Imagen promocional del organismo de turismo austriaco
5 de Septiembre.- Cuando uno vive en un país que no es el suyo (sobre todo si ese país es tan diferente del propio como Austria lo es de España) es muy difícil conservar un cierto equilibrio.
El próximo 11 de Octubre hará cinco años que vivo aquí y me he convertido, irremediablemente, en un ser mestizo. Austria y España son dos ingredientes de mí mismo cuya proporción ha ido variando a lo largo del tiempo, aunque, si hay una regla que se ha mantenido, es que ninguno de los dos ingredientes ha estado nunca al cincuenta por ciento.
Al principio, digamos que durante todo el primer año, todo era España y Austria era una parte muy marginal. Durante ese tiempo, sonreía mucho, lo miraba todo con ojos españoles y, en general, todo me gustaba bastante poco. Encontraba a los austriacos carentes de curiosidad –claro, yo necesitaba que sintieran curiosidad por mí-, autocomplacientes (y muy autocomplacidos), anclados en una sociedad hiperregulada y estamentaria hasta la demencia. Conforme fui aprendiendo los rudimentos del idioma, poco a poco, y por seguir con la misma metáfora, cambió la proporción de los ingredientes. España, claro, fue perdiendo terreno. Empecé a apreciar la importancia de las reglas pero, sobre todo, aprendí algo muy importante: con las personas y con los países no sirve de nada querer cambiarlos.
En este juego, gana el flexible.
La parte austriaca de mí, que se empezó a desarrollar entonces, también advirtió que, si bien se mira, ser español tampoco es ninguna bicoca. Supongo que esta percepción también estuvo muy condicionada por el deterioro que ha sufrido el país en los últimos tiempos (y, sobre todo, el bolsillo de sus habitantes).
Este nuevo Paco también se sorprendía mucho (y confesémoslo, le molestaba bastante) de que hubiera compatriotas suyos que permaneciesen anclados en la primera fase. Lo he dicho mucho: me molestan los inmigrantes quejicas. Creo que quejarse de algo que no está en manos de uno cambiar es una de las muestras más palmarias de la falta de inteligencia.
Por decirlo de una vez: me producen urticaria los clubes de españoles, las casas regionales y, en general, todos esos locales tristones en los que mis paisanos se reúnen a “españolear” (o a catalanear, o a extremadurear) quizá porque odio los rebaños y los uniformes y porque, de alguna forma, siento que esa necesidad de reunirse a comer bocatas de chistorra es una manifestación de la falta de capacidad para adaptarse a una realidad distinta. Podrá objetar algún lector avispado que, todos los jueves, el que escribe esto se reúne con un grupo de españoles a charlar de sus cosas. Y yo le contestaré que lo que hacemos es todo lo contrario de mirar al sur con tristeza y que, en nuestro repertorio, no está precisamente “Suspiros de España”. De hecho, las reuniones de los jueves están presididas por un saludable espíritu mestizo y se habla más, por ejemplo, de política austriaca que de política española (quizá porque de la política española hace ya tiempo que da un poco de vergüenza hablar).
¿Y ahora, en qué punto estoy? Después de cinco años viviendo aquí, mi parte española se ha id replegando, al mismo tiempo que me he dado cuenta de que mi país ya no existe. Es un reino de fantasía o, a lo más, un tesoro sumergido en las aguas del recuerdo. Mi España es mi familia, pero el país es poco más que una referencia en los mapas y en los billetes de avión que utilizo para volver. Soy inaccesible a cualquier sentimiento nacionalista y, en el caso improbabilísimo de que España y Austria entrasen en guerra, sinceramente, no sé de qué lado me podría. Sería como si me preguntasen a cual de mis riñones quiero más.
2 comentarios:
Hola Paco,
A mi tampoco me gustan los inmigrantes quejicas y huyo de ello. Creo que a ninguno de nosotros se nos puso una pistola en la sien cuando decidimos hacer las maletas.
Emigrar es una experiencia. Yo llevo dos años en Reino Unido (y lo que me queda), y aunque al principio es duro porque todo es nuevo y extraño (pero también excitante) luego uno absorve las costumbres, el idioma, el sentido del humor y el trato local, entre otras, y se acostumbra. Y hasta lo acaba por querer. Como me pasa a mi.
Para mi también lo hispánico ha pasado a un segundo plano. De hecho considero que la marca más palpable que España ha dejado en mi no es otra que el dominio de su idioma: el español. Por lo demás, todo es relativo.
Un saludo, y enhorabuena por tan magno aniversario ;)
Hola Alvaro:
Veo que compartimos el mismo punto de vista. Aunque, sin embargo, después de escribir el post también pensé que mi caso (y parece ser que el tuyo también) no tiene por qué ser el de todos los que abandonan su país.
Creo que nosotros nos fuimos porque queríamos ensanchar nuestros horizontes (esto es, por elección propia) pero quizá la cosa no se vea igual si uno tiene que irse de su país porque las circunstancias económicas le obliguen.
Muchas gracias, de todas maneras, por la felicitacion (tendré que empezar a pensar qué organizo para celebrarlo).
Un saludo :-)
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