Paseo en bici hasta La Malvarrosa

27 de Octubre.- Quizá sea por la crisis, quizá sea porque a mi alrededor (o en ese lejano alrededor a dos mil kilómetros de Viena en donde reside mi corazón) hay mucha gente con problemas, vapuleada por la vida, pero veo que, de un tiempo a esta parte, está floreciendo la nostalgia. Ese recordarnos a nosotros mismos, que éramos tan felices, haciendo según qué cosas, cantando tales o cuales canciones, disfrutando de una realidad que era aún (sobre todo porque nos faltaba la comparación) una burbuja de jabón tornasolada, frágil, encantadoramente transparente. Nos reunimos en torno al fuego, cercados por la noche oscura, a recordar pastos mejores, cazas mejores, mejores primaveras, como supongo que lo hacían nuestros abuelos, los hombres de Neanderthal.
De un tiempo a esta parte hay un momento de mi vida al que le he dado vueltas con frecuencia. Se trata de un día de este mes de mayo pasado en el que, junto con M. y mi amigo X. hice un trepidante paseo en bici desde el centro de Valencia hasta la playa de La Malvarrosa. Una vez allí, nos comimos una paella. Luego, mientras la tormenta embalsamaba (y enfriaba) el aire, una mujer vino a conocernos en un encuentro que, por diferentes razones, resultó irrepetible para los cuatro. Después, volvimos en bicicleta –llegamos tarde, las bicis eran de alquiler- y después de cenar en un restaurante, X. y yo paseamos largamente hablando de esa clase de cosas que no se pueden tratar por teléfono.
¿Por qué me obsesiona ese día? Muy fácil: porque durante aquel tramo de apenas doce horas fui absoluta, pacífica y redondamente feliz, y no estoy seguro de si realmente me di cuenta en ese momento de que lo era.
Durante los meses que han pasado desde entonces, aquellas dulces horas en compañía de esas tres personas, me han venido repetidas veces a la memoria. Insistentemente.
Todos los pormenores de aquel día, hasta los más pequeños, han pasado por delante de mis ojos. Cumplidos, precisos y, sin embargo, tan desasosegantes. Cada vez que he tenido delante de mí un día de benéfica normalidad, uno de esos días aburridos que, a primera vista, forman la obra muerta de una vida, me he acordado de aquel rutilante paseo en bicicleta, de aquel baño de mar. Y he sentido que quizá algún detalle se me estaba escapando.

9 comentarios:

amelche dijo...

Me encanta Valencia y la Malvarrosa, viví allí un año dando clases de inglés.

Te de llimona dijo...

Entiendo ese sentimiento de que hablas, Paco. Esos momentos nunca son eternos. La felicidad es un estado transitorio. Luego sólo te queda el recuerdo y los pormenores que la enturbian se olvidan. Un abrazo!

Paco Bernal dijo...

Hola a las dos:
Gracias por vuestros comentarios.
A Amelche: la verdad es que yo quedé gratísimamente sorprendido por la ciudad. En muchos sentidos es más bonita que Madrid y, además, tiene mar.
A Te de llimona:ya lo decía Serrat "Tus recuerdos son cada día más dulces/el olvido sólo se llevó la mitad". Lo que yo quería decir también es que, siempre, inevitablemente, para saber si somos felices o no, nos falta un ingrediente: el futuro.
Saludos a las dos

amelche dijo...

A mí nunca me han gustado las ciudades grandes, teniendo en cuenta que vivo en una de doscientos mil habitantes. Valencia me agobiaba mucho al principio: tanto coche, tanto tráfico, el metro... Pero al final acabó gustándome. Eso sí, ya no vuelvo a conducir allí. Cuando voy, me voy en autocar y allí me muevo en metro o en bus.

Anónimo dijo...

Bueno Paco,
He caido por aquí, no me preguntes como, y he leido un poco de tu blog.
Creo que me gustará leerte más y que me dejaré caer por aquí de vez en cuando.
Marta

Paco Bernal dijo...

Hola:
Gracias por vuestros comentarios.
A Amelche: a mí me pareció que Valencia tenía el tamaño justo. Que tenía de todo y muy bien colocadito. Yo, como no conduzco, no sufrí ningún tipo de inconveniente. El metro, me pareció algo lento, eso sí. No comparto tu afición por las ciudades pequeñas. A mí me gustan de un tamaño humano, como Viena, por ejemplo. En las ciudades demasiado pequeñas, me aburro :-)
A Marta: !Bienvenida! Me alegrará mucho que, como dices, te dejes caer de vez en cuando y dejes algún comentario. Me alegro de que te haya gustado lo que has leido. A veces, los mejores encuentros son los imprevistos.
Saludos

Anónimo dijo...

"Si, los mejores encuentros son los imprevistos"...como aquel dia de Mayo cuando, gracias a Dios, te conocí a traves de la ventanilla de un coche...
Me has emocionado con este post Paco, porque me paso lo mismo y lo recuerdo con tantisimo cariño y tantas veces...!
Cada vez que paso por la Malvarrosa, por delante del Hotel me venis fuerte al corazon y ya se que se tratara de uno de esos recuerdos preciosos que me acompañaran durante toda mi vida, gracias.

(Pd: Todo va a ir estupendamente, un beso muy grande y para tu madre tambien)

Srta. Bullock

amelche dijo...

Es que tú eres de Madrid, pero yo soy de Elche. Entonces, todo lo que sean más de doscientos mil habitantes, es un agobio y un estrés. Sobre todo, porque aquí está prohibido construir más de cinco pisos de altura (hay algunos edificios más altos, de los años 70-80, pero pocos), hay muchos espacios verdes con inmensos parques de palmeras (doscientas mil palmeras tenemos también), las calles más anchas, como la Avenida de la libertad, tienen cuatro carriles en total, dos en un sentido y dos en otro. Entonces, meterte en grandes avenidas de cuatro o cinco carriles en ambos sentidos, muros inmensos de hormigón mires donde mires, a veces de más de veinte plantas, sin más espacio verde, prácticamente, que el antiguo cauce del río Turia y, encima, casi no hay palmeras, rotondas en las que es imposible conducir porque te arrollan por ambos lados en una forma muy agresiva de conducción (y eso que aquí conducimos fatal), en fin, que es un shock total.

Es como dijo mi casi paisano Miguel Hernández de su visita a Madrid: "Alto soy de mirar a las palmeras/ rudo de convivir con la montaña./ Bajo y blando me vi en las aceras/ de una ciudad espléndida de arañas." (Arañas entendido como lámparas, no como insecto.)

Pero, al final, Valencia me gustó. Y me encanta esta canción, que creo que define muy bien la ciudad:

http://www.youtube.com/watch?v=ui66QeI9w9k

Paco Bernal dijo...

Hola!
Gracias por vuestros comentarios.
A la Srta. Bullock: ha sido un placer volver a hablar contigo y con X.; ya hemos estado haciendo nuestros apaños para lo de la visita -cuando Sandrita pueda volar y a los dos os venga bien-; ya sabes que donde yo tenga mi casa los tres tenéis la vuestra. Yo también me acuerdo mucho de aquel encuentro y me viene muchas veces a la cabeza. Muchísimos besos y cuidaros mucho. (Por cierto, qué alegría que me dejes comentarios :-)
A Amelche: no he estado en Elche pero debe de ser fenomenal para vivir. A mí Madrid me agobia. Cuando los aborígenes me preguntan por qué les digo que porque ha dejado de ser una ciudad a escala humana. Por eso me gusta vivir en una ciudad medianita. Qué curioso que cites a Miguel Hernández, tu casi paisano. Un poeta que me encanta. Siempre me emociono con las nanas de la cebolla, y la Elegía a Ramón Sijé, es de una hondura que, con los años cada vez me llega más.
Saludos mil,
P.