La destacada científico Hedy Lamarr en la época en que inventó el algoritmo que hoy hace posible la telefonía móvil
1 de Agosto.- (Continuación del reportaje que la revista MUY INTERESANTE le dedicó en 1985 a la Confederación de Estados de Centroeuropa en el centenario de la muerte del Emperador Francisco José I).
(…) Quién sabe –se pregunta el Doctor Ermler- lo que hubiera sucedido si el emperador hubiese vivido unas décadas más. Franz Joseph era un hombre de acrisoladas convicciones conservadoras. Un político que, al contrario de otros monarcas europeos, desconfiaba de todo lo nuevo. Siempre se movió con una extremada prudencia que, a la postre, pudo haber resultado desastrosa y haberle costado no sólo sus territorios en el norte de la península italiana, sino, quizá, tal vez toda la parte húngara de sus estados.
A su muerte, los territorios gobernados por los Habsburgo, estaban siendo atravesados por unas convulsiones que hubieran podido llevar a un conflicto europeo cuyas consecuencias son, hoy por hoy, imposibles de imaginar (1).
En cambio, el emperador Rudolf, su hijo y sucesor en el trono, durante su corto reinado, sentó las bases del orden europeo que conocemos hoy. A pesar de las tensas relaciones que sostuvo con el canciller Bismarck, el emperador Rodolfo imprimió un giro de ciento ochenta grados a la política pacata y autocomplaciente que había llevado su padre.
Desde su posición privilegiada en la cúspide del aparato administrativo vienés comprendió la necesidad de realizar reformas para evitar que los nacionalismos rompiesen el imperio. Gracias al encanto personal heredado de la emperatriz Isabel, se las arregló para vencer la resistencia de los sectores más reaccionarios del país. Por decisión personal del emperador, se aprobó en 1886 una constitución –avanzadísima para la época- que transformaba la anquilosada estructura de la monarquía austro-húngara en una confederación al estilo estadounidense, recortando los poderes del Emperador y consagrando una serie de libertades que contentaron a la vigorosa inteligentsia vienesa y consiguieron contener la deriva de las regiones periféricas del imperio hacia posiciones nacionalistas extremas.
En los acuerdos de Versalles de 1887, las tres potencias europeas (Inglaterra, Francia y la recién nacida Confederación de Estados de Centroeuropa –nombre con el que, a partir de entonces, se conoció a la Monarquía austrohúngara-) sellaron una paz (2) que, aunque sujeta a tensiones, duró prácticamente cuatro décadas. Los tres países creaban una zona de libre comercio en la que, la Confederación, a falta de los imperios coloniales de sus países hermanos,y por lo tanto a falta de materias primas, aportó la fuerza de su enorme capital humano. Lo que hoy llamaríamos Investigación y Desarrollo.
Algunas de las multinacionales más importantes de la actualidad, como Austria Telekom, se fundaron en esta época, durante el próspero reinado de la emperatriz Gisela, abuela del actual Emperador...(3)
NOTAS
(1) Las convulsiones a las que se refiere el articulista son, por un lado, el surgimiento de organizaciones obreras y de una burguesía que reclamaba mayores parcelas de libertad; por otro, los violentos nacionalismos que condujeron, después del atentado de Sarajevo, a la primera guerra mundial cuyo falso cierre, como sabe el lector, conllevó el ascenso del nazismo y la segunda guerra mundial.
(2) Poco antes de su muerte en Mayerling, el príncipe Rudolf se reunió en Viena con los príncipes herederos de Alemania e Inglaterra. Durante esta reunión quedó clara la sintonía que el hijo de Francisco José tenía con su “progresista” primo inglés.
(3) Si no hubiera habido primera guerra mundial, no hubiera habido segunda, y si no hubiera habido segunda, no se hubiera producido la fuga de cerebros que llevó a Estados Unidos a todo lo mejor de la intelectualidad del imperio. Probablemente Hedy Lamarr, inventora del algoritmo que hoy hace posible la telefonía móvil, hubiera permanecido en su tierra de nacimiento y hubiera vendido la patente a Austria Telekom (y se hubiera forrado)…Quién sabe.
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