Uno de los payasos del circo Roncalli esta mañana, en la Plaza del Ayuntamiento de Viena

Strada del Sole

18 de Octubre.- Una de las cosas que he aprendido viviendo en Austria es la importancia del sol. Después de una casi una semana sin verlo, empiezo a sentir su falta. Es una necesidad que está siempre ahí, latente, pero que se manifiesta con especial virulencia cuando, como hoy, va uno por la calle y, de pronto, el velo de nubes grises y pesadas se abre y deja pasar esa luz plateada y algo triste que el sol da aquí en invierno. Siente uno, primero, el calor, y luego la luz. Y el impulso de cerrar los ojos es inevitable, y el de pararse, y el de decir para tus adentros “que dure, que dure, que dure” y la decepción llega cuando, como sucede generalmente, no dura.


Hoy, he aprovechado la mañana dominical para dar una vuelta por el distrito uno. Mi intención inicial era ir al museo de la ciudad, que está en Karlsplatz pero, estando ya en el tranvía, me he acordado que me había parecido leer en algún sitio que había algo en la plaza del ayuntamiento, así que he decidido acercarme. Bueno: esto no es toda la verdad: lo que ha sucedido es que, mientras iba en el tranvía, el sol ha conseguido penetrar la barrera algodonosa de las nubes, y me he dicho:

-Paco: el primer mandamiento es no desperdiciar el sol, por poco que sea.

Así que he continuado hasta el Parlamento para terminar dándome cuenta de que, en la plaza del ayuntamiento vienés, lo que único que había era la carpa del circo Roncalli, que ha llegado a la ciudad.

Paciencia. Fotos y, dado que el sol intermitente calentaba un poco las aceras húmedas, decisión de dar una vuelta.

En el silencio dominical, se escuchaba el frufrú de los árboles del Ring y el rítmico golpeteo de los cascos de los caballos de los fiaker contra el asfalto. En Schottentor, una chica española ha parado en un kiosko y ha comprado El País de hoy. Paco, ¿Te lo compras tú también? Y entonces he leido el titular de la portada: “El setenta por ciento de los votantes de Rajoy considera que los sucesos de Valencia le alejan de La Moncloa”.

-Parece que Prisa y el Gobierno han firmado una tregua –me he dicho. Pero no me he comprado el periódico. Quizá es que, en el fondo, me importa un pimiento quién pueda llegar a La Moncloa.

Frente a la Schottenkirche, el sol ha vuelto ha salir y ha hecho relumbrar la bola de latón dorado de la sala de exposiciones que el Bank Ausria tiene en las cercanías.

Me he metido la mano en el bolsillo. Esta semana me ha sobrado mucho suelto del súper ¿Qué mejor manera de gastarlo?

La exposición –buenísima, por cierto- se llama PAst, PResent,FuTure y consiste en obras de la colección del conglomerado bancario al que pertenece el Bank Austria (Unicredit Group, se llama el convoluto). Fotografías hábilmente colocadas junto a obras clásicas; trabajos ordenados no por épocas, sino por afinidad temática. Un placer. Al salir de la exposición, en la librería del Austria Forum (¿Se llama así la sala?) había una mujer sentada en un sofá hojeando uno de los ejemplares de exposición. La señora, de unos sesenta años, contemplaba bastante concentrada una lámina que mostraba un primer plano de un piercing de los que se llaman Príncipe Alberto (sólo de verlos da muchísima cosa, porque un Príncipe Alberto es un aro de metal que te taladra el glande: ya son ganas, coleguita).

Al salir, los nublados se habían resuelto en un chubasco. La gente corría a refugiarse del agua fría y molesta. Los coches de caballos aceleraban la marcha (más de un conductor se habrá alegrado) y a mí me ha picado el gusanillo y he decidido meterme en el restaurante más próximo, que ha resultado ser un Akakiko. Comida japonesa que, en mi caso, ha sido china: pato agridulce.

Remediada el hambre, calmada la congoja celeste, he continuado mi paseo, ya con la firme intención de volver a casa. Al pasar por la plaza de la catedral, los bailarines de break que hacen su agosto en el verano, se repartían la recaudación (una cifra, sospecho, algo alicaída). Yo he decidido entrar a la catedral y, cuál no sería mi indignación cuando me he dado cuenta de que, de un tiempo a esta parte, cobran entrada. Como para el circo.
No gana uno para disgustos.

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