Aniversarios Felices
28 de Junio.- Este fin de semana se han cumplido dos aniversarios que tienen que ver con la lucha, siempre legítima, de la gente normal por un mundo mejor. Ayer se cumplieron cuarenta años de la revuelta cívica (no precisamente pacífica) que protagonizaron los homosexuales neoyorkinos en 1969 tras una redada en el bar Stonewall. Y ayer también se cumplieron veinte años de una foto histórica.
Corría el año 1989 y lo que se llamó el Socialismo Real daba sus últimas boqueadas. Aunque, en aquel momento, no se supiera con certeza lo cierto es que el invierno rojo estaba empezando a deshelarse poco a poco. Ante la imposibilidad de mantener funcionando una economía planificada, algunos países de la antigua órbita socialista, aprovechando que el Pisuerga pasaba por la Perestroika de Gorbachov, habían empezado a aflojar sus vínculos con la Unión Soviética. Para aquel 27 de Junio de 1989 (tan lejos, tan cerca) Polonia se había encaminado con decisión hacia una solución democrática y Hungría se había alejado hacía mucho tiempo de lo que el secretario general de su partido comunista llamaba “el comunismo del gulag”.
Pues bien: aquel día de verano de 1989, el entonces ministro de exteriores austriaco, Herr Alois Mock, y el ministro de asuntos exteriores de la República de Hungría, Señor Gyula Horn, escogieron un punto de la frontera austro-húngara cercano a la localidad de Sankt Margarethen para escenificar la ruptura del telón de acero. Una barrera nacida de la guerra fría que había costado no sólo la separación de las dos Alemanias, sino también las vidas de muchas personas que habían querido abandonar el comunismo para pasar a los espacios europeos democráticos.
Nadie sospechaba entonces que al muro de Berlín (el muro por antonomasia) le quedaban pocos meses de vida y ni el señor Mock ni el señor Horn podían imaginarse que miles de alemanes del este iban a aprovechar la celebración del llamado Picnic Paneuropeo para escapar del comunismo a través de la recién abierta frontera húngara. Aquel verano, la región austriaca de Burgenland se llenó de personas que, ingenuamente, pensaban que los perros capitalistas andaban por la calle sujetos con largas longanizas. Y el mundo creyó, por enésima vez, en que la realidad podía ser un poquito mejor.
Hoy, el señor Mock es un anciano de setenta y cinco años aquejado por una grave enfermedad (salió el otro día en las noticias austricas y está pa´los leones, el pobre) y el señor Horn probablemente rumie su frustración a propósito de lo que el capitalismo ha traido a los antiguos países del este. De Mihail Gorbachov sí que sabemos que hace campañas publicitarias para Louis Vuitton.
Ayer, mientras veía las imágenes de los antiguos coches Trabant –el automóvil proletario que se fabricaba en la DDR y que venía a ser a los coches lo que el Polláfono de Chávez a los teléfonos- no dejaba de acordarme de cuando estuve en el punto exacto que hace de frontera entre Austria y Eslovaquia (la vieja ciudad de Bratislava, gris y brumosa al fondo). Es un canal que atraviesa una zona boscosa y que muere en el Danubio. Tendrá de ancho lo que el salón de mi casa y una profundidad de un par de metros. En el otoño, el agua verdosa se cubre de hojarasca. Resulta el lugar ideal para pasear.
Hoy en día cuesta creer que muchas personas anónimas murieron al intentar atravesarlo, abatidos como piezas de caza. Cuesta creer que aquello sucediese hace tan poquitos años y cuesta creer que estemos empezando a olvidar la lección.
Tan pronto.
Corría el año 1989 y lo que se llamó el Socialismo Real daba sus últimas boqueadas. Aunque, en aquel momento, no se supiera con certeza lo cierto es que el invierno rojo estaba empezando a deshelarse poco a poco. Ante la imposibilidad de mantener funcionando una economía planificada, algunos países de la antigua órbita socialista, aprovechando que el Pisuerga pasaba por la Perestroika de Gorbachov, habían empezado a aflojar sus vínculos con la Unión Soviética. Para aquel 27 de Junio de 1989 (tan lejos, tan cerca) Polonia se había encaminado con decisión hacia una solución democrática y Hungría se había alejado hacía mucho tiempo de lo que el secretario general de su partido comunista llamaba “el comunismo del gulag”.
Pues bien: aquel día de verano de 1989, el entonces ministro de exteriores austriaco, Herr Alois Mock, y el ministro de asuntos exteriores de la República de Hungría, Señor Gyula Horn, escogieron un punto de la frontera austro-húngara cercano a la localidad de Sankt Margarethen para escenificar la ruptura del telón de acero. Una barrera nacida de la guerra fría que había costado no sólo la separación de las dos Alemanias, sino también las vidas de muchas personas que habían querido abandonar el comunismo para pasar a los espacios europeos democráticos.
Nadie sospechaba entonces que al muro de Berlín (el muro por antonomasia) le quedaban pocos meses de vida y ni el señor Mock ni el señor Horn podían imaginarse que miles de alemanes del este iban a aprovechar la celebración del llamado Picnic Paneuropeo para escapar del comunismo a través de la recién abierta frontera húngara. Aquel verano, la región austriaca de Burgenland se llenó de personas que, ingenuamente, pensaban que los perros capitalistas andaban por la calle sujetos con largas longanizas. Y el mundo creyó, por enésima vez, en que la realidad podía ser un poquito mejor.
Hoy, el señor Mock es un anciano de setenta y cinco años aquejado por una grave enfermedad (salió el otro día en las noticias austricas y está pa´los leones, el pobre) y el señor Horn probablemente rumie su frustración a propósito de lo que el capitalismo ha traido a los antiguos países del este. De Mihail Gorbachov sí que sabemos que hace campañas publicitarias para Louis Vuitton.
Ayer, mientras veía las imágenes de los antiguos coches Trabant –el automóvil proletario que se fabricaba en la DDR y que venía a ser a los coches lo que el Polláfono de Chávez a los teléfonos- no dejaba de acordarme de cuando estuve en el punto exacto que hace de frontera entre Austria y Eslovaquia (la vieja ciudad de Bratislava, gris y brumosa al fondo). Es un canal que atraviesa una zona boscosa y que muere en el Danubio. Tendrá de ancho lo que el salón de mi casa y una profundidad de un par de metros. En el otoño, el agua verdosa se cubre de hojarasca. Resulta el lugar ideal para pasear.
Hoy en día cuesta creer que muchas personas anónimas murieron al intentar atravesarlo, abatidos como piezas de caza. Cuesta creer que aquello sucediese hace tan poquitos años y cuesta creer que estemos empezando a olvidar la lección.
Tan pronto.
2 comentarios:
Al final resultó que esos vaticinios de exodos masivos al otro lado no fueron tales, ni ahora que ya es paso libre, como aún entonces me temia la inmigración es mas abundante del sur.
Tan cerca y tan lejos...
Uy! No te creas. Aquí hubo una buena oleada que se engrosó cuando las guerras yugoslavas. A nosotros no nos llegó tanto porque estábamos más lejos. A partir de 2011, por cierto, el mercado laboral austriaco estará abierto libremente a los trabajadores del este. Puede ser que haya otra tercera oleada...
Un abrazo
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