El periódico de pasado mañana (foto: www.laopinion.es)
Trabajar (gratis) cansa (más)

4 de Noviembre.-Querida sobrina: esta semana han saltado a los medios dos noticias que, a mi juicio, son muy simbólicas del momento que está viviendo la industria de la comunicación de masas. Un momento que podría compararse con la transición que el cine hizo a principios del siglo XX, cuando pasó de ser una pantomima técnicamente asistida al arte que conocemos hoy en día.

Las noticias han sido estas: por un lado, el primer medio español exclusivamente digital con vocación masiva se ha visto obligado a cerrar debido a la marcha de su accionista de referencia (un gran banco –en el sentido de grande-); por otro lado, la empresa editora de un diario tradicional administrado por un conglomerado empresarial afín al partido actualmente en el Gobierno (arf,arf), ha presentado sus cuentas en el Registro Mercantil. Los resultados reflejan que el diario pierde cada año una cifra mareante de millones de euros (la noticia, claro, ha sido aireada por la competencia). Si la editora, en vez de periódicos, produjese quesos de Cabrales, es probable que ya no existiese como compañía. Sin embargo, el diario es mantenido en las calles a pesar de unas pérdidas millonarias al ser una empresa de marcado carácter ideológico (léase propagandístico, adjetivo que en el caso español debe traducirse de manera mucho menos neutra). Sigo.

El medio digital y el tradicional ofrecen dos modelos radicalmente opuestos de suministrar información y, sin embargo, los dos están condenados al fracaso económico. El gafapastismo militante (¡Presente!) sigue defendiendo la prensa digital frente al papel –yo estoy seguro de que se terminará imponiendo- pero, como vivimos en un mundo capitalista y hasta Pravda se ha tenido que reconvertir, incluso los periódicos digitales tienen que ser viables como negocio para poder sobrevivir.


¿Cómo lo intentó el difunto periódico de bytes? Te lo cuento porque tengo experiencia de primera mano y quizá, en el futuro, mis palabras sirvan para documentar esta etapa en la que las empresas periodísticas van corriendo de un lado para otro como pollos sin cabeza.

Pues bien: cuando supe de la existencia de este medio me ofrecí como colaborador. Me respondió una chica muy amable. Le mandé textos, le gustaron y a vuelta de correo me indicó que mis colaboraciones tendrían que ser forzosamente al mejor precio posible (para los dueños del periódico,claro). Como dice el refrán que water that you don´t have to drink leave it run, yo hice uso de mi derecho a declinar la oferta; no sin quedarme con las ganas de sugerirle a la señorita que se acercase a su panadería habitual y probase a pedir un par de barras utilizando el mismo sistema y que luego me contase los resultados. Quizá otros fueron más directos que yo porque, al cabo del tiempo, me llegó un correo que indicaba que el periódico había empezado a ofrecer un incentivo de veinte euros por artículo publicado –o sea: tú mandabas el artículo y ellos decidían si te lo publicaban o no y si ganabas las pelas: así que, en el fondo, había un tanto por ciento de posibilidades bastante alto de que siguieras trabajando gratis-.

Supongo que el mismo sistema se utilizó para reducir costes en otras áreas de la empresa (especialmente porque en España hay licenciados en periodismo a patadas que, o trabajan gratis de lo suyo, o se ganan las habichuelas de teleoperadores de LoMonaco). Para compensar esta manera tan poco ortodoxa de interpretar las relaciones laborales, el medio digital ofrecía una cultura corporativa parecida a las de las ONGs, difundiendo entre sus huestes la idea de que pertenecían al grupo de elegidos que estaban llamados a fundar el nuevo periodismo: un oficio ejercido a tiempo parcial y de manera altruista.


No quiero que me entiendas mal: rechacé colaborar con este medio no por una cuestión de dinero (si no, no escribiría este blog) sino porque me dolió el morro (de cemento Portland) con el que me ofrecieron trabajar gratis.

Quizá subyace debajo de esto el poco aprecio que se tiene por los actores cómicos y por las letras. Las dos cosas tienen en común que, quienes no las ejercen, piensan que los escritores y los cómicos (he sido las dos cosas en mi vida) pertenecemos a lo que yo llamo la “Meseocurre Corporeision”. O sea que, cuando nos sentamos al ordenador, las palabras fluyen y cuando subimos al escenario los chistes brotan con la misma facilidad que en una tarde de amigos y cañas.

Y no es así.

Besos de tu tío.

1 comentario:

JOAKO dijo...

Me parece que el periodismo va de mal en peor, encima de marcarte la linea ideologica, de publicarte solo cuando les gusta...encima te pagan si les place...o incluso pretenden que trabajes gratis...impresionante documento,¡oiga!