24 de Julio.- La zona del lago Neusiedl que colinda con la ciudad de Neusiedl am See es un destino vacacional bastante elegante.
A este lugar de Centroeuropa, declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad, llegan turistas de todos los rincones del ámbito de lengua alemana (nuestros vecinos los Piefkes sobre todo, pero también suizos), así como familias procedentes de los paises del antiguo telón de acero. Durante las casi cuatro décadas que duró la hegemonía soviética sobre los países de la órbita de la URSS, el lago Neusiedl se convirtió en la frontera entre dos mundos. Hoy, lo surcan barquitos de vela y de motor eléctrico (los motores de gasoil están prohibidos), las apacibles abuelas se remojan las piernas varicosas en sus aguas, los chiquillos contribuyen a que su riqueza hídrica no se agoste y los adolescents, montados en armatostes que juegan con el viento, hacen de estas costas centrales un remedo de Malibú o de Haway.
Ayer, después de todo un día navegando por el lago en el barco de unos amigos, fui a tomar algo al Mole West, sin duda el establecimiento más chic de la zona. Me puse el pantaloncito estrecho y la camiseta de los conciertos (en mi caso el pantalón era más bien ancho porque la noche anterior me habían comido los mosquitos que viven en estas idílicas marismas) y me puse a codearme con los profesionales liberales que tienen su barquito atracado en el club náutico, y los hijos de (Buena) familia que se pasean con barba de tres días, boardshort y gafas de sol por las escuelas de surf.
Di que estaba yo disfrutando de mi Aperol Spritzer (la bebida que se puso de moda la temporada pasada) cuando de pronto, se empezó a ver en el cielo (sobre Viena, más concretamente) una cadena de resplandores blancos. Durante veinte minutos estuvieron cayendo rayos ininterrumpidamente. Se anunciaba una apocalíptica.
En cuestión de minutos, conforme el gran vórtice de la tormenta se movía hacia nosotros, las aguas limosas del lago empezaron a encresparse; volaron las servilletas de cóctel de las mesas y las palmeras empezaron a bailar una danza desmelenada prisioneras en sus tiestos. Los camareros quitaron
-!Hay un barco en medio
Los curiosos corrieron al borde exterior
Sin embargo, la oscuridad , solo rota por los relámpagos secos, era impenetrable.
-!Tiene un ancla, no se va a hundir! –fue lo ultimo que oí.
Lo más sensato parecía volver a casa. Y así lo hicimos. De camino al aparcamiento, volaban por el aire todo tipo de objetos; los saltamontes se estrellaban contra las farolas, las patas desmadejadas
Al llegar a casa, la alarma
Hasta las tres de la madrugada han estado saliendo los bomberos. Algunos accesos a Viena han quedado inundados.
2 comentarios:
Parece que las tormentas son muy democraticas, son casi iguales en toda Europa, otra cosa será en países mas pobres.
Hola!
Tienes toda la razón: hace poco hicieron un estudio (creo que con ocasión del Mitch) y lo que en América del Sur causó las desgracias que causó,en Suiza -o en Austria- hubiera causado diez muertos.
Un abrazo
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