainara, porque de resultas de esta educación, a tu padre y a mí nos cuesta mucho ser egoistas, y solo a fuerza de ir en contra de lo que nos han enseñado conseguimos olvidarnos de la obligación para hacer uso y disfrute de la devoción. Nunca he hablado de esto con tu padre, pero estoy convencido de que, a pesar de ser los dos muy juguetones (espero que este blog sea una prueba de ello) nos cuesta dejar de ver esta disposición para el placer como una excentricidad o una travesura.
Frente a nosotros, o mejor dicho, detrás, tenemos una buena colección de modelos de trabajo constante. Incluso, en una maniobra retorcida, esos ejemplos se las apañaron para convertir el placer (verbigracia, hacerle la vida risueña y agradable a los demás) en otra clase de trabajo, en un deber en cuya consecución no había que cejar.
No estaba bien quejarse, ni expresar cansancio, aburrimiento o hastío. Esto era común a los dos lados de nuestra familia. Famoso es el caso de una tía abuela tuya que, sumida en una grave crisis personal, se paseaba por su lugar de trabajo contando chistes, mientras la gente le decía:

-Yo, de mayor, quiero ser como tú ¡Hija, no tienes nunca problemas!

Esa es la esclavitud del risueño.
La moraleja de hoy, sobrina, es que tienes que luchar por aprender a dejar fluir tus emociones; tienes que aprender a programar en tu vida momentos para quitarte la armadura, para aceptar que eres umana y que la alegría y el confort de los demás no dependen de ti solamente.
Date espacios para ti, para disfrutar sin sentir remordimientos. Ganarás. Ganaremos.
Besos de tu tío.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

cielo la carta de hoy es muy bonita y verdadera, los paraguas eran de aquella epoca y no habia de colorines, un beso

amelche dijo...

Recuerda que a los de nuestra generación nos regalaban ropa interior y pañuelos (de tela, claro, entonces los de papel no se estilaban) en la comunión y hasta en Reyes y cumpleaños si se terciaba, porque eran cosas útiles. La utilidad y que la ropa durara cuanto más, mejor, hacía que nos compraran a veces hasta una o dos tallas más de jerseys, chándals, pantalones o vestidos a los que se les cosía un dobladillo y luego, conforme crecíamos, se iba descosiendo para ajustarlo a nuestro tamaño.

Ah, y por supuesto, la ropa, los libros de texto, los juguetes y demás pertenencias útiles se heredaban de un hermano a otro. No se tiraba nada, todo se reciclaba.

Paco Bernal dijo...

Hola!
A mi madre: lo que hemos hablado por teléfono: había escrito "abuela" donde tenía que poner "bisabuela". Ya está arreglado el error. De todas maneras, yo creo que, si hubiera habido paraguas de colores, la abuela no los hubiera comprado, a que sí?
A Amelche: claro que se heredaba todo, y había libros que servían de un año para otro. Y nos regalaban pañuelos y calcetines. Muy apañaos que éramos jajaja.
Saludos

amelche dijo...

Es verdad, calcetines también. Mi abuelo decía que había que comerse todo lo del plato por "el hambre que hemos pasado". Date cuenta que nuestros abuelos vivieron la guerra civil, por eso eran tan prácticos.

Saludos a tu madre que te lee y a mi padre que también (aunque no sé si aquí me lee, en mi blog sí).

Anónimo dijo...

ves cariño como yo llevaba razón, y un beso para tus lectores de la mami del escitor, un beso

amelche dijo...

Gracias por la parte que me toca, mami del escritor. Otro beso desde Elche, hala.

Mújol dijo...

Buena idea la de elegir el mejor post. Pero no puedo. Me quedo con la mejor etiqueta: Cada miércoles, escríbeme una carta.
Un abrazo (y besos para tu sobrina).

Paco Bernal dijo...

HOla otra vez:
Sólo decir que saludos a mis lectores (a los que dejan comentarios y a los que me soportan en silencio jejeje). Y a Mújol, gracias, compañero :-) y ya elegiré yo un post en tu nombre de los de mi sobrina.
Un abrazo,
P.

JOAKO dijo...

Hace poco una tía mia me contó la siguiente historia, mi abuela tenia nueve hijos, un varón y el rsto chicas, cada vez que alguién decia de alguna de sus hijas que esta era guapa (las había francamente guapas) ella respondía "¡Bah!, del montón", recientemente la mayor de mis tías por fin le preguntó porque hacia eso, porqué restaba siempre valor a sus hijas cuando le hacian cumplidos sobre ellas, y además eran cumplidos ciertos, ella respondió si dudar que a ella le habian enseñado que no se debía nunca alavar lo propio, que era de muy mala educación. El resultado de este comportamiento es el que la mayori de mis tias no se creen guapas y que no luchan de igual a igual en sus trabajos por el puesto y el sueldo que tal vez merecen, pero es que yo también estoy "contaminado" de esta filosofia, se decir me cuesta ponerme en valor, esto solo lo he descubierto en un psicologo y despues de desmenuzar muchas historias como esta.
Interesantisimo post, me identifico totalmente.

Paco Bernal dijo...

Hola!
Me alegro muchísimo de que te haya gustado el post.
Recuerdo que una vez, siendo yo chico, íbamos en el coche y yo dije que a mí se me daba bien algo (no sé qué era); recuerdo, y era yo bien pequeno, que mi abuela me dijo que de uno mismo tenían que hablar bien los demás, que no estaba bien decir que a uno se le daba bien esto o aquello.
Es muy importante ensenar a la gente a quererse y a valorarse. Probablemente hable de eso en mi próxima carta a mi sobrina.
Saludos,
P.