Do you remember?
13 de Junio.- Me bebo el café a toda prisa, como todas las mañanas. Me desnudo, salto a la ducha. Mientras compruebo la temperatura del agua suena la cuña de autopromoción de Radio Wien, anunciándole a quien quiera escucharlo que “una ciudad entera se despierta”. Luego, empieza a sonar la música (September, de Earth, wind and fire). Me echo a reir. Instantaneamente me veo bailando en la mejor fiesta de mi vida.
La cadena de televisión en la que trabajaba entonces conmemoraba sus primeros diez años de existencia. Para celebrarlo, la dirección alquiló una de las mejores discotecas de Madrid. Un gran espacio ovalado, luces de otra época (fachada y estructura interior básica, por cierto, protegidas por tratarse de uno de los pocos edificios art decó que quedan en la capital).
Llegué pronto, recuerdo, y empecé a encontrarme con compañeros de un trabajo que, aún en aquellos días, me parecía la antesala de la gloria. Era joven, todavía me creía inmortal, y estaba trabajando en la empresa que soñaba desde niño ¿Qué más podía pedir? Quizá seguir ascendiendo. Algún día, quizá, ponerme delante de una cámara (la tele no era aún el lodazal en el que se ha convertido hoy o, lo era, y yo no me daba cuenta).
Las redactoras de un programa de vídeos de caídas y tortazos tomaban cócteles formando un animado círculo cerca de la barra (aún surge alguna de vez en cuando, melancólico fantasma, en la versión internacional de TVE o en alguna cadena autonómica). Me acerqué a ellas, me saludaron cariñosas. Empezó a sonar Blame it on Boogie y empezamos a empalmar una canción con otra. Serían las nueve y media. Terminamos a las cuatro.
En aquellos días (hace ya diez años) yo no bebía alcohol. Una cocacola me basaba para alcanzar la euforia necesaria para estar bailando toda la noche. Una tras otra, las canciones se sucedían; sudoros, ignorante de la noche de diciembre que, afuera, acharolaba las aceras, yo bailaba celebrando la felicidad de estar vivo y de tener el viento a mi favor. A eso de las tres, me subí a uno de los cilindros que los gogós usan para peinar el denso aire surcado por los láseres. Debajo de mí, una multitud de cabezas dibujaba todo un mundo de perfiles imprecisos.
De pronto, sentí un tirón en el pantalón. Bajé los ojos. Una vocecita infantil que salía de un cuerpo alto y desgarbado, me dijo desde las profundidades de la pista:
La cadena de televisión en la que trabajaba entonces conmemoraba sus primeros diez años de existencia. Para celebrarlo, la dirección alquiló una de las mejores discotecas de Madrid. Un gran espacio ovalado, luces de otra época (fachada y estructura interior básica, por cierto, protegidas por tratarse de uno de los pocos edificios art decó que quedan en la capital).
Llegué pronto, recuerdo, y empecé a encontrarme con compañeros de un trabajo que, aún en aquellos días, me parecía la antesala de la gloria. Era joven, todavía me creía inmortal, y estaba trabajando en la empresa que soñaba desde niño ¿Qué más podía pedir? Quizá seguir ascendiendo. Algún día, quizá, ponerme delante de una cámara (la tele no era aún el lodazal en el que se ha convertido hoy o, lo era, y yo no me daba cuenta).
Las redactoras de un programa de vídeos de caídas y tortazos tomaban cócteles formando un animado círculo cerca de la barra (aún surge alguna de vez en cuando, melancólico fantasma, en la versión internacional de TVE o en alguna cadena autonómica). Me acerqué a ellas, me saludaron cariñosas. Empezó a sonar Blame it on Boogie y empezamos a empalmar una canción con otra. Serían las nueve y media. Terminamos a las cuatro.
En aquellos días (hace ya diez años) yo no bebía alcohol. Una cocacola me basaba para alcanzar la euforia necesaria para estar bailando toda la noche. Una tras otra, las canciones se sucedían; sudoros, ignorante de la noche de diciembre que, afuera, acharolaba las aceras, yo bailaba celebrando la felicidad de estar vivo y de tener el viento a mi favor. A eso de las tres, me subí a uno de los cilindros que los gogós usan para peinar el denso aire surcado por los láseres. Debajo de mí, una multitud de cabezas dibujaba todo un mundo de perfiles imprecisos.
De pronto, sentí un tirón en el pantalón. Bajé los ojos. Una vocecita infantil que salía de un cuerpo alto y desgarbado, me dijo desde las profundidades de la pista:
-Oye, ¿Dónde las has comprado?
Tuve que dejar de bailar:
-¡¿Qué?!
-¡Que dónde las has comprado!
-¿El qué he comprado?
-Las pastis, que quién te las ha vendido.
Me eché a reir:
-¡Hijo, esto es todo natural! A mí me pone así el aceite de oliva.
El que necesitaba de apoyos para seguir divirtiéndose se dirigió a la compañera que, con una bufanda en la cabeza, bailaba a mi lado y le preguntó:
-Oye ¿Me puedes decir dónde habéis comprado las pastis? Es que él no me lo quiere decir.
No le hicimos más caso.
A las cuatro de la mañana decidí retirarme. Algunos cuerpos desmadejados, vencidos por una barra libre demasiado propicia, yacían ya sobre los afelpados canapés. Agunos malintencionados ya espiabn las sombras buscando besos furtivos, historias puntiagudas que contar al día siguiente.
Cuando las puertas se cerraron detrás de mí me saludó el aire helado de la calle. Aquella noche se habían concentrado todas las cenas de empresa de aquella navidad. Tuve que andar más de cinco kilómetros bajo la helada hasta que encontré un taxi que llevó a casa lo que quedaba de mí.
5 comentarios:
Y quién te hubiera dicho entonces que así tendrías algo que contar en el blog un día. :-)
Hola! Gracias por tu comentario. La verdad es que aquella fiesta fue genial y aquella una de las anécdotas que me pasaron. Supongo que, al hecho de estar divirtiéndome con una gente que me caía fenomenal, también se unió el que la música fuera muy de mi gusto. Y como me encanta bailar...En fin, la noche perfecta :-)
Buena historia, y lo de las pastis un detalle curioso... triste, pero curioso al fin y al cabo...
Ha habido una frase que has nombrado... el viento a favor y me he acordado de una canción de Enrique Bunbury que a mi me trae muchos recuerdos. Escúchala si no la conoces. Me encanta:
http://www.youtube.com/watch?v=ACdZ16bD97Y
Un saludo!
Creo que a mi me invitaron a una fiesta tras la premier de prensa de la pelicula "The Doors" de Oliver Stone, la disco está muy bien y si encima es gratis, aunque a diferencia de ti yo no era tan buen chico, y me largue con una italiana pelandrusca que conocí aquella misma noche, si es la nmisma disco esta es mi historia en ella (porque creo que la foto me la recurda) Bye
Hola a los dos!
Gracias por vuestros comentarios.
A Jorge: la verdad es que en aquella época me pareció gracioso pero hoy soy más de tu opinión. No sé qué habrá sido de esta persona. En cuanto a Bunbury, me gusta, pero me gustaría más si tuviera más sentido del humor. Creo que es el Raphael del siglo XXI (y no te ofendas, que lo digo como un elogio: me encanta Raphael).
a Joako: creo que es la misma discoteca, sí. Mira qué suerte que te encontraste con la italiana pelandrusca. Yo me volví de vacío a casa y además, congelao :-)
Abrazos
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