Los participantes de una edición del programa Supervivientes
12 de Mayo.- Querida sobrina: creo que los que nacimos a partir de los setenta del siglo pasado formamos esa parte de la Humanidad que ha tenido que digerir muy deprisa y sin anestesia un número muy grande de cambios. El mayor quizá haya sido el tener que darle un sitio en nuestra vida a la aparición de nuevas formas de realidad que mis abuelos, los tuyos, no conocieron o aprendieron de mayores.
Internet, un invento que, aunque parezca mentira, no tiene más de quince años como servicio de uso masivo, ha impuesto la aparición de una realidad paralela, la virtual, de la que solo hoy sólo empiezan a asumirse los riesgos.
Pero si bien internet es el factor que más bruscamente ha cambiado nuestra manera de percibir el mundo, de interactuar con lo que nos rodea, las raíces de ciertas formas de comportamiento hay que buscarlas en el bombardeo constante de imágenes al que estamos sometidos. Un martilleo que ha deformado, hasta hacerlas casi desaparecer, las fronteras entre la realidad y la ficción pero que, sobre todo, nos ha dotado de una enorme capacidad de extrañamiento, de enajenación de lo que nos circunda.
Para explicarte lo que quiero decir te pondré un ejemplo.
Hace unas semanas, en el metro de Madrid, un energúmeno atacó a un compañero de viaje sin que mediase palabra ni provocación previa (luego se supo que el atacado, a su vez, también era un energúmeno, pero eso no es interesante para mi cuento). Todo el mundo, sobrina, se echó las manos a la cabeza por la pelea, pero mucha menos gente por la actitud absolutamente fría de los otros pasajeros que realizaban un trayecto que, para ellos, sin duda era habitual. Sólo un par de manos intentaron detener al agresor. Un tímido intento, por otra parte. Los otros siguieron contemplando la escena como si se tratara de una película.
Yo no soy rebelde en general, Ainara, pero creo que hay que serlo para evitar este tipo de endurecimiento. El día en que a un hombre le deja de afectar el mal que ve a su alrededor, o la desgracia, o la alegría, entonces ese hombre está muerto. Porque ha desaparecido de él la compasión en el sentido más etimológico del término. El sentimiento compartido. La empatía. Puede ser que siga andando por el mundo, sobrina, pero ya es un ser manchado de indecencia.
En mi caso, por ser hombre, el hecho de seguir llorando me ha costado no pocas dosis de testarudez. Me crié con el runrún de que los chicos no lloran. Y nunca entendí por qué. Yo me sigo sintiendo un hombre, pero defiendo mi derecho a expresar mis sentimientos. A compadecerme del que sufre, a ayudarle si puedo y está en mis manos.
Vemos las noticias o vemos una película y para nosotros la diferencia es nula. Somos incapaces de pensar que, detrás de las imágenes, hay seres como nosotros, que sienten y padecen. Por eso estoy en contra de la telebasura: porque colabora de la manera más perversa (porque parece inocua) en la corriente general de alienar al hombre, de despojarlo de su humanidad, de su tridimensionalidad. Incluso se ha acuñado un concepto para definir el espacio donde viven los seres que la pueblan: la telerrealidad. Me parece muy sintomático, ¿No te parece? Sobre todo si se ve desde un punto de vista etimológico otra vez. Tele realidad; la realidad que nos pilla lejos. Que no nos afecta.
Aunque nos afecte tanto.
Besos de tu tío.
2 comentarios:
Estoy de acuerdo en lo que dices, si bien con algunos matices. Totalmente de acuerdo en l oque dices sobre la falta de empatía. En lo que no estoy de acuerdo es en disparar siempre al blanco más fácil: "la telebasura". ¿Qué es telebasura? Yo lo tengo clarísimo. Hace unos meses, teniendo a una sobrina pequeña en casa, estábamos viendo la televisión y, al cambiar de canal, pillamos la retransmisión de unas imágenes que son la quintaesencia de la falta de empatía, de la falta de sentimientos: gente a la que no le importaba el mal que veía a su alrededor (disfrutaba con él). Eso es, para mí, la telemierda. Y como le dije a mi sobrina y digo siempre que veo cosas en televisión que atentan contra toda moral: lo triste no es que lo estés viendo, lo triste es que esté pasando. Los programas tipo GH son el blanco más fácil, lo que pasa es que muchos de los que estáis en contra de ellos celebráis la aberración que mi sobrina y yo nos encontramos el otro día en la tele. Saludos.
Yo llevo dos años viviendo sin televisión y puedo afirmar con rotundidad que mi vida a mejorado una barbaridad. Es una de las grandes cosas que he aprendido en UK. A partir de ahora, y aunque un día regrese a España, no pondré una tele en casa. Así me ahorro espacio, dinero y tontería.
Un saludo.
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