15 de Septiembre.- Querida Ainara: antes de ayer empezaste el colegio. Tu madre te hizo una foto que yo me he guardado para llevarla en la cartera. Estás con tu nuevo uniforme (camiseta polo blanca, vestido gris), algo seria –sería sueño- y pareces mayor. Después de hacerte la foto, tus padres te llevaron a la escuela. Me han contado que, al principio, ibas muy animada, pero que luego te asustó un poco ver a los demás niños llorar. Sin embargo, parece que de momento te has adaptado muy bien a tu nueva rutina y ayer, cuando tus abuelos fueron a buscarte, montaste un pollo impresionante porque no te querías ir a casa.
La semana pasada no te escribí porque estuviste aquí, así que te pude dar los besos que normalmente te mando por carta en vivo y en directo. Algún día espero que leas estas, así que creo que te interesará saber de primera mano cómo eras a los tres años recién cumplidos. De momento, te diré que eres muy alegre y muy sociable. En Austria jugaste con niños no sólo mayores que tú, sino con los que no te podías comunicar. No te importó y, por lo que pareció, a ellos tampoco. Corriste y saltaste sin ningún problema. No te diré que corriste y saltaste hasta cansarte porque Ainara, cariño, eres absolutamente incansable. Como era tu padre de pequeño, por otra parte –a tu madre no la conocí, pero probablemente fuera igual-. Tu héroe es tu abuelo y él es el tribunal de primera instancia al que acudes cuando no quieres hacer algo –por ejemplo, comer;y es que, como tu padre a tu edad, casi nunca tienes hambre-; y ya dices cosas que a los demás, es obvio, nos hacen muchísima gracia.
En el camino de tu aprendizaje has pasado de Pocoyó, que ya consideras cosa de niños pequeños, a Dora la Exploradora. En estos dibujos animados, por si ya no te acuerdas cuando leas esto, el malo es un zorro y Dora, que representa los valores estándar de una niña bien educada pero intrépida del siglo XXI, le dice constantemente “!No robes!” cuando comete alguna fechoría. Tú has tomado esto como sinónimo de “no seas malo” y, de vez en cuando lo dices, aún en situaciones que ponen a tu madre en un aprieto. No debe de ser fácil conservar la sangre fría y que no te entre la risa floja si tu hija, mientras estás cogiendo productos en el supermercado, señala el bote de conservas y te dice “Mamá, no robes”.
También dices mucho lo de “Ay, señor, llévame pronto” que le escuchaste una sola vez (me lo juran) a un humorista de la tele. La verdad es que a mí me hizo tanta gracia que lo digo ya también y, haciéndolo, me parece que te tengo más cerca.
La noche antes de marcharte, mientras tu madre tomaba mi relevo en el asunto de contarte el cuento de Blancanieves (el cuento, Ainara, ya te lo digo, te da lo mismo: a ti, quién te produce curiosidad de verdad son los enanitos de las guardas del libro). Pues eso, que mientras mi madre te contaba sobre mudito, gruñón y demás, tu padre y yo nos quedamos solos delante de la tele. Me decía mi hermano que le daba penilla que ya empezases el cole, porque era el signo más palpable de que estabas empezando, poquito a poquito, el camino de tu vida. Que habría personas que estarían más tiempo contigo que tu familia; que verían partes de tu vida que a nosotros, aunque nos muriésemos de curiosidad, nos estarían vedadas.
Yo le consolaba diciendole que, por ley natural, el destino de todos los niños cuando nacen es el de ser independientes algún día. Y que es bueno que así sea. Y, mientras lo hacía, me acordaba de ti pintando una casita para pájaros de madera que recibiste como regalo. De tu expresión concentrada mientras pintabas de rojo el tejado. Era bonito verte trabajar.
Besos, esta vez de nuevo, desde la distancia.
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