Batallitas
28 de enero.- Querida Ainara: de chicos, tu padre y yo fuimos a un colegio semiprivado. La enseñanza era dura y completa, y las instalaciones tan lujosas como un campo de concentración. Tú verás: un semisótano con ventanas a una acera, a través de las cuales, como los presos de la caverna de Platón, sólo veíamos las sombras del mundo que pasaba.
Como veteranos de una guerra que se libra sin saber, tu padre y yo todavía contamos anécdotas de aquel lugar en el que se fabricó la primera versión de lo que somos hoy en día. La otra tarde, sin embargo, un niño austriaco hablaba de su colegio (no había podido ir a clase durante una semana porque había estado enfermo). En el curso de la conversación, su hermano dijo: “Claro, pero es que hasta la Frau Lehrerin ha estado enferma”. El oirle referirse a la maestra como la “señora profesora” despertó en mí un océano de memorias. Recordé que, cuando éramos pequeños, tu padre y yo siempre nos dirigíamos a los maestros como Don Zutanito o Don Citranito (Don Luis, ya fallecido, era el Don por excelencia) y, naturalmente les hablábamos (y algunos nos hablaban) de usted. Los más jóvenes, quizá se sentían algo incómodos al principio, pero luego la cosa se volvía normal. No significaba que, a los que nos caían bien, les quisiéramos menos (particularmente a la señorita Maria José y a la señorita Bene no podíamos quererlas más, porque usaban con nosotros un amor maternal) pero debajo de aquel tratamiento yacía la idea, que todo el mundo aceptaba por entonces y que es tan vieja en nuestra especie como el pulgar abatible, de que el alumno, criatura perfectible, era entregado al profesor para que le quitara el pelo de la dehesa.
En aquellos años, sin embargo, ya se notaba el cambio. Nuestros primos mayores, que iban a institutos públicos, se reían un poco de aquella sumisión nuestra y nos explicaban, con un tanto de superioridad, que ellos trataban a los profesores de tú por tú y por su nombre de pila; cosa que, a mí por lo menos, me sumía en alguna perplejidad. Al Don Luis que te mencionaba más arriba le hubiera liquidado un infarto instantáneamente si alguno de nosotros se hubiera dirigido a él como Luis, a secas.
En cualquier caso, me da la sensación de que aquella cosa del tuteo funcionó bien mientras quedaron en las aulas alumnos que habían conocido (aunque sólo fuera de pasada, como nosotros) las formas de la antigua urbanidad, una de cuyas reglas de oro (qué digo de oro, de platino iridiado) era el respeto sacrosanto a la figura del maestro. Después, me temo que aprender se hizo más difícil.
¿Cómo se puede si se rompe el reparto de papeles del que enseña y del que aprende? Si el que aprende no acepta que necesita aprender, porque sabe menos; y que, por tanto, se encuentra a un paso (o dos, o tres) por detrás del que enseña ¿Cómo se van a impartir conocimientos con eficacia? Si el educando no aprende a respetar a su educador (experiencia piloto de otros respetos venideros) ¿Cómo leches va a funcionar la sociedad? Y por ahí, suma y sigue.
En Austria, al parecer, el problema no es tan grave aún como en España, pero en tu país y en el mío, con unos índices brutales de fracaso escolar, según leo en internet en los blogs de maestros , pasan en las aulas cosas que te hacen preguntarte cómo serán los españoles del futuro y contestarte que seguramente querrás más a tu perro.
Todos deberíamos hacer algo ya, ¿No te parece?
Besos de tu tío.
P.

7 comentarios:

Marona dijo...

Vaya, me has recordado a mi escuela, publiquísima y cutrísima en instalaciones y a mi señorita Pepita, a la que nos dirigíamos también de usted (si no me falla la memoria)... bueno, en realidad de "vosté". Después de mucho tiempo, ya en la universidad, tuve la suerte de encontrarme con su nieto y fue un verdadero orgullo poderle enviar recuerdos y abrazos.
Besos nevados :)

JOAKO dijo...

Me has recordado a Don Emilio, también llamado "el dumbo" por los apendices auriculares que gastaba, fue un buen profesor, de la antigua escuela, hasta nos daba unos azotes cuando nos portabamos mal (pocas veces recurria a eso), los daba con la mano en el culo, cogiendote por el codo y describierndo un semicirculo de dos o tres (flojos y casi testimoniales)azotes, Pablo Carrallo se ponía a correr en circulos a su alrrededor y el pobre de Don Emilio no acertaba ni uno de los azotes. Que razón tienes en tus apreciaciones, en el fondo creo que es muy difícil educar sin un mínimo de gerarquia.

Anónimo dijo...

Hermano, qué recuerdos me traen tus palabras. Me has alegrado el día.

Besos

Anónimo dijo...

Interesante pregunta: ¿Cómo serán los españoles del futuro? Si para comprender el presente debe estudiarse el pasado, de la misma forma vislumbraremos el futuro al observar el presente. Creo que la respuesta está relacionada con tu escrito del martes. ¿Qué puede esperarse de un pueblo que vota a un majadero con semejante disentería verbal? La diferencia entre la deficiente mental y el resto sólo era la fisonomía: las capacidades eran las mismas. En un principio supuse que el director del programa fue Valle-Inclán, porque mejor muestra del esperpento hispano no está al alcance de todos los talentos. Incluso pensé que veía una nueva versión del consultorio de la Sra. Francis: “ZP: estoy en paro, ¿qué hago? Fdo: Un desesperado de Peñaranda de Bracamonte”. En definitiva, eso tan español de “¿qué hay de lo mío?”.
No salgo de mi asombro al recordar la prosodia vergonzosa de semejante paleto: posesivos redundantes; gerundios de posteridad; adjetivación inexpresiva; dequeísmo; “queísmo”; hiperbatones; redundancias; anfibología; epítetos tópicos; y un largo rosario de dislates que sólo puede entenderse si se persigue aniquilar al espectador o se utiliza como ejemplo de los males que ocasiona el analfabetismo. ¿Cómo serán los españoles del futuro?, ¡pues cómo siempre, hombre, cómo siempre!: botijo, charanga, pandereta y siesta. Ahora, eso sí, como en España…

Fdo: El pobre...

Paco Bernal dijo...

Hola!
Gracias por vuestros comentarios y perdón, una vez más, por no haber tenido tiempo de contestarlos.
a Mar: la mujer del Don Luis del que yo hablaba también se llamaba (no sé si aún) Pepita, la Señorita Pepi. Cuando Don Luis cerró el colegio, mi hermano y yo nos pasamos para decir adios (por cierto, el día antes de mi Selectividad) y la verdad es que, cuando nos enteramos de que había muerto, nos dio mucha pena. Era una persona, como creo que se verá más adelante en otra carta, con la que me hubiera gustado tener más relación.
A Joako: A nosotros no nos dieron en el culete, y créeme que Don Luis tenía tanta autoridad en dosis naturales que apenas tenía que levantar la voz para que nos cagásemos de miedo. Y es cierto: los niños necesitan reglas, y las reglas no son traumas que se le inflijan a nadie: son necesarias para la convivencia.
a mi hermano Sebas: Ahí está el orgulloso padre de Ainara!!! :-) Tú sí que me alegraste el día, campeón. Déjame algún comentario más de vez en cuando. Un abrazo, cuidate mucho.
A mi amigo El Pobre: cuando yo era pequeño, el argumento definitvo que mi padre me dio cuando le pregunté por qué había que ir al cole fue este: "para que no te engañen, hijo". Así y todo, me han engañado más de una vez. No te digo nada sin instrucción, que es como va por la vida el 30 % de los chicos que dejan la escuela prematuramente. Me temo que la disentería verbal de los políticos españoles es un mal que no sólo afecta a Zapatero...
Saludos a todos

Luisru dijo...

Ve a ver La Clase.

amelche dijo...

En ciertas cosas estoy de acuerdo contigo, pero, por otra parte, puedo decir que hay alumnos que me llaman "profe" o "seño" (si son los pequeños) y sin "usted" ni nada, sin ni siquiera decir mi nombre, lo hacen de una forma totalmente respetuosa, que es un honor a mi persona y a mi profesión. Sin embargo, hay otros que, aunque me hablaran de usted, seguirían siendo irrespetuosos.

Y, no sé si te sorprenderá, pero muchas veces me llaman "mamá" por equivocación (algunos compañeros me han dicho que a ellos los llaman "papá" también en ocasiones). Y, cuando los otros alumnos se ríen, yo disimulo y digo que por qué se ríen. Si me dicen que X me ha llamado "mamá", siempre digo que yo he oído "Ana".