21 de Julio.- Querida Ainara: hace días hablaba yo con un amigo de la cantidad de cosas que para un niño de hoy son cosa de todos los días pero que, para mí, no eran siquiera imaginables.
Por ejemplo, tu abuela te pincha en youtube los vídeos de los cantajuegos o de Pocoyó y llegará el día en que podrás coger el ratón y servirte tú misma. Y todos, yo incluido, pensaremos: “Qué lista, pero qué listísima es nuestra niña” sin darnos cuenta de que, para ti, bucear por internet será tan natural como para mí resultó aprender a programar el primer vídeo que se compró en mi casa.
Como hace tiempo que los niños no forman parte de mi vida cotidiana, cuando me topo con uno lo observo desde fuera, quizá como un antropólogo que examinase las costumbres de una tribu desconocida, o como un exobiólogo que escrutase formas de vida de las que, cualquier día de estos, tendremos noticia.
Cuando miro a los niños interactuar con el mundo que les rodea, me llama la atención que el bombardeo brutal de estímulos a que están sometidos (y que empezó a recrudecerse ya en mi niñez) ha modificado la forma en que se relacionan con la realidad.
En primer lugar, por ejemplo, ha desaparecido o ha mermado muchísimo su influencia el concepto de irreversibilidad. Ahora no hay nada, o casi nada, irreversible. Mi infancia coincidió con la aurora de la informática de consumo y recuerdo que, ante los primeros ordenadores con pantalla negra o azul, vivíamos sobrecogidos por el terror de borrar algo que convirtiese el aparato en una caja tonta e inservible.
(Este temor se agudizaba notablemente porque entonces los ordenadores tenían un coste astronómico).
Inconscientemente, todos hemos terminado por creer que cualquier acción puede volverse atrás pulsando la flecha de la parte superior de la pantalla. Como todo es cambiable, modificable, retocable por diferentes photoshops, los actos han perdido peso y las palabras se han convertido en entidades hechas de piedra pómez que, desde lejos, tienen la misma consistencia que antes pero que han perdido capacidad para atar que tuvieron un día.
También ha aumentado la velocidad en que los niños procesan la realidad y, con ella, su hambre de nuevos estímulos, de emoción. Se han convertido en adictos a la adrenalina. Creo que, en contraste con mi infancia, los niños de hoy lo tienen mucho más complicado para fijar la atención y me parece ver que dicen más lo de “me aburro”, pidiéndoles a los adultos que ejerzan sobre ellos la labor de entretenerles como, por otra parte, si fuese un derecho natural de los niños el estar entretenidos (también es cierto que ahora hay muchos más hijos únicos; yo, cuando me aburría, le daba una guaya a tu padre o tu padre me la daba a mí, nos enzarzábamos en sanas peleas cachorriles y tu abuela acababa con el aburrimiento dándonos un zapatillazo en el culo).
El hecho de que haya más hijos únicos también implica que los gustos de los niños han tomado una gran importancia en las familias. Probablemente por eso haya mucho menos cine comercial pensado “para adultos” que antes. Lo que también ha acarreado que los gustos de los presuntos adultos se hayan infantilizado un tanto.
Hace años, cuando aún nos apetecía ser mayores cuanto antes, cualquier ser humano mayor de treinta años que hubiera sido sorprendido jugando con un videojuego hubiera quedado catalogado de manera rápida como un meapilas sin remedio. Hoy no es así –aunque a los que conocimos el mundo de hace veinte años se nos siga haciendo muy cuesta arriba escuchar según qué conversaciones y encuadrarlas dentro de las que podría tener alguien en pleno uso de sus facultades-.
Besos de tu tío
3 comentarios:
¡Ja,ja! Mi hijo se queda a cuadros cuando le digo que mi primer ordenador fue un spectrum al que le ponías la cinta y te ibas a comer para que se pudiese cargar el juego. El siguiente ordenador lo ví en la facultad y tenía una pantalla enana.
Lo de si se aburren, pues sí, pero no hay más que sacar a colación los deberes o la lectura para que mi hijo se pase la tarde entera inventándose juegos. ¡Chantaje maternal!
Saludos
Hola Paco,
Aún me acuerdo de la bronca que me echó mi padre, teniendo yo unos seis años, cuando sin querer borré no sé qué y le fastidié el ordenador.
A mi, lo que me llama la atención de la chavalería de hoy, es que no juegan en pandilla, a hacer trastadas en la calle, ni se pelean por tonterías. Después del cole la mayoría se van a su casa a jugar con la Play.
Un saludo.
Hola!
Gracias por vuestros comentarios.
A María:! Si es que lo que no haga una madre! jajajaja. La verdad es que la vida ha cambiado muchísimo. No hace tanto tiempo, esta conversación hubiera parecido cosa de Ciencia Ficción !Si hasta youtube tiene solo media década! En fin...Saludetes :-)
A Alvaro: yo casi mato a mi hermano por lo mismo jajaja.
Yo creo que los juegos de ahora son menos de equipo, porque los chicos también tienen menos espacio para hacer cosas juntos (hay muchos más hijos únicos). Y las máquinas aislan mucho...Pero supongo que encontrarán su manera como la hemos econtrado nosotros (o eso espero).
Saludos
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