Lo que hubiera dado por saber bailar como Fred Astaire (el vídeo en http://www.youtube.com/ se disfruta MUCHO MÁS -aún- si se pone en pantalla completa; es delicioso)

Con la cabeza en las nubes

12 de Noviembre.- Querida Ainara: si es verdad que la rareza de la gente se mide por sus sueños, yo he tenido que ser un hombre rarísimo toda mi vida. Mientras mis contemporáneos (tu padre, sin ir más lejos) soñaban con jugar en el equipo de sus amores, tu tío se guardaba para sí ( por vergüenza) sus deseos más ocultos, como una materia sobre cuya mención hubiera que tener cuidado.
Como soy un gran amante del cine, que consumo en grandes cantidades y sin mirar en qué pongo los ojos, no es extraño que mis primeros sueños fueran cinematográficos. Soñé, Ainara, con ser el protagonista de un musical. Fred Astaire era mi ideal a los seis o siete años: una elegante figura de chaqué, que resolvía todos los conflictos con una sonrisa y asía por el talle a una bellísima Rita Hayworth vestida con un vaporoso modelo diseñado para derretir de amor a los hombres y de admiración a las mujeres. Me siguen gustando los musicales, porque en ellos la vida es fácil y, cuando están bien hechos, la fantasía y la realidad son dos habitaciones que se comunican. Y la puerta de comunicación es el héroe al que todos siguen cuando empieza a cantar, que los guía a todos hacia el buen humor como un delfín que se supiera la letra y la coreografía de todos los números.
Después, soñé con ser misionero. No, no te rías. No era extraño tampoco. Casi dos años haciendo catequesis esperando el gran día de la Primera Comunión. Pero no te equivoques Ainara, aunque soy creyente, no me movía ningún ánimo proselitista y evangelizador. A mí me parece que estas cuestiones de la relación con Dios son muy personales y, ni aún entonces, me hubiera atrevido a recomendarle a nadie que creyera en ninguna cosa. Ya de mayor, colaboré un tiempo brevísimo con una orden religiosa que se encarga de atender indigentes en Madrid, y siempre me repugnaba un poco que, antes de darles a aquellos pobres el tazón con galletas migadas que constituía su miserable desayuno, se les obligara a rezar un padre nuestro. Me parecía del mismo mal gusto que haber puesto un letrero luminoso en el que dijera “Jesucristo patrocina este café con leche”. No, Ainara. Mi corazón de niño se incendiaba con el deseo de ayudar a los demás. Soñaba con ir a África, con enfrentarme a pestes y con hambres, con ser un heróico luchador por los más débiles.
Poco después, o quizá simultáneamente, comenzó mi sueño más antiguo, que aún dura. Soñé que quería ser escritor. Algunos amigos gentiles me dicen que a nada que me pusiera sería un sueño que, si bien difícil, entraría dentro de lo posible. Lo cierto es que no puedo vivir sin escribir, Ainara (este blog es una prueba de ello) pero cuando me comparo con los amigos que me hacen el favor de opinar tan bien de mí, noto que me faltan muchas virtudes de las que ellos andan sobrados. Escribir, tal como yo lo entiendo, es una vida solitaria y sacrificada, una carrera de fondo que exige no sólo estar muy en forma físicamente, sino tener una máquina de pensar muy bien engrasada. Este blog, en todo caso, es distinto. Escribir en él es un proceso libre. En el que digo lo que quiero y como yo quiero. Cuando he tenido que escribir profesionalmente (elaborando guiones, formatos de televisión, obras de teatro) todo era mucho más complicado. Aunque no sé, quizá algún día.
Soñé también con ser actor, pero, a pesar de que otros amigos simpatiquísimos decían que tenía cualidades para ello, e incluso experimenté el éxtasis de ver llorar a toda una primera fila de butacas de un teatro con un monólogo que recité (no vi si lloraba la segunda debido a mi lamentable miopía), no sé si hubiera podido serlo profesionalmente. Me gustaba el teatro porque las representaciones eran pocas y sólo tenía que decir el texto una vez cada quince días como máximo. Un actor profesional tiene que decir su texto veintitantas noches al mes, trabajar en obras que a lo mejor le parecen una castaña, luchar contra la rutina. Soportar viajes, noches, fríos, madrugones, estar separado de la familia. Como decía Antonio Banderas, que es un hombre inteligentísimo, las estrellas de cine (y de teatro) se parecen a las del árbol de navidad: por delante todo es purpurina, pero por detrás está el cartón y eso no hay que olvidarlo nunca. Los actores que he conocido (y he tratado a unos cuantos) me han parecido seres desarraigados, cuando no infelices.
No quisiera que interpretases esta carta como que he renunciado a mis sueños. No es así. A veces, mientras espero el metro juego a imaginarme que estoy en el escenario de un musical y veo a los estudiantes soñolientos y a las amas de casa bailar como a estos bailarines ambíguos de las películas antiguas de Rocío Durcal. O pienso en que quizá algún día, por casualidad, como el Doctor Fleming, daré con algo que me proyectará a la gloria por haber mejorado notablemente la vida de la humanidad. Sueño con que alguien descubra mis cuentos (o este blog) y decida ponerme un piso (editorialmente hablando, claro) con el baño alicatado hasta el techo y caseta de firmas fija en la Feria del Libro del paseo de coches del Retiro. Y quizá, por qué no, sueño con que mi facilidad para los idiomas –para todos, menos para el alemán- algún día me abra el camino de Hollywood o de lo que venga a sustituirlo. Me aferro a mis sueños, Ainara, porque los sueños son necesarios para vivir.
Pero por otra parte, he descubierto que la vida es demasiado corta como para pasársela con los ojos en el techo. Hay que hacer, Ainara, y vivir, y disfrutar.
Un beso de tu tío.

3 comentarios:

amelche dijo...

Pues yo estoy de acuerdo con tus amigos en que escribes muy bien y podría ser un sueño realizable. Pero, lo siento, no tengo piso/editorial que ponerte. Aunque, si me toca el Gordo, ¿quién sabe? :-D

Marta dijo...

Soñar tambien es una forma de vivir.
Los sueños le dan "salsa" a la vida y la vida hace que los sueños sigan ahí.
No hay que renunciar pero tampoco obsesionarse.
Saludos

Paco Bernal dijo...

Hola a las dos!
Gracias por vuestros comentarios.
A Amelche: doblemente gracias por los elogios. Desde este momento mismo le pongo una vela a San Judas Tadeo para que te toque la lotería (por la cuenta que nos trae a los dos). Yo, lo que sea para que tú te conviertas en una mecenas de las artes.
A Marta: Hola! Bienvenida. Los sueños son importantísimos, porque ayudan a descansar de la realidad diaria. Tienes toda la razón.
Saludetes,
P.