Reflexiones de un equino a tiempo parcial

La foto no es que me favorezca mucho, pero así el mundo podrá ver que es verdad lo que digo

17 de Marzo.- Querida Ainara: si por estas cartas ya me vas conociendo un poco, sabrás que tu tío no para de darle vueltas a la cabeza. Y a veces se me ocurren cosas un poco extrañas.

Mientras volvía de verte reirte jugando con tu caballo de madera, me dio por pensar que educar a una persona es un proceso parecido al de construir un submarino, un barco o un avión.

Entre todos, Ainara –yo, desgraciadamente, muy poco- te estamos dando instrucciones, modelándote poco a poco, intentando prever las cosas que te pasarán en la vida; igual que los ingenieros modelan un submarino pensando en las corrientes, en la presión de las zonas profundas del océano. Tratamos de inculcarte un sentido elemental de la prudencia, nos esforzamos en que automatices por tu bien el esto no se hace, esto no se toca. Tu padre, incluso, y muy en contra incluso de la opinión de tu madre, trata de que cojas algún miedo –misión imposible, de momento, porque eres una niña aventurera a la que le chupa un pie el peligro-.

De momento, que saltes del sofá como si el suelo fuera de goma o te escondas en el lavavajillas no representa ningún riesgo –lo más, un chichón- sin embargo el día llegará en que tendrás que salir al mundo real y entonces veremos si todos los esfuerzos de las personas que tienes a tu alrededor han dado resultado.

Pensaba, Ainara, que algún día te encontrarás sola ante una de esas situaciones que hacen que los pulsos te latan en la frente y la boca se te seque, y entonces, sólo entonces, veremos (si Dios te ayuda y la suerte se pone de tu lado) si los consejos de tantos años han valido para algo.

También me he dado cuenta, Ainara, de que quizá, una de las cosas de hacerse mayor es aligerar a los demás del peso nuestro. O mejor, del peso de nuestra opinión. O sea, aceptar que, aunque hayamos nacido en la misma familia, aunque llevemos más tiempo en este mundo (la veteranía no siempre es un grado), aunque tengamos con las personas lazos de afecto, parentesco o amor, tenemos muy poco derecho a decidir sobre la vida de nadie, a juzgar, a reclamar daños y perjuicios si su conducta no nos gusta o no compartimos sus valores o la manera en que administran su vida.

Por lo general, Ainara, somos muy posesivos con la vida de la gente y, en la mayoría de los casos, aunque no nos demos cuenta, nos guía nuestro egoísmo. El miedo a dejar de tener controlado nuestro pequeño mundo. Más que a nuestra propia libertad (que reclamamos a cada momento) nos da mucho miedo lo que los demás puedan hacer con la suya.

Tu tío no es una excepción, claro. Y constantemente se sorprende emitiendo juicios que, a veces, no resistirían una análisis medianamente riguroso. O pensando en cómo serás de mayor y en la reacción que tendré cuando hagas cosas que no me gusten.

Que el día llegará.

De momento, me encanta que, cuando montas a caballo sobre mi espalda, como no llegas al cuello, te agarras de mis orejas.

Un beso de tu tío.

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