Duelos y quebrantos
1 de Abril.- Querida sobrina: el otro día leí en un periódico español un artículo sobre una psicóloga cuyo trabajo consiste en ayudar a otros a superar la muerte de sus seres queridos.
La experiencia de esta mujer empezó en Madrid, el 11 de Marzo de 2004 (también, vaya día para empezar a trabajar) y la demanda de sus servicios ha ido subiendo, desde entonces, de manera sostenida. Ella explicaba que una de las causas, si no la más importante, es que en las últimas décadas nos hemos ido cargando todos los mecanismos que nos ayudaban a integrar la muerte en nuestra vida, y ponía por ejemplo la costumbre, ya prácticamente desaparecida, de llevar luto por un familiar fallecido.
Por haber sido testigo de primera fila de esta desaparición, la observación de la doctora levantó en mí toda una polvareda de recuerdos.
Tu bisabuela encadenó un luto con otro desde que, más o menos en 1918, perdió a un hermanito pequeño. Luego, llevó luto por su padre, por su madre, por su marido, por sus otros hermanos...Total: que yo siempre la conocí vestida de negro. Todo lo más, de marrón oscuro (creo que era el hábito de alguna virgen) o con un vestido que tenía un estampado de florecitas con el tallo blanco y la corola (un puntito) de color naranja.
Recuerdo conversaciones, desde mi primera infancia, como una en la que mi abuela, a media voz, le decía a mi madre que había que ver, qué vergüenza: a una de las vecinas se le había muerto el padre y, a la semana, ya estaba vestida de colores alegres (era verano entonces). Mi madre le contestó lo que, desde entonces, se ha convertido en el sentir general de la sociedad:
La experiencia de esta mujer empezó en Madrid, el 11 de Marzo de 2004 (también, vaya día para empezar a trabajar) y la demanda de sus servicios ha ido subiendo, desde entonces, de manera sostenida. Ella explicaba que una de las causas, si no la más importante, es que en las últimas décadas nos hemos ido cargando todos los mecanismos que nos ayudaban a integrar la muerte en nuestra vida, y ponía por ejemplo la costumbre, ya prácticamente desaparecida, de llevar luto por un familiar fallecido.
Por haber sido testigo de primera fila de esta desaparición, la observación de la doctora levantó en mí toda una polvareda de recuerdos.
Tu bisabuela encadenó un luto con otro desde que, más o menos en 1918, perdió a un hermanito pequeño. Luego, llevó luto por su padre, por su madre, por su marido, por sus otros hermanos...Total: que yo siempre la conocí vestida de negro. Todo lo más, de marrón oscuro (creo que era el hábito de alguna virgen) o con un vestido que tenía un estampado de florecitas con el tallo blanco y la corola (un puntito) de color naranja.
Recuerdo conversaciones, desde mi primera infancia, como una en la que mi abuela, a media voz, le decía a mi madre que había que ver, qué vergüenza: a una de las vecinas se le había muerto el padre y, a la semana, ya estaba vestida de colores alegres (era verano entonces). Mi madre le contestó lo que, desde entonces, se ha convertido en el sentir general de la sociedad:
-Señora María: el luto se lleva por dentro.
Yo no dije nada, pero sabía que, para tu bisabuela, el luto era sagrado y haber violado sus reglas (pasar del negro riguroso, al alivio de luto, como se decía y luego al color) era como si la vecina, por lo demás una respetabilísima madre de familia, se hubiera ido a hacer la carrera a la güiskería más cercana.
La psicóloga de mi artículo decía que el luto nos ayuda a superar la pérdida porque crea un espacio en nosotros mismos para la aceptación, y señaliza ante los demás que nos tienen que tratar de otra forma porque estamos sumidos (por lo menos teóricamente) en la tristeza.
“Se nos pide que al mes de sufrir una pérdida estemos como si nada nos hubiera pasado”, decía la mujer. Para añadir que, según los estudios que hay sobre el tema, no se empieza a salir del bache hasta pasados por lo menos seis meses.
Pero claro, Ainara: un ser triste no consume, no gasta, no “disfruta” de la vida obteniendo bienes y servicios que, por otra parte, no serían capaces de consolar a nadie. Por eso la sociedad, la superestructura, no deja espacio a la muerte (que, por otra parte, y por razones obvias es la cesación definitiva del consumo). Se nos obliga a sobreponernos a toda prisa para mantener funcionando la máquina, a aparentar unas ganas de marcha que no tenemos. A confiar en las pastillas y en la ayuda mercenaria cuando hay cosas, Ainara, que sólo cura el tiempo.
Y a veces, ni eso.
Besos de tu tío.
3 comentarios:
hola guapo no te parece que la carta hoy es un poco triste o ami me lo parece, un beso
Pues sí, tienes razón. Hasta en el luto hay estrés y prisas para que se pase rápido, cuando las cosas llevan su tiempo, como dices.
Yo no hice un duelo adecuadamente y me costó muy caro...
Publicar un comentario