Un cliente en un bazar chino (foto: www.abc.es)
Películas de chinos
13 de Enero.- Querida sobrina: La última vez que estuve en España me impresionó lo que vi. A lo largo de la calle principal del pueblo de tus abuelos, los negocios de toda la vida habían cerrado o se habían convertido en bancos o en tiendas de chinos.



Los bazares orientales habían tomado antiguas oficinas inmobiliarias –forzadas a la reconversión- e, incluso, antiguos talleres de automóviles. Ha sido un proceso rapidísimo. Cuestión de meses. Yo estuve en España en Mayo, y para Diciembre el tejido comercial “tradicional” se había volatilizado. Los chinos, por supuesto, son amabilísimos, y da gusto tratar con ellos. Si no encuentras algo, te piden que se lo describas para que, si vas la próxima vez, lo encuentres. Compensan lo que les falta de idioma con gran cantidad de trabajo. Y tratan de integrarse todo lo posible. Recuerdo que, hace dos veranos, nos hizo mucha gracia ver a una familia de chinos con el traje típico de las fiestas de nuestro pueblo. Incluso, ya hay hijos de inmigrantes chinos que dicen “ejque” como cualquier bakala madrileño.


A lo que iba: al expresar en alto mi sorpresa por la proliferación de este tipo de establecimientos, amigos y algunos familiares pusieron cara de resignación y acusaron a los orientales de estar acabando con el comercio local. Yo, naturalmente, les dije que las tácticas de los de los ojillos rasgados estaban al alcance de cualquiera, y ellos me contestaron que los chinos “juegan con ventaja, porque no pagan impuestos”. Lo cual no sé si es verdad y , hasta ahora, no he podido aclarar si el acuerdo hispano-chino realmente existe o se trata de un bulo como tantos otros.


Incluso, algunas personas me hablaron de su propósito (del cual hacían proselitismo) de comprar solo “en comercios españoles” aunque, para ser justos, también decían que era difícil hacerlo porque las tiendas de pata negra cobraban muy caro por los mismos artículos.


De manera paralela he ido observando que, desde que la crisis ha arreciado, abriendo un agujero negro en las economías de la clase media, se ha ido rompiendo un tabú en los medios de comunicación.


En los tiempos de bonanza, las referencias a los extranjeros eran relativamente amables. Los trabajadores de importación limpiaban nuestros baños, cuidaban de nuestros niños y viejos, levantaban nuestros edificios, sudaban al sol, temblaban con las heladas. Morían en accidentes en nuestras carreteras porque los patrones les obligaban a hacer trabajos que ningún español quería en condiciones que ningún español hubiera aceptado. Con las últimas regularizaciones, se alzaron las voces de los de siempre: las de aquellos para los que la economía sumergida, esa nueva forma de la esclavitud, resultaba una realidad conveniente. Sin embargo, la mayoría de la gente vio con buenos ojos la medida. La prueba es que un gobierno, como el actual, tan dado a los gestos que reflotan las encuestas, se afanó en vender la regularización como una medida justa, progresista y deseada por los hombres y las mujeres de bien.


Sin embargo, desde que los bolsillos y los trabajos se han convertido en una fuente de dolor han empezado a aparecer artículos en la prensa que hablan de un racismo muy sutil (o no tanto). Los medios de comunicación, incluso los que se tienen por progresistas, están sirviendo de catalizador a una serie de opiniones que, hasta hace dos años, eran tabú o patrimonio exclusivo de demagogos sin escrúpulos. Es cuestión de tiempo que aparezca en España una fuerza política neofascista del estilo de las que ya hay en Francia o en Austria. Podría haber aparecido ya. El plante del alcalde de un pueblo catalán ha suscitado muchas menos reacciones de repulsa de las esperables. Hay muchos que están buscando un chivo expiatorio, y algunos que ya se han dado cuenta de que, cuando muchos quieren que algo exista, lo mejor es dárselo.


Y da miedo.


Besos de tu tío.

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