Este hombre y la tierra (1/2)
21 de Mayo.- Volvemos a coger el ritmo.
Mi padre dice siempre que, si nos tuvieramos que casar desnudos, el mundo estaría lleno de solteros. A las pruebas me remito: mientras estoy tumbado al sol a la orilla de una de las lagunas (charcas) del Lobau, en el mismo sitio en el que, según reza un monolito conmemorativo Napoleón tuvo su cuartel general, toman el sol en bolas junto a un servidor varias matronas cargadas de años y de arrobas, un oficinista que lee a la sombra de un arbolito raquítico el último best-seller de vampiros (o de lo que se lleve ahora) y una pareja madura que parece estar para recordarnos que los viejos roqueros nunca mueren.
No se mueve una brizna de aire. A lo lejos, se escuchan de vez en cuando los cantos melodiosos de los pájaros. Un cuco llama a su cuca de rama en rama. En fin: un planazo.
Primer minuto de planazo (¡Ay, qué me gusta el campo!: suspiro de satisfacción).
Cuarto minuto (¡Quiero salir de aquíiiiii!)
No puedo: hay muchas cosas de Austria que he conseguido que me gusten. Pero esta afición a la intemperie no es una de ellas. Para mí, tumbarme al solo mirando a los mosquitos es una de las maneras más seguras de fallecer por aburrimiento. En el campo, no sé qué hacer. Lo más que se me ocurre es buscar cajeros automáticos.
Puede que sea cosa de mi infancia. Gracias que mi señor padre es (muy) alérgico al polen, en primavera nos veíamos dispensados de la tortilla dominical y de los bocatas de cinta de lomo. El loable empeño de no quedarnos huérfanos (mi padre ve algo verde y se pone a morir, el hombre) también nos libró de la caldereta con que en mi pueblo se recuerda anualmente el pasado ganadero de la localidad. Pero una vez fuimos mayorcitos nada nos libró de la piscina.
En mitad del secarral mesetario, anexa a un polideportivo, se encuentran los baños municipales que Penélope Cruz, antes de ser famosa, también frecuentaba. Para llegar a ellos había que atravesar dos kilómetros de extensión desértica –hoy felizmente edificados hasta el último centímetro cuadrado-. Mis amigos y yo llegábamos a la piscina a eso de las once, cuando las verdes praderas de cesped, mantenidas a golpe de aspersor, ofrecían un aspecto verde y lujuriante. Cogíamos sitio (casi siempre al fondo entre los merenderos y la piscina olímpica) y luego mis amigos se disponían a nadar y yo a aburrirme como una ostra.
Me explico: a mí, el agua fría no me gusta (es más: la odio) y sólo me sometía a dar unas brazadas en el gélido líquido porque uno era un adolescente y ya se sabe que los adolescentes tienen vocación gregaria.
Por otra parte, la lógica perversa que lleva a la gente a ponerse al sol abrasador para luego tirarse al agua helada para después volverse a poner al sol, la verdad es que se me escapa. Dejando aparte la extrema sensibilidad al frío de mi zona ecuatorial, se da también la circunstancia de que soy muy blanco de piel, con lo cual en diez minutos me pongo como un cangrejo (de río). Y no: después de exponerme a tener un melanoma como un champiñón, no tengo el consuelo de ponerme moreno. Me quedo más o menos como cuando estaba al principio...
7 comentarios:
Me parece gracioso todo este retrato tuyo y la alergia que te provoca, al parecer, cualquier exposición a la imtemperie de cabeza para abajo.
Visto como lo cuentas, pues hay que estar de acuerdo contigo en algunas cosas como las fritangas al sol abrasador de algunas/os y la inmersión en aguas heladas para su consuelo. Para la circulación debe ser bueno...
En lo de las excursiones por el campo, yo siempre he disfrutado como una loca con mi hermano, conocedor de cualquier bicho que coge y hace tocar diciéndome: -ves?, si no hace nada.
Colecciona escarabajos!
Ais, aún recuerdo a EDU espachurrando su plátano maduro en el postre!!!
Un gusto pasar por tu espacio y leerte.
Prometo volver.
Te abrazo
MentesSueltas
Pues, ves tú? A esa costumbre yo me podría adaptar perfectamente. Se entiende, además, que con el invierno tan frío que pasan, pues que los pobres puedan saborear un poco el sol... Y todo lo que te inspira ese paisaje. Eso no tiene precio!
Hola a todos!
Gracias por vuestros comentarios.
A vuelalto: yo, hija, es que soy una planta de interior. Aunque cada año, el campo me gusta más. O sea, el aire libre. Por lo que dice Te de Llimona: después del duro invierno...Es lo que tiene. Aún así, creo que también ayuda a disfrutar lo que tú dices: cuando puedes reconocer las plantas o ver los bichitos (en un sitio en donde la naturaleza es tan exhuberante como en Austria) la verdad es que mola mucho.
A mi hermano: te prometo que lo tenía ya escrito jajajaja! Está en la segunda parte. Ahora que, de todas maneras, en internet se nombra lo espachurrado pero no al espachurrador jajajaja. Aunque han pasado tantos años que igual da un poco lo mismo ¿No? Si puedes, pásaselo a Nieto, que seguro que le gustará. Un día de estos también hablaré del ruso. Cuídate, nene.
A Mentes Sueltas: Bienvenido, muchas gracias por tus elogios y espero que te pases muchas veces y dejes muchos comentarios.
A Te de Llimona: como decía más arriba, a mí me gusta más cada día. Aunque también te digo que lo que no me tomo tan a coña es que, entre la exhuberancia estén los mosquitos. Ayer me picaron en las piernas y, como soy alérgico al veneno tengo la pantorrilla al doble de su tamaño normal :-( Pero aún así, todo es muy bonito. Las flores que sólo ves en las floristerías crecen en estado salvaje. Mola mil.
Saludetes a todos
Antón Garcia Abríl ¿que grande!
Hola Joako: por cierto, el compositor de la música del himno de mi Universidad...
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