Puerta del Museo Etnográfico de S.S. de los Reyes
10 de Marzo.- Querida Ainara: quizá sea por el motivo que me ha traído, o quizá sea porque vivo lejos, pero esta vez mi actitud es distinta que las otras. No sé. Todo me llama la atención, pero procuro aceptar a las personas y a las cosas tal y como son, sin juzgarlas, aunque, naturalmente, muchas de las historias que me cuentan o a las que asisto como espectador me susciten una opinión que, la mayoría de las veces, me callo.
(Quién soy yo para opinar de la vida de nadie. O peor: qué arreglaría diciendo determinadas cosas que, desde fuera, parecen evidentes pero que el interesado mismo no es capaz de ver. Es mejor no intentar mejorar la vida de nadie en contra de su voluntad).
Creo, Ainara, y no me canso de repetirlo que, por lo poco que podemos hacer para cambiar las circunstancias que nos toca vivir, hay que procurar sacar de ellas siempre el lado mejor. Aunque, a veces, ese lado mejor sea únicamente saber que tenemos la suerte de que lo triste nos haya tocado a nosotros, porque otra persona a lo mejor no hubiera sabido lidiar con los mismos acontecimientos.
Por eso he intentado durante todo este viaje concentrarme en lo bueno que haya podido tener esta ocasión que no ha sido alegre. Y a ratos, lo he conseguido.
Por ejemplo, he descubierto a gente de nuestra familia de la que, por circunstancias, tenía una idea muy difusa. Gente a la que conocí de adolescente pero a la que he tenido ocasión de tratar como adultos. Y la verdad es que ha sido un descubrimiento gratísimo. A ratos, muy sorprendente.
También he podido ver que, desde que vas al cole, eres otra persona. Que ya hablas e interactúas, que eres capaz de decir lo que quieres y lo que no –aunque bueno, a veces te líes un poco y las instrucciones te salgan en japonés- y que, no es pasión de tío, estás guapísima. Lástima que una de mis políticas de Internet es no colgar fotos tuyas. Pero hoy, valga la inmodestia, te he hecho algunas fotos de libro. El último sol de la tarde entraba por el jardín de tu casa dando una luz muy agradable (las mejores luces son las de la mañana y la del atardecer). Ajena a todo, tú jugabas con tu abuelo a identificar formas de madera y a meterlas por una ranura perforada.
Mientras te miraba reír cada vez que acertabas, pensaba en que, para ti, no hay acontecimientos tristes que duren más de diez minutos. Todo ante ti es un disco brillante que gira con la apariencia de la eternidad. La gente, Ainara, suele hablar de la inconsciencia de los niños, pero los adultos somos exactamente igual que tú. Preocupados de nuestras cosas, de lo que tenemos delante de los ojos, nos olvidamos fácilmente de todo lo que no nos enseña la televisión.
Quizá sea mejor así.
Besos de tu tío.
NOTA: Este texto no se pudo publicar ayer por pequeños problemas técnicos
2 comentarios:
Muchas gracias, herpato. Me ha gustado mucho.
Espero que vuelvas pronto por España pero en otras circunstancias, desde luego.
Besos.
Hola campeón!
Gracias a vosotros. La chiquitilla está preciosa.
La próxima vez que vaya por nuestra tierra, si Dios quiere, ya verás como nos reimos más. Aunque ya sabes que por la parte de Rusia está todo muy nevao aún ;-)
Besos
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