Penélope Cruz en un folleto del Votiv Kino

Zerrissene Unarmungen (Los abrazos rotos): Previo

7 de Agosto.- El miércoles por la tarde hacía fresco. Después de trabajar me eché a la calle para pasear un rato. El distrito siete, el antiguo búnker antiaéreo que sirve de cobijo a la Haus des Meeeres (ese acuario en el que uno entra y no puede evitar la tentación de pensar que está bajo tierra); la puerta del Apollo Kino, raramente solitaria. Andando andando, llegué a Pilgrammgasse y, de ahí, me llegué al Film Casino. El vestíbulo estaba desierto y, detrás de la bancaria ventanilla de la taquilla había un chaval con edad suficiente para andar atracando supermercados. Llevaba una camiseta roja y, por su actitud algo insegura y un pelín demasiado obsequiosa, se notaba que llevaba poco tiempo en el puesto.


-Guten Abend.
-Guten Abend, ¿Qué se le ofrece? -me dijo el de rojo.
-¿Puedo comprar hoy entradas para el viernes?

El chaval se quedó parado y puso cara de (!).

-Hombre, supongo que sí.
-Entonces quiero dos ¿Cuándo son los...los pases? –me costó encontrar la palabra en alemán.
-A las seis y a las ocho y media.
-A las ocho y media entonces.
-¿Y dónde se quiere usted sentar?
-Mitte-Mitte- lo cual, en lengua vernácula quiere decir que uno quiere sentarse en el centro geométrico del patio de butacas, áurea mediocritas del espectador cinematográfico vienés.
-Pues son dieciocho euros.
-Pues aqui tiene usted
–aquí, a los taquilleros, aunque pueda uno ser su tío, se les trata de usted.


Un papelito con un vale por dos butacas pasó por debajo de la ventanilla. Lo recogí con cuidado y lo metí, casi con unción, en la cartera.


-Schönen Abend –“Buenas tardes tenga usted”.
-Schönen Abend.


Felicísimo, ufano, deseando ya que llegase la tarde del viernes, me acerqué a una mesa cercana en donde estaban expuestos varios montoncitos de folletos que exhalaban un agradable perfume de gafapastismo.
Cogí dos: el programa de la peli que iba a a ver y otro, publicitario, en el que ella posaba con una peluca rubia que le sienta muy bien. Es una imagen que lleva dando vueltas por los periódicos locales desde principios de la primavera. Cruz, la temperamental, ahora es rubia. La española de sangre caliente se parece a Audrey Hepburn. Penélope Cruz, la hermosa entre las hermosas. Tópicos con sabor a sangría.
Fuera del cine, un vientecillo húmedo arrastraba los papeles en un otoño anticipado. Pensando ya en este post, crucé la calle e hice una foto a la puerta del cine (ver flickr). Cuando me estaba dando la vuelta para enfilar el camino de mi casa, escuché una voz a mi espalda.


-¡Eh! ¡Eh! Usted...Perdone.

Era el presunto atracador de supermercados. En ese momento, fui yo el que puso cara de (!). Hecho una pura disculpa, el chaval cruzó la calle apresuradamente.


-Creo que he cometido un terrible error. En vez de venderle una entrada para las ocho y media se la he vendido para las seis.


Mientras sacaba el boleto de la cartera, decidí tranquilizarle con una sonrisa. De despistado profesional a despistado profesional.


-No pasa nada. Diese Sachen pasieren, hombre.

-Lo siento mucho, de verdad. Es tut mir wirklich leid.
-No pasa nada, no pasa nada.


Entré de nuevo al cine y repetimos toda la operación. Una desilusión, porque, si bien a las seis yo era el primero que había sacado entradas, para la sesión de las ocho y media, ya había personas que se me habían adelantado a la caza del Mitte-Mitte.
Y es que, queridos lectores, quien en estos tiempos crueles piense que es único, va de cráneo.

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