Uno de estos chiquillos soy yo (primavera de 1982)
15 de Marzo.- A veces pienso que si alguien pudiera ver mi vida como se ve Gran Hermano, una de dos, o se lo pasaría muy bien, o dudaría mucho de mi salud mental (con toda la razón).
Di que uno de estos días pasados me fui a la oficina más temprano porque tenía mucho trabajo atrasado y siempre es un gusto lo que se avanza cuando no hay teléfono dando la chapa (raro que es uno, lo sé).
Pues bueno: di que estaba solo tan ricamente y, de pronto, en el silencio de la oficina, me entró la risa.
¿E purcuá? Pues porque, sólo Dios sabe por qué cortocircuito mental, me pillé canturreando sin darme cuenta aquella cancioncilla que da título a este post. La de
Cuando yo era pequeñito
Mi mamá decía llorando
Este niño se nos muere
Tiene una cosa colgando
Ese greintes jís de nuestra infancia sólo comparable en popularidad a aquel otro de
Qué dolor más horroroso
Qué dolor más inhumano
Es pillarse los co**nes
Con la tapa del piano
(con perdón)
Es curioso, como decía mi hermano hace unos posts, la cantidad de información inútil que uno tiene guardada en el cerebro. Tirando del hilo, mientras ordenaba archivadores, me salió, de la primera canción, toda la letra (la segunda no tiene más misterio). Y llegué a la conclusión de que la infancia es ese periodo de la vida al que sólo se le encuentra la gracia después, a toro pasado.
Porque, si bien se mira, ser niño es un coñazo de mucho cuidao. Particularmente, si como yo fui, se es un niño que llega a la adolescencia con la vajilla completa (o sea, sin haber roto un plato). Yo fui un niño más bien miedica (los adultos, particularmente, era lo que más miedo me daba) y mis grandes placeres estuvieron –suerte para mí- en los libros. Supongo que es por esta razón por lo que en mi familia siguen sosteniendo que, a pesar de la emigración, del teatro (que siempre malea) y de los años –que a estos efectos y aunque pueda parecer lo contrario, sirven para poco- yo soy una persona tirando a inocente. Aunque yo prefiero pensar que a mí, lo que me pasa, es que me parece que pensar mal del prójimo de muy mala educación. Que está feo, vaya.
Hace algunos meses me enteré de que en Feisbuk (esa herramienta diabólica) un alma buena había creado un grupo de exalumnos de mi colegio –ya desaparecido, mi colegio, no el grupo-; me metí y me bajé algunas fotos en las que aparezco -por ejemplo, la que encabeza este post- y, tras actualizar en mi registro mental de caras el nuevo aspecto de aquella gente que sufrió conmigo las raíces cuadradas y las conjugaciones verbales, me puse a leer los comentarios. Mi sorpresa fue que todos hablaban de aquel tiempo con la nostalgia que se reserva al edén. Yo no tengo esa sensación y, aunque pueda sonar cínico y sin querer ofender a nadie, pienso que ese barniz con el que la infancia se recubre a posteriori es de la misma naturaleza falsa y tontorrona que la mitología en la que se fundan todos los nacionalismos. A saber: un día fuimos dioses y hoy nos encontramos reducidos (por la vida o por quien sea) a este miserable estado.
Y ni ahora estamos tan mal, ni de críos éramos tan felices.
Aceptar esa verdad, sin embargo, parece que es tan doloroso como pillarse las partes con la tapa del piano.
Porque, si bien se mira, ser niño es un coñazo de mucho cuidao. Particularmente, si como yo fui, se es un niño que llega a la adolescencia con la vajilla completa (o sea, sin haber roto un plato). Yo fui un niño más bien miedica (los adultos, particularmente, era lo que más miedo me daba) y mis grandes placeres estuvieron –suerte para mí- en los libros. Supongo que es por esta razón por lo que en mi familia siguen sosteniendo que, a pesar de la emigración, del teatro (que siempre malea) y de los años –que a estos efectos y aunque pueda parecer lo contrario, sirven para poco- yo soy una persona tirando a inocente. Aunque yo prefiero pensar que a mí, lo que me pasa, es que me parece que pensar mal del prójimo de muy mala educación. Que está feo, vaya.
Hace algunos meses me enteré de que en Feisbuk (esa herramienta diabólica) un alma buena había creado un grupo de exalumnos de mi colegio –ya desaparecido, mi colegio, no el grupo-; me metí y me bajé algunas fotos en las que aparezco -por ejemplo, la que encabeza este post- y, tras actualizar en mi registro mental de caras el nuevo aspecto de aquella gente que sufrió conmigo las raíces cuadradas y las conjugaciones verbales, me puse a leer los comentarios. Mi sorpresa fue que todos hablaban de aquel tiempo con la nostalgia que se reserva al edén. Yo no tengo esa sensación y, aunque pueda sonar cínico y sin querer ofender a nadie, pienso que ese barniz con el que la infancia se recubre a posteriori es de la misma naturaleza falsa y tontorrona que la mitología en la que se fundan todos los nacionalismos. A saber: un día fuimos dioses y hoy nos encontramos reducidos (por la vida o por quien sea) a este miserable estado.
Y ni ahora estamos tan mal, ni de críos éramos tan felices.
Aceptar esa verdad, sin embargo, parece que es tan doloroso como pillarse las partes con la tapa del piano.
3 comentarios:
¡Chapó, Paco!
Como me acuerdo de la Sssssita Maria José.
Besos.
Hay una frase de George Wildman que me gusta mucho y que dice: "La nostalgia es una mentirosa seductora". Y es verdad. Yo me regodeo constantemente en ella y se podría decir que vivo de recuerdos (de los buenos, claro, los malos prefiero obviarlos). Yo no sé si cualquier tiempo pasado fue mejor, a veces pienso que sí y otras pienso que no. Lo ideal sería poder mezclar lo mejor de ahora con lo mejor de entonces (ya, no es un comentario muy inteligente, lo sé). Hay una canción de mi Gretchen Peters (la gran Gretchen Peters, la enorme Gretchen Peters, la biógrafa de mi vida en forma de canciones Gretchen Peters) que me encanta y me hace llorar llamada "If heaven" que me hace llorar como una descosida y, básicamente, resume mis ataques de nostalgia a la perfección. Aprovecho que en blogs ajenos no se puede hacer publicidad para recomendaros su grandes éxitos, el disco "Circus Girl". Saludos Paco.
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