Me llaman mala persona
29 de Octubre.- Los estudiantes salieron ayer a la calle por fin, hartos, suponemos, de estar encerrados en las aulas de las universidades . Su gozo en un pozo, en cualquier caso; porque a quien se dirigían ha puesto pies en polvorosa y ha aceptado una secretaría en Bruselas. De todas maneras, quincemil personas en el Ring (son cifras que da el Heute) son muchas personas. Una estudiante con la que hablé el otro día me expresó su escepticismo. No parece probable que los estudiantes austriacos tumben Bolonia (a estas alturas) pero sí que quizá el Gobierno le dé una pensadita a lo que está pasando con las Universidades de este país; otrora su orgullo y hoy la preocupación de muchos de sus habitantes que ven cómo las aulas se masifican y cómo la formación pierde calidad.
Mientras ayer los manifestantes marchaban de la seráfica manera que es costumbre aquí(o sea, sin romper ninguna pieza de mobiliario urbano ni estropear ninguna estatua del ornato público) yo cocinaba un pollo siguiendo una receta de mi señora madre (ver barra lateral). Por cierto (yo fui el primer sorprendido) me salió riquísimo. Mientras cenaba estuve comprobando como la España de mis amores se revolcaba en el lodazal en que se ha convertido su vida pública últimamente.
En la tele se escenificaba la brecha: en Telemadrid (para mis lectores de fuera de España, dependiente de un gobierno autonómico fuertemente conservador –por tanto, furiosamente antigubernamental-) dos señoras de unos setenta años, peinadas de peluquería y equipadas con sus correspondientes conjuntos de traje de chaqueta y perlas, se movían por un lujoso piso de una zona céntrica intentando localizar fantasmas. En Televisión Española (apegada, como es tradición, al Gobierno que toque, de signo socialista en estos últimos tiempos) ponían El Coro de mi Cárcel.
Como estaba solo en casa y los trasgos me dan miedito, me quedé a ver a los cantantes de la trena. Tengo que reconocer que el formato me enganchó pero que hubo cosas en él que no me terminaron de gustar.
Consiste la cosa en que un grupo de reclusos de ambos sexos asisten a clases de canto con un profesor, para formar un coro. Como Sister Act, pero entre rejas. Por el camino, se abren tres líneas narrativas: por un lado, los presos cuentan sus historias (dramáticas); por otro, se cuentan los incidentes grandes y pequeños del coro y hay una calle de enmedio, mixta, que mezcla las dos.
A favor: el tono documental, muy fresco, de las intervenciones de los presos. La dignidad con la que eran tratados durante la mayor parte del tiempo. Aunque canta mucho que las entrevistas están escenificadas, la cosa recuerda mucho a la manera que tenía Pier Paolo Passolini de dirigir actores no profesionales. Incluso, hay ratos en que los protagonistas de la cosa se olvidan de que hay cámara y son ellos mismos. Frescos, graciosos, espontáneos. Esa es una de las cosas que, por cierto, más me gustó: el tópico es que la cárcel es un sitio sórdido pero lo cierto es que los presos de este programa se reían bastante algunas veces.
En contra: un buenrollismo general que rechinaba un poco y que, en muchos momentos, era paternalismo puro y duro. No solo por parte del protéico profesor de canto sino también del representante de La Ley en este tinglado. Un señor que es presentado como Funcionario de Prisiones, el cual contaba las cosas desagradables que pasaban con el mismo tono que, cuando siendo pequeños jugábamos a la oca o al parchís, nos comían una ficha. Ejemplo: plano de profesor de música vestido como para salir por Malasaña, sonriente, sentado a su órgano en una clase impoluta. Paneo de cámara. Se abre la puerta de la clase. Entra Funcionario de Prisiones (con un gran parecido, por cierto, al actor americano Jerry Orbach). FP y PM se saludan y FP dice, poniendo cara de “me han comido una ficha, colega, y estoy fatal”:
-Que vengo a comunicarte que XXX ha pedido salir del curso.
-¡Pero qué me dices! ¡Qué contrariedad! –subtexto: “¿La ficha roja? Esa a la que le tenías tanto cariño? Tío, tío, tío: estoy superdesolado”.-¿Y no se puede hacer nada?
FP mueve la cabeza. PM hace un mohín. FP sale de la habitación por donde ha entrado.
Y uno siente la tentación de decirle al Profesor y al Funcionario que los presos son personas adultas y no víctimas de algún tipo de discapacidad psíquica de naturaleza misteriosa. No sé si me explico.
Lo peor del programa es que uno piensa que el buen rollo general puede romperse en cualquier momento: en cuanto la realidad entre por la puerta.
1 comentario:
La cárcel es muy dura, pero el solo hecho de participar en algo así es que se someten a unas reglas y privilgian por un tiempo, pero vemos a los principes, no lo olvides.
El formato creo que va por su segunda temporada, el año pasado sorprendió con una audiencia aceptable. Yo lo seguí poco, pero he de reconocer que es interesante.
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