(Publicado originalmente el 24 de Septiembre de 2009)
11 de Octubre de 2008. Exterior. Noche. Zona de copas pija situada en una zona semiboscosa de algún lugar de Austria. Un famoso político, que acaba de protagonizar un regreso triunfal a la política nacional, mantiene una acalorada discusión con su lebensmensch (o viceversa). Suenan de fondo, en sordina, las frecuencias más graves de un tema de DJ Ötzi con un estribillo machacón (pongamos que hablo de Ein Stern der Deine Name Trägt). Bajo la fosca luz de las farolas, los dos hombres tienen una conversación de la que no hay testigos. Dicha conversación sube de tono hasta que el político se cisca en todo lo que verdeguea y se va a grandes zancadas hacia su coche –una berlina del tamaño de un transatlántico- aparcado en las cercanías. El lebensmensch, contrito, abre la puerta del local más próximo dispuesto a ahogar sus penas al estilo Piquer (ante una copa de aguardiente/ de mostrador en mostrador).
Lo que no puede ver es que, en una zona de sombra, dos tipos fornidos, malencarados, con gafas de sol a pesar de la oscuridad reinante y con las manos protegidas por guantes de suave piel de becerro, están esperando al político. Cuando el hombre está abriendo la puerta del conductor, lo agarran por la espalda, lo silencian, lo inmovilizan y le vacían en las entrañas un litro de vodka de garrafón (no está la cosa para tirar). Poco a poco, el alcohol entra en la sangre del político que, primero, entra en visión túnel y después, se dirige hacia la muerte en un estado parecido al que nos acomete en nuestros sueños más turbios. Los dos hombres con gafas de sol tiran al guiñapo en el asiento trasero de la berlina, sacan el coche del aparcamiento haciendo gemir los neumáticos, conducen unas cuantas decenas de kilómetros por carreteras secundarias y luego lo preparan todo cuidadosamente: lanzan el vehículo a toda velocidad en una curva que, si se toma recta, conduce directamente a una pared de hormigón que garantiza un pasaje sin vuelta a la teoría conspiranoica más delirante.
A primeras horas de la mañana, alguien despierta al lebensmensch con la noticia más amarga de su vida. Resacoso, haciendo todo lo posible por contener el llanto aparece al mediodía dando la noticia de que Jörg Haider ha muerto en un accidente de coche.
Esta es la versión que, hasta hoy, sostenía, extraoficialmente, la familia del malogrado político, así como un par de escritorzuelos que han parido sendas biografías en las que se aseguraba que la muerte de Haider se había producido debido a un complot político. Sin embargo, la revista News, que sale hoy, ha publicado el informe de la autopsia de Jörg Haider (una información, en principio, confidencial) pero que no deja lugar a dudas sobre las causas de la muerte y no deja tampoco ningún tipo de espacio a ninguna teoría extraña (aunque, como con la Sábana Santa de Turín o los polvos interestelares de los que hablaba antes de ayer, seguirá habiendo gentes inasequibles al desaliento que compensen con imaginación lo que la realidad les niega). Parece ser que, según las pruebas médicas practicadas al occiso –gracias, Teo-, el político había estado pimplando durante todo el día y tenía alcohol en la sangre, en el estómago y en el cerebro en unas tasas que hubieran bastado para tumbar a un cachalote. O sea que, como se dice llanamente en lengua vernácula, el pobre estaba vollkommen besoffen.
La familia, lógicamente, ha reaccionado con la indignación esperable. Es poco probable, sin embargo que en Carintia, feudo político del difuntiño, cambie algo de lo que ya se ha convertido en el negocio más lucrativo desde que los arruinados herederos de Elvis decidieron convertir Graceland en un museo. Por lo pronto, y coincidiendo con el primer aniversario de la piña automovilística de Haider, el lugar del accidente va a ser acondicionado para que los admiradores del muerto puedan dejar sus muestras de condolencia (una especie de Celtiberia Show, pero en Austria). Gracias a donaciones privadas se van a construir tres plazas de aparcamiento y un monumento permanente. Se habla también de construir una casa museo en la que se conservarán reliquias del muerto. Todo es posible en Carintia
Imagine el lector español lo que hubiera pasado si Cecilia o Nino Bravo hubieran nacido en ee bonito (aunque friki) rincón de Austria.
2 comentarios:
Hola Paco,
desde hace un rato me pregunto: Por qué estás tan interesado en Haider? Es un político muerto y años antes de su accidente ya era un político no muy importante, un político provinciano. Sólo interesante para unos periodistas austriacas que le odiaban porque Haider siempre dijo que está perseguido y difamado de ellos.
Una enemistad muy productiva para ambos lados: Haider tenía su publicidad y los periodistas tenían algo para escribir ;-)
Por qué tu estás interesado en un político muerto de un país federal insignicicante?
Para evitar malentendidos: No es una pregunta provocadora. De verdad estoy interesada en la respuesta.
Un abrazo, Sabine
Hola Sabinee:
Espero que leas mi comentario a pesar de que haya tardado mucho tiempo en contestar el tuyo.
Me interesa Haider porque mi olfato de escritor me dice que es una figura que está pidiendo una novela. No me extenderé, pero es un personaje con muchos niveles, contradictorio; que tenía el carisma suficiente para resultar atractivo a casi todo el mundo, un gran encanto personal, una ambición sin límites y una capacidad de crearse autoamnesia digna de mejor causa. Por no hablar de un final trágico.
En fin: espero haber contestado tu pregunta (que, por cierto, he encontrado totalmente lógica y no me ha molestado nada).
Saludos :-)
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