Un post para mi hermano (primera parte)



16 de Febrero.- Resulta difícil hablar de las personas que nos han influido definitivamente a lo largo de la vida, porque su presencia en nuestro día a día es tan inabarcable que resulta complicado establecer un retrato razonable.
Sin embargo, cumpliendo la promesa que le hice a mi hermano hace días, hablaré hoy y en un par de ocasiones más de Don Luis, nuestro profesor, tratando de ser lo más imparcial posible.
Don Luis Hernández García nació en algún punto de 1931 y murió, por causas que desconozco, a finales de la década de los noventa del siglo pasado. Probablemente, su prolongada relación con el tabaco tuvo algo que ver con su fallecimiento.
Cuando yo le conocí era un hombre con el pelo blanco, al que la edad había empezado a cargarle las espaldas (él lo disimulaba poniéndole a las americanas, siempre grises, unas hombreras demasiado grandes), siempre iba perfectamente afeitado, jamás le vi sin corbata, y llevaba siempre un grueso anillo de sello en la mano derecha. Tenía una pronunciación castellana fuera de este mundo, y un tono de voz algo nasal. Era inteligente, exigente, agudo e incisivo y, si le daban a elegir, siempre prefería el orden a la justicia (aunque a él le gustaba conservar una apariencia de meticulosidad que intentaba desmentir esto).
Probablemente, sus métodos educativos le erizarían los pelos del cogote a cualquier psicólogo de los de hoy –me temo que también se los erizaba a los psicólogos de entonces- pero la forma de enseñar de Don Luis era la más eficaz si se conseguía sobrevivir a ella. Como ejemplo, diré que mientras los demás maestros llegaban a Junio habiendo tocado los dos tercios de la materia asignada, Don Luis terminaba el libro en Marzo y luego se daba el lujo de repasar durante los últimos meses del curso.
El método que le volvía tan eficaz se basaba en crear en torno suyo, primero, un aura de autoridad indiscutible que yo no he vuelto a encontrar en nadie. De la autoridad brotaba naturalmente el miedo. Todos le temíamos como se teme a alguien que tiene sobre nosotros un poder inconcreto pero sumamente peligroso. Cuando él entraba en una habitación siempre se hacía un silencio espeso, expectante. Quizá la causa principal y no explícita fuera que nos trataba siempre como adultos, creando una vínculo distante entre nosotros y él (que, por supuesto, siempre tenía la razón). En todo momento nos trataba de “usted” y de “señor” (yo era el “señor Bernal”) .
Era de la escuela que piensa (pensaba) que la infancia y la adolescencia son estados penosos de los cuales hay que salir lo más rápido posible. Por eso siempre nos corregía los ejercicios tratando que nos pusiéramos a su nivel, nunca descendiendo al nuestro. Para él no éramos niños, sino adultos a los que les faltaba un poco de estatura. Una especie de pigmeos a los que se esforzaba en civilizar. En su faceta de profesor de lengua y literatura modeló mi forma de escribir y trató de frenar mi tendencia congénita a lo churrigueresco. Aún hoy, cuando me permito según qué alegrías estilísticas (un “otrosí” que colé por ahí el otro día, por ejemplo) no puedo evitar pensar después que a Don Luis le hubiera horrorizado como le horrorizaba todo lo que rompiera la claridad y la sobriedad que, según él, debía tener todo texto. Como profesor de francés, me enseñó todo lo que sé.
Aunque esto, y otras cosas, lo contaré en próximas ocasiones.

3 comentarios:

amelche dijo...

Yo también tuve un Don Luis, pero era de matemáticas, aunque también había silencio. Y, un día que no lo hubo, pegó un golpe en la pizarra que todos pensamos que se había roto la mano, tal y como sonó. Nos callamos ipso facto.

Más del estilo de tu Don Luis era Santiago (sin don ni nada, que era ya el instituto). ¡Ufff, qué miedo! ¡Qué tensión en clase pensando: "que no me saque a la pizarra"! Y, cuando pedía la traducción (era de latín) todos temblábamos. Además, nunca te decía que lo habías hecho bien, siempre preguntaba: "¿Has hecho tú la traducción?" ("¿Y quién la va a hacer si no, el vecino?", pensaba yo.) Al contestarle que sí, decía: "Pues, si la has hecho tú, está bien." Pero siempre poniendo en duda que tú fueras el autor de semejante traducción tan buena.

Eso sí, en 1º de carrera saqué sobresaliente en latín gracias a lo que había aprendido con él en 3º de BUP.

Anónimo dijo...

Qué recuerdos, herpato. Yo creo que tenemos síndrome de estocolmo con Don Luis.

Paco Bernal dijo...

Hola!
Gracias por vuestros comentarios.
A Amelche: abundaré en el tema, pero es que esta gente jugaban con el acojone y la presión psicológica. Yo creo que aprendías a la fuerza, pero también había muchos alumnos, la mayoría, para los que el método no servía.
Y a mi hermano: !Hola campeón! la verdad es que sí: yo creo que tenemos síndrome de Estocolmo totalmente :-)
Saludos,