Su primera comunión

Procesión de catecúmenos en Neusiedl Am See


15 de Mayo.- Yo estaba tan contento esta navidad...Un nuevo ordenador con todos los adelantos, en el que guardar mis fotos, mis textos. Con el que navegar por internet...Pues nada: desde el ocho de diciembre me ha durado. Hoy se ha ido a la tienda de donde vino (está aún, lógicamente, en garantía) y la conocida eficacia austriaca me lo devolverá –o uno nuevo- en dos semanas ¡Dos! Cuando me lo han dicho, casi me da un pasmo.

Escribo ahora en el antiguo, achacoso (el achaque consiste en que se apaga cuando quiere) con lo cual, si durante los próximos quince días Viena Directo falta a su cita habitual, sabrán mis lectores por qué es. Porque a mi trasto le ha entrado hipo y ha decidido no despertarse.

Por suerte, hasta ahora, los estados comatosos han sido transitorios, pero, como la técnica es la técnica, no puedo asegurar que siga siendo así. Por eso he aprovechado estos momentos nescafé para escribir el texto del sábado. Por lo que pueda pasar a lo largo del día.

Otro momento en el que falté a mi cita fue el jueves pasado. Ya lo sé. Se debió a que a) en Austria fue fiesta y b) estuve de comunión. Lo cual me permitió comprobar sobre el terreno las similitudes y las diferencias de una cosa que es tan típica de todos los países católicos.

La ceremonia se desarrolló en la localidad de Neusiedl Am See, en Burgenland. Y empezó, creo, bastante pronto para los estándares celtíberos. A las nueve y media se organizó una procesión que recorrió la calle principal del pueblo. La encabezaba una cruz, una banda de música y unas mujeres en traje típico. Seguían los catecúmenos, en ayunas, como manda el precepto. Y la cerraba el sacerdote, con rostro algo serio, y los padres. Los paparazzi revoloteábamos alrededor de la comitiva sacando fotos del crío o la cría que nos tocaran más cerca.





La procesión llegó a la iglesia del pueblo, un bonito templo barroco, que cuenta con un jardín tapiado en el que ya estaba dispuesto todo. A pesar de que nos habían anunciado lluvia, lucía un sol espléndido y hacía un calor de mil demonios. El ambiente recordaba mucho, pero mucho, a una película francesa que alguno de mis lectores habrá visto. Una fenomenal que se llama Los Juncos Salvajes, de André Techiné.

El sacerdote inició la ceremonia con un acento espantoso (yo no quiero saber lo que dirán los aborígenes del mío, pero la verdad es que escuchar a aquel hombre daba dolor de tripa) y fueron sucediéndose las diferentes etapas de la misa, amenizadas con el tipo de canciones que se cantan para estas cosas y que es mejor no entrar a valorar. Los críos escuchaban bien aleccionados, las catequistas acechaban cualquier rastro de indisciplina, el sacerdote maltrataba el alemán con el encarnizamiento que sólo puede mostrar un nativo de las tundras y y yo me acordaba de cuando, en mi infancia, los hombres de la familia aprovechaban este tipo de cosas para tomarse una cervecita en el bar más próximo.

Tras la ceremonia, a las doce, el restaurante. Y tras el restaurante, a las dos y media, vuelta a la iglesia para la bendición de los críos; ya miembros de pleno derecho de la grey católica a un tris de perder esa inocencia que nos permitía creer a pies juntillas las explicaciones del sacerdote sobre la eternidad o sobre divinidades que se esconden en el corazón puro de los críos.

El sacerdote, tonante, preguntó durante la especie de homilía que precedió a la bendición quién había recibido aquel día un rosario como regalo. Una, dos, tres manos, se levantaron tímidamente en el frescor de la iglesia abarrotada. Y el polaco le echó un broncote a los padres de aquí te espero e invocó el sagrado nombre de las abuelas (pocas presentes, estaban reposando después del abundante ágape) y las instó a que premiasen a cada crío con un rosario. Vale tres euros (los hay hasta fosforitos) y se usan de tal y cual manera. No creo que él mismo se hiciera muchas ilusiones de que los chavales, después del palizote de la comunión y la posterior bendición (que duró tres cuartos de hora) fueran a convertirse en pías ovejitas del aprisco papal, pero el hombre cumplió. Con nula empatía, pero cumplió con su deber.

Luego, se prolongó la fiesta hasta la tarde, en alegre y amabilísima compañía.

Lástima que al día siguiente hubo que trabajar.

3 comentarios:

Isabel Maria dijo...

Me alegro que te lo pasaras fenomenal un beso

m. dijo...

Paco, ¿¿pero cómo que lástima que al día siguiente había que trabajar?? Aix... en tiempos como éstos, esta frase debería ser DELITO. ;) PS: Yo soy anti BBC. Cuando me invitan a alguna/o me dan el disgusto del día.

Paco Bernal dijo...

Hola:

A mi madre: la verdad es que estuvo muy divertido.

A m: hija, con lo bien que me lo estaba pasando, me costó mucho volverme porque al día siguiente había que currar. Si no, me hubiera quedado más. En cuanto a las BBC pues depende. Cuando, como en este caso, te llevas bien con quien te invita, es un gusto. Cuando son por compromiso, es un poco rollo.

Saludos