Menos años, menos pelo, otra barba...
14 de Abril.- Querida Ainara: no hay mejor manera de constatar la propia insignificancia que comprarse un disco duro externo. Resulta que, siguiendo una tradición antigua, yo guardaba todas mis fotos en cds y dvds. Sin embargo, esta forma de almacenamiento digital tiene un problema y es que, como yo soy un gran productor de fotos, los discos ya desbordaban varias fiambreras y estaban amenazando con invadir otros ámbitos de mi (pequeño) domicilio. Así que, hace unos días, me decidí a hacer una inversión y a comprar un cacharrito del tamaño de la palma de una mano, que aseguran que puede almacenar quinientos gigas. Un espacio, por cierto, que hace que a uno le dé vueltas la cabeza al pensar que su primer ordenador tenía 64 Kilobytes de memoria. Asegura el prospecto del chismito que, en teoría, se le pueden infligir todo tipo de torturas y que él las resistirá noblemente. Por ejemplo, que no se escachifollará si lo tiro desde un lugar alto (no voy a probar, por supuesto; con la palabra del fabricante me basta). Esta virtud, la robustez, fue la que me decidió a señalárselo al vendedor (un muchacho muy diligente, como suelen ser todos aquí).
Al llegar a casa enchufé el trastillo al portátil y empecé a transferir fotos de cds antiguos a la memoria virgen y flamante de mi nuevo dispositivo. Fotos del año 2005.
Lo primero que hice al verme hace un quinquenio fue abrir flemáticamente la ventana del balcón, sacar una pierna por la barandilla ( ten en cuenta, Ainara, que vivo en un sexto) y pensar seriamente en tirarme (dada la altura, es poco probable que yo resistiera tan noblemente como mi aparatito una caida; mi fabricante se tomó menos molestias en diseñarme). Con la pierna fuera, puse los ojos en el cielo teñido de rojo por el sol poniente y prorrumpí en ayes ¿Dónde se habían ido aquella piel tersa, aquel pelo sin canas, aquella figura juncal –o sea, delgada- que yo traje de España? ¿No era aquello para querer desearle al mundo un feliz viaje y bajarse en marcha?
Sin embargo, un último escrúpulo me retuvo, quizá el de pensar en la pobre portera, que me cae tan bien, recogiendo mis sesos desparramaos por el pavimento. Volví a meter la pierna en la seguridad del balcón y me senté de nuevo frente a los imparciales testigos de mi decandencia.
Me acordé entonces de que, tras el entierro de tu bisabuelo, una de las conversaciones más socorridas fue aquella de “joé, pues yo he visto a fulanito o a citranita viejísimo/a” y de que yo, a la tercera, observé que nos miramos mucho al espejo, pero que nos vemos muy poco. Constatamos en los demás la acción erosionadora del paso de los años pero conservamos de nosotros una imagen mental que es el vivo retrato de nuestro yo el día de nuestra primera comunión. Y así, Ainara, nos parece que nuestros contemporáneos (sobre todo si son del mismo o parecido año de fabricación que el nuestro) están pa´los leones, en tanto que nosotros seguimos inmunes al mordisco de los lustros como si fueramos a vivir para siempre.
Después de esta reflexión sobre lo fugaz de la vida y la putada que supone que el colágeno del que estamos hechos tenga fecha de caducidad, me paré a pensar que, cuando archivaba mis fotos, debía de estar bajo los efectos de algún peligroso estupefaciente. Mogollón de carpetas sin fechar con títulos tan orientativos como “Klosterneuburg”, “Visita de X” (aunque la mejor fue “Estos en Viena”¿Estos? ¿Cuáles estos? Ay, Paco...). Por suerte, Viena Directo funciona como una especie de diario (mi vida privada es tan pública como la de Belén Esteban). Así que creo que, después de todo, podré fechar las fotos con bastante precisión.
En fin, Ainara: quiero terminar con dos líneas, cazadas por casualidad en El País digital. Entradilla de un artículo: “Los ciudadanos se vuelven intolerantes ante el sufrimiento y ven la felicidad como un derecho”.
Lo flipas.
Besos de tu tío.
5 comentarios:
Jajajaja. Pero Paco, hombre, si estás hecho un chaval. Lo que te pasa con la gente (que ves cómo pasa el tiempo para ellos pero no para ti) a mí me pasa justo al revés. A veces veo a profesores míos del colegio y no es que estén igual que hace diez años (cuando dejé de ser alumna suya), ¡es que están más jóvenes! Y con los del instituto, lo mismo: iguales (aunque sólo han pasado seis años desde que me fui, pero bueno). En cambio, a mí, me veo fatal para la edad que tengo. A veces me miro al espejo y digo: parece que tenga 35 años muy mal llevados, en cambio a mis compañeros de generación los veo cual adolescentes de serie de instituto. O_O Pero Paco, ten por seguro que esa frase tan nuestra es verdad: la edad no perdona. Jeje. Saludos.
Jejejejejeje luego le decia tu hermano a tu padre no hace falta que te laves la cabeza con que te pases un trapo vale, pero tu ya vas teniento mas entradas que una plaza toros jajajajjajajaja un beso que pases un buen dia.
Esta mañana me he cruzado con una señora que me ha resultado de pronto conocida. De un segundo vistazo me he dado cuenta que era Cecilia Roth, pero en vez de su imagen de rubia sexy e interesante estaba como abotargada y mayor. Mientras pensaba esto, me he acordado de tu comentario y he pensado que a ver qué pensaría yo de mi propio careto si pudiera verme camino del trabajo a las 8.00am. Mejor no averiguarlo. Abrazos. L.
Pues sí, hijo sí, "ubi sunt", que decía el poema de Jorge Manrique (las Coplas a la muerte de su padre). ¿Qué se hizo de todos esos caballeros y damas?
"Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor."
Pero bueno, habrá que disfrutar lo que podamos de lo que nos queda por estar en estos lares, así que, no te tires del balcón todavía.
Hola a todos:
Gracias por vuestros comentarios (madre mía, sí que tenía atrasados):
A m. hay que quererse más. No te digo más :-)
A mi madre !Tenga usted madre para que le llame calvorota! jajajaja.
A L.: como te he dicho por correo !Cuánto glamour! Yo no veo a nadie famoso aquí (bueno, a Manolo el del bombo le vi una vez, pero eso casi que no cuenta).
A Amelche: qué razón tenía Manrique y cuantísima razón tienes tú. Hay que procurar disfrutar.
Saludetes
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