5 de Agosto.- Querida sobrina: no te creas que, porque no te escribo, te tengo olvidada. Ni mucho menos. Sé que creces, que estás desarrollando una empatía especial con los animales y que te abres paso, lentamente, en el mundo de la (in)comunicación que nos separa a todos.
De esto quería hablarte hoy, sobrina. De la comunicación. O de su falta, que es la causa de muchos males de este mundo. Tú ahora eres pequeña, Ainara, y no te das cuenta. Pero el lenguaje, ese vehículo que hace posible que tú y yo mantengamos esta conversación (toda lectura lo es) también nos separa. Y cuánto.
No fue hasta muy tarde en mi vida (en la década de mis veinte) cuando, por casualidad, un profesor que me enseñaba semiótica me explicó de pasada algo que yo había experimentado desde que tenía memoria. El Sr. Urrutia (Jorge, gran poeta, según dicen, pero excelente profesor en cualquier caso) explicó que, con la adquisición del lenguaje perdemos memoria de la prehistoria de nuestra vida. Simplemente porque no podemos expresarla.
Cuando era pequeño, sobrina, recuerdo como una constante la incapacidad de traducir a palabras algunos de mis estados de ánimo. Las palabras, tan toscas, tan llenas de ángulos, eran incapaces de adaptarse a aquellas realidades que eran curvas, matizadas. Intuía, ya entonces, que aquella incapacidad del lenguaje para expresar lo más íntimo de nosotros, iba a ser la causa de no pocos problemas en mi vida. Desde entonces, o sea, desde que tengo memoria, el comunicarme con los demás, el hacerlo con propiedad (pensar lo que digo para decir lo que pienso) se ha convertido en una de esas marcas de fábrica que me definen como persona. La constatación diaria de mi fracaso, de nuestro fracaso colectivo, Ainara, no es más que un acicate para levantarme al día siguiente e intentar transmitir mejor lo que siento. Para tender puentes, aunque sea imperfectos, hacia esas otras islas que son los demás y cuyo interior conozco tan poco.
La mayoría de la gente no se da cuenta de esto que te estoy diciendo e, incluso, los más obcecados, creen que los demás podemos escuchar la voz que les habla dentro de la cabeza. Esa voz que es tan íntima, ese interlocutor que nos define como criaturas pensantes. Sin embargo, no hay nada más instructivo que intentar vernos a nosotros mismos desde fuera y descubrir, perplejos (cuando no horrorizados) cómo nos ven los otros. Como seres que hablan y se mueven pero en cuyo interior nadie puede penetrar si nosotros no abrimos puertas y ventanas.
Es necesario hablar, Ainara. Hablar con la intención de comunicarse, claro. Darle a entender a la gente lo que uno siente, lo que le está pasando por la cabeza, explicarles lo que nos parecen sus acciones para con nosotros, enseñarles nuestro interior. Es necesario que nos conozcan, Ainara. Sólo así, vistos por los ojos de los otros, nos convertimos en seres humanos. La persona que no habla de sí mismo para explicarse es un minotauro preso en su laberinto. Un ser condenado a la soledad.
Y el que habla, también piensa, Ainara. El lenguaje, aunque es un instrumento imperfecto, un acuerdo de mínimos, nos modela, crea nuestra realidad ante nosotros mismos y ante los otros. Por eso hay que perfeccionarlo cada día, convertirlo en nuestro vehículo, dotarlo de gracia, de color, de sofisticación, de profundidad; sólo así tendrá gracia, color y sofisticación el retrato que hagamos de nosotros mismos.
Besos de tu tío,
De esto quería hablarte hoy, sobrina. De la comunicación. O de su falta, que es la causa de muchos males de este mundo. Tú ahora eres pequeña, Ainara, y no te das cuenta. Pero el lenguaje, ese vehículo que hace posible que tú y yo mantengamos esta conversación (toda lectura lo es) también nos separa. Y cuánto.
No fue hasta muy tarde en mi vida (en la década de mis veinte) cuando, por casualidad, un profesor que me enseñaba semiótica me explicó de pasada algo que yo había experimentado desde que tenía memoria. El Sr. Urrutia (Jorge, gran poeta, según dicen, pero excelente profesor en cualquier caso) explicó que, con la adquisición del lenguaje perdemos memoria de la prehistoria de nuestra vida. Simplemente porque no podemos expresarla.
Cuando era pequeño, sobrina, recuerdo como una constante la incapacidad de traducir a palabras algunos de mis estados de ánimo. Las palabras, tan toscas, tan llenas de ángulos, eran incapaces de adaptarse a aquellas realidades que eran curvas, matizadas. Intuía, ya entonces, que aquella incapacidad del lenguaje para expresar lo más íntimo de nosotros, iba a ser la causa de no pocos problemas en mi vida. Desde entonces, o sea, desde que tengo memoria, el comunicarme con los demás, el hacerlo con propiedad (pensar lo que digo para decir lo que pienso) se ha convertido en una de esas marcas de fábrica que me definen como persona. La constatación diaria de mi fracaso, de nuestro fracaso colectivo, Ainara, no es más que un acicate para levantarme al día siguiente e intentar transmitir mejor lo que siento. Para tender puentes, aunque sea imperfectos, hacia esas otras islas que son los demás y cuyo interior conozco tan poco.
La mayoría de la gente no se da cuenta de esto que te estoy diciendo e, incluso, los más obcecados, creen que los demás podemos escuchar la voz que les habla dentro de la cabeza. Esa voz que es tan íntima, ese interlocutor que nos define como criaturas pensantes. Sin embargo, no hay nada más instructivo que intentar vernos a nosotros mismos desde fuera y descubrir, perplejos (cuando no horrorizados) cómo nos ven los otros. Como seres que hablan y se mueven pero en cuyo interior nadie puede penetrar si nosotros no abrimos puertas y ventanas.
Es necesario hablar, Ainara. Hablar con la intención de comunicarse, claro. Darle a entender a la gente lo que uno siente, lo que le está pasando por la cabeza, explicarles lo que nos parecen sus acciones para con nosotros, enseñarles nuestro interior. Es necesario que nos conozcan, Ainara. Sólo así, vistos por los ojos de los otros, nos convertimos en seres humanos. La persona que no habla de sí mismo para explicarse es un minotauro preso en su laberinto. Un ser condenado a la soledad.
Y el que habla, también piensa, Ainara. El lenguaje, aunque es un instrumento imperfecto, un acuerdo de mínimos, nos modela, crea nuestra realidad ante nosotros mismos y ante los otros. Por eso hay que perfeccionarlo cada día, convertirlo en nuestro vehículo, dotarlo de gracia, de color, de sofisticación, de profundidad; sólo así tendrá gracia, color y sofisticación el retrato que hagamos de nosotros mismos.
Besos de tu tío,
4 comentarios:
No me sé expresar, pero este post me ha encantado. Me gustan todos los que le dedicas a tu sobrina, pero este, me ha llegado al alma. Supongo que porque yo también me he planteado, aunque no fuera con tus palabras, lo de la comunicación/ incomunicación.
Me encanta este post. Y ya no sólo nos comunicamos-incomunicamos con la palabra. También dice muy el tono, el gesto...
Tengo una anécdota un poco tonta pero que refleja el problema:
Un día estábamos mi marido (francés), una amiga y yo (de Alava y Donosti, respectivamente), no sé que le pedí a mi marido... pero el pensó que se lo decía en plan borde... Mi amiga y yo nos miramos y le explicamos que se lo había pedido "normalmente".
Pues si esto pasó con mi marido (con el que llevo 14 años...) imaginaros lo que puede entender alguien que no te conoce de nada.
Saludos
Hola herpato. Ahora que Ainara todavía no puede hablar, veo en ella gestos "primitivos" que seguramente luego pierda como bien dices. De hecho, creo que sus gestos de alegría y tristeza son más potentes que los que una persona "contaminada" por el lenguaje expresa ya que aún no tiene el desahogo que da la palabra.
Bonito post.
Besos.
Hola!
Gracias por vuestros comentarios y perdón por haber tardado tanto en contestarlos.
A Amelche: es un tema vital para la convivencia y es muy sorprendente que haya tantísima gente que no se lo plantee. Tienes razón. Me alegro de que te haya gustado.
A María: te entiendo perfectamente. Una diferencia que tú también habrás notado: en España decimos por favor con el tono de la voz: "Me puedes abrir esa ventana?" o "Anda, bájate a la panadería y compra una barra de pan". Pero aquí decir por favor y gracias es VITAL para tu supervivencia social.Son cosas que si uno no se las explica al otro (o no te las explican a ti) pueden dar al traste con cualquier relación, de la naturaleza que sea.
A mi hermano: yo esto también me lo he planteado. Dicen que con la edad vemos más claro, que los colores se van apagando (claro, el sensor, que pierde sensibilidad; aunque papá todo lo azul lo ha visto verde de toda la vida, pero bueno). Pero yo pienso que las emociones son igual, que son más intensas cuando eres pequeño. Y que tu única forma de comunicación sea la mímica también ayuda, supongo.
Saludetes
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