Una mujer repara un saco de correos. Foto de la cuenta que tiene en flickr la Smithsonian Institution
(NOTA: a petición popular, durante los tres próximos días, interrumpiremos la programación habitual para continuar con esta serie; llegado el sábado, la actualidad vienesa volverá a ser la protagonista de este blog)
16 de Junio.- A pesar de ser católico practicante y fiel devoto de la Virgen del Cármen, mi abuelo discrepaba de la Iglesia oficial en un punto importante: pensaba que el infierno es una filfa, un cuento, una superchería para asustar a los pusilánimes.
Sostenía que el verdadero infierno, si lo hay, es este en el que nos debatimos todos los días. En el que debemos sufrir la enfermedad, la pérdida de los seres queridos, al jefe plasta, a la crisis económica, a la cónyuge cansina, al cuñado baboso, a los niños que se lían con suripantas demasiado faldicortas y demasiado lengüilargas, a las niñas que vienen a casa con unos novios a los que meteríamos de cabeza en la ducha tras asestarles dos certeras guayas. Mis lectores ya me entienden. Vaya todo por Dios y por la perfección de nuestra alma.
Sostenía mi abuelo que el Padre Eterno nos envía a esta tierra para que aprendamos lo que vale un peine (de nácar). Una especie de gimnasio de almas, en el que la nuestra se va puliendo a base de sufrir a través de las sucesivas reencarnaciones. Como hay un número limitado de seres vivos disponibles en los que reencarnarse –a pesar de los esfuerzos de Benedicto y sus boys para que no usemos condones y de los trabajos que se toma la naturaleza para ser feraz- siempre existe una población flotante de espíritus desencarnados que intentan volver a esta tierra a seguir perfeccionándose. Y son estos seres desencarnados los que nos ayudan de las maneras más variadas o los que provocan curiosos encontronazos en las autopistas espirituales.
Según mi abuelo, cuando este cuerpo que nos sostiene nos deja tirados, nuestro espíritu se separa de él no sin algún dolor. Nos convertimos entonces en una luz cuya intensidad varía según el bien que hicimos en esta existencia terrenal, y sólo vemos a nuestro alrededor luces.
Mi abuelo utilizaba una metáfora preciosa para describirlo. Decía que era como andar de noche por un bosque oscuro. Los hermanos espirituales sólo ven luces y, como cualquier persona perdida en la oscuridad, tratan de dirigirse a las más brillantes que son las gentes que andan por este planeta que tienen un alma más perfecta. Sin embargo, los hermanos que han alcanzado la perfección, a base de pasarlas moradas en sucesivas estancias terrestres, se reintegran en la luz universal de Dios. En el amor infinito, en la felicidad infinita, en la paz infinita. Vuelven a ser gotas de agua en infinito del mar.
Por otro lado, los hermanos desencarnados tienen dos posibilidades para perfeccionarse. A) Volver a la tierra en forma de ser vivo o B) Hacer el bien guiando a un vivo en su deambular por este valle de fábricas de tristeza.
Operación, esta segunda, que se realiza normalmente cuando los hermanos están esperando entre dos existencias terrenales. Mediante estos trabajillos de asesoría conductual, demuestran ante el tribunal del Padre Eterno que su paso por la tierra no ha sido en vano, y que han aprendido que lo único que vale es hacer el bien sin mirar a quien.
A estos hermanos que nos ayudan a base de aconsejarnos de manera muy sutil, mi abuelo los llamaba Guías. Una noción bastante parecida al ángel de la guarda. Todos tenemos un guía, que va cambiando a lo largo de nuestra vida. El Padre Eterno, según mi abuelo, nos manda un guía de acuerdo con nuestras necesidades aunque, a veces, algún hermano desencarnado (y desencaminado) interfiere por equivocación en los benéficos planes del Señor y provoca algún que otro desaguisado que sólo una persona perita puede intentar resolver. Como se verá en el siguiente capítulo de esta tan curiosa como verdadera historia, a cuya lectura invito a mis lectores.
3 comentarios:
Bueno Paco, tu abuelo con todos mis respetos, se inventó su religión particular.
Menos mal que era católico y practicante!!!!
El más allá es un misterio que solo descubriremos cuando nos muramos. El cielo existe, el purgatorio tb y el infierno tb. Yo no he estado, pero yo que soy católica practicante, me creo, espero y confío en lo que dice la religión católica.
¿En que se basaba tu abuelo para esas afirmaciones?.
Bueno Paco, cada cual que crea en lo que quiera pero crearte tuuuu religión a tuuuuu medida, eso no es ser católico.
Un abrazo
Hola Chus:
Con todos los respetos también creo que, por suerte, Dios no es católico (o no solo). Esa es mi esperanza porque, si no, estaríamos apañados :-)
No es el momento ni el lugar para hacer balance de las barbaridades que la Iglesia Católica ha hecho a lo largo de su historia (entre ellas, por ejemplo, someter a Santa Teresa a un proceso de la Inquisición o, más recientemente, elevar a los altares a una serie de personajes dudosos como poco).
Por otra parte, los dogmas en los que los católicos estamos obligados a creer han resultado ser tan plásticos que tampoco pasa nada por que mi abuelo jugase un poco con ellos (por cierto, no es solo mi abuelo: él manejaba una serie de nociones que son corrientes entre los aficionados a "lo oculto"). Un ejemplo de antes de ayer, menor, si quieres: hasta hace muy poquito, los católicos estábamos obligados a creer en el limbo. Ese lugar al que iban los pobres niños sin bautizar. Hasta que Juan Pablo II se levantó una mañana y decidió que ya estaba bien de limbo. Que no existía ¿En qué se basó? A todos nos bastó su palabra. Dada la evolución última de la Iglesia es bastante probable que, después de tener que admitir que el cielo y el infierno no son lugares físicos, papas futuros se inclinen por una teoría parecida a la de mi abuelo que resulta mucho más consoladora, dónde va a parar, para los afligidos de esta tierra.
Por último, me gustaría señalar que, si el mandamiento principal de la ley de Dios es amarnos los unos a los otros, mi abuelo lo cumplió con creces. No sólo por todo el bien que hizo durante su estancia en esta tierra, sino porque fue un hombre que se arrepintió a tiempo de todo el mal que ocasionó -que fue poco de todas formas- y , en un gesto que le honra y que le coloca a una altura ética que no alcanza mucha gente, pidió perdón personalmente a todos los afectados por sus traspies siempre que le fue posible.
En fin que, como dice la Biblia, en la casa del Señor hay muchas moradas y seguro que hay una para los descarriados que creen en la reencarnación :-).
Abrazos mil :-) y gracias por leer las tonterías que uno escribe.
No soy catolica ni practicante, lo cierto es que tiro más a atea que a otra cosa, ademas de "cargarme" mucho los curas y todas sus hipocresias pero cada uno que crea en lo que le dé la gana que yo no estoy en este mundo para juzgar a nadie.
La impresión que me da es que tu abuelo era una persona con la que se podía estar toda una tarde hablando sin cansarse, alguien que siempre tenía algo que decir, algo que aportar y, me atrevo a decir, una enorme bondad.
Me quedo con la sensación de paz y cariño que transmites cuando hablas de él. le debes echar mucho de menos...
Un beso
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