12 de Abril.- A pesar de venir de una familia de guardias civiles (por parte materna) ni mi hermano ni yo hicimos el servicio militar. Yo realicé mi Prestación Social Sustitutoria (así se llamaba aquello) en un hospital infantil. Con los chavales me lo pasé muchísimo mejor de lo que me lo hubiera pasado en ningún cuartel (dónde va a parar) y, ni que decir tiene, mi estómago también lo agradeció. Era el único hombre (sin contar al doctor jefe de la unidad) en un equipo de quince enfermeras; y todas procuraban que, a la hora del desayuno, no me faltara mi bocadillo, ni mi café, ni mi nada de nada.
Mi hermano, entretanto, ayudó a un estudiante sordo de su universidad a lidiar con un entorno que no estaba hecho para un discapacitado auditivo.
Debido a esto, y también porque mi hermano es un hombre de una gran curiosidad innata, empezó a aprender el lenguaje de los sordos, del que llegó a dominar algunos rudimentos.
(Lo que es la vida: la cantidad de información que uno tiene guardada en el cerebro sin saber que la tiene).
Hoy, mientras venía en el metro, he tenido la oportunidad de observar a un grupo de niños sordos que, salvo que se comunicaban entre sí de una manera inaudible, no creo que se diferenciasen demasiado de los otros chavales de su edad. Quizá en cierta obstinación característica en una mirada que no descansa, porque está hecha para escuchar.
No sé por qué, pero observarles resultaba un espectáculo hipnotizador y bastante relajante. Quizá porque entre ellos reinaba una solidaridad extraña. A simple vista, funcionaban como un grupo muy compacto. Y no era difícil imaginarse por un momento que se comunicaban entre sí por medio de impulsos invisibles al resto de los pasajeros. Procurando que mi atención no fuera impertinente, he estado examinando los audífonos. Unas prótesis electrónicas de color azul que empezaban en los oídos y terminaban en un círculo del tamaño de una moneda de dos euros inserto en el parietal.
Las niñas iban con una de las cuidadoras y los niños junto a la otra. Yo estaba más cerca de los chicos. Uno de ellos, el único que hablaba algunas palabras sueltas, funcionaba como una especie de capitán del resto. De vez en cuando, tratataba sin éxito que se sentase otro niño, más pequeño, con unas gafas de pasta rojas que indicaban que, a la deficiencia auditiva, se unía una deficiencia visual.
Por haber sido un niño raro, no tuve una buena relación con mis condiscípulos y, quizá por eso, estas raras muestras de bondad infantil me conmueven más. Al llegar a Karlsplatz, en un tropel ordenado (si es que eso existe) se han bajado del tren, expresando su júbilo con posiciones de las manos que a mí me resultaban absolutamente secretas.
En esa estación, el metro suele quedarse vacío (es un nodo importante, que enlaza con otras líneas) y uno puede sentarse. Al hacerlo, he recogido un periódico que alguien se había dejado olvidado. Un Österreich que contaba los entresijos del accidente aéreo que ha dejado a Polonia sin políticos. Al leer el relato de los últimos momentos del presidente polaco y de su comitiva, y ver que todos los indicios apuntan a que la causa del accidente ha sido, pura y llanamente, la soberbia del premier que quería llegar a tiempo a un acto costase lo que costase (y de verdad que le ha costado caro) me he acordado de otros ejemplos similares de estupidez y vanidad, como el de aquel general que, durante la guerra civil, se estrelló por la cabezonería de cargar con sus uniformes de gala. Y he pensado que los chavales que se acababan de bajar del tren tenían, sin saberlo, más suerte que el político.
No hay audífono que mate la voz de la vanidad y potencie la del sentido común.
4 comentarios:
Mmm... Bueno, ayer por la noche dijeron en las noticias que "no se debió a ninguna orden del presidente" (como queriendo limpiar la imagen de tirano que habían dado hacía sólo un día al decir que, en una ocasión anterior, había despedido a un piloto por desviarse al no poder aterrizar en condiciones). Vaya: que fue un fallo humano.
Entiendo lo que te ha pasado con esos niños. A mí me pasa también cuando veo a alguien (niño o adulto) con alguna carencia de este tipo, me conmueve mucho porque, al igual que tú, tampoco tuve nunca buena relación con los demás (y sigo sin tenerla, todo sea dicho). El sábado me encontré con una situación de éstas (una niña con una visible carencia) y sentí pena por cómo la tratarían los demás niños y posteriormente los adultos (y eso que a la niña se la veía muy feliz). Aix.
Por cierto, en España quieren hacer no sé qué en materia de trabajo "como en el modelo de Austria". No me he coscado mucho todavía porque estaba medio dormida cuando lo han dicho, pero vamos: que tienen las puestas miras en hacerlo como en Austria. El horario laboral supongo que no va a ser. No tendré esa suerte.
Hola Paco!tu madre te vende muy bien,jeje, he disfrutado de tu completito Viena directo y hay solo una preguntita que quiero hacerte, con tu permiso, !claro!
Que es eso que repites que siempre has sido un chico raro?? yo te veo el tío más normal y cordial , aparte de inteligente, simpático, ameno, etc,etc,jejeje si no me lo contestas se lo pregunto a tu madre, jajaja.
Un placer leertee
SOL
Hola a las dos:
Gracias por vuestros comentarios.
A m.: nadie se merece la muerte, pero la verdad es que el difunto era un pájaro de cuenta y no me hubiera sorprendido nada que le hubiera apretado las tuercas al piloto. En fin: ya no tiene remedio.
Por suerte, yo creo que sí que tengo buena relación con los demás (aunque dependa del especímen) y, con el tiempo, he aprendido a no tener pena de las personas que tienen algún problema en la vida. Y, si la tengo, procuro que me dure lo menos posible para concentrarme en lo práctico. He visto casos de personas con minusvalías que han conseguido llevar una vida dificultosa, sí, pero feliz.
Lo que quieren hacer en Celtiberia siguiendo el modelo austriaco es la reforma laboral. Eliminar la indemnización por despido, que aquí no la hay. Aquí ha resultado un buen revulsivo para el mercado laboral.
A Sol: bienvenida!:-) Ya me pasé el otro día por tu blog y está fenomenal :-) tu pregunta tiene una respuesta muy fácil: yo fui un crío al que no le gustaba hacer cosas de críos. Me gustaba mucho leer, era muy responsable (demasiado, creo) y bastante tímido. Con el tiempo, la timidez se me ha pasado un poco -por suerte, la afición a la lectura no-; en fin, que era el empollón de la clase y los empollones rara vez son populares. Pero bueno, tampoco nada trágico.
Me alegra mucho de que te guste mi blog. Será un placer leer tus comentarios.
Saludos,
Paco
Jejeje, ya me olía que tenías algo de empollón, bueno si solo esa es la rareza, sigo por aquí disfrutando de tus escritos.
Muchas gracias por tu bienvenida:-)
SOL
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