Foto: flickr, procedente de los fondos de la Biblioteca del Congreso de los EEUU
25 de Octubre.- Durante la última semana, mi abuelo ha estado saliendo el muchas conversaciones. La mayoría de ellas referentes a cosas de las que no puedo hablar aquí. Aunque sin duda esta presencia discontínua suya en los asuntos de nuestra familia me ha hecho pensar que es el momento de retomar esta serie que tengo un poco abandonada.
El otro día, sentado en un restaurante céntrico, pero más o menos tranquilo, mis acompañantes empezaron a charlar sobre el caso de una persona que suele asistir a las charlas de cierto grupo que cifra sus esperanzas en el contacto con los extraterrestres (nada ilógico si se piensa que la vida, tal y como la conocemos, es un fenómeno que tiene todas las papeletas para ser común en los planetas de esta galaxia). En actitud de estremecido recogimiento, los asistentes a las reuniones escuchan a conferenciantes de aspecto algo excéntrico que aseguran haberse puesto en contacto con seres luminosos que nos vigilan desde el espacio exterior, los cuales les han advertido del camino torcidísimo que la humanidad ha tomado en los últimos siglos (noticias frescas, por otra parte).
Por boca de estos afortunados, los señores extraterrestres predicen que, más pronto que tarde, se producirá un cataclismo planetario del que solo se salvará el puñado de justos que haya apartado su alma de la materia y haya abierto su mente hacia un nuevo tipo de percepción en sintonía con la canción de las galaxias. Cuando el conferenciante se retira silencioso, cabizbajo y tristón por el hongo nuclear que nos espera, sus acompañantes venden entre los asistentes las grabaciones en casette de otras conferencias anteriores (en las que, naturalmente, se predicen unas catástrofes que serán la monda en patinete) y suspiran, a buen seguro, mientras se compadecen de la pobre raza humana que, el día menos pensado, va a acabar churruscadísima.
En el transcurso de la conversación alguien, en la mesa, habló de mi abuelo y, quienes relataban las famosas Reuniones del Fin del Mundo, me explicaron que ellos no es que nieguen que haya un más allá, eso no. Pero sí que se preguntaban por qué los profetas de lo ultraterreno tenían que tirar siempre por la calle del tremendismo, del llanto y del crujir de dientes.
Para su sorpresa, yo les expliqué que mi abuelo había sido un señor que siempre había hecho predicciones de lo más doméstico, encaminadas a un fin utilitario, y que, por lo que yo sabía, el único juicio final que le había preocupado en serio durante su estancia en esta tierra había sido el que el público del Bernabéu aplicaría al superentrenador de turno (aparte de serlo de la Virgen del Cármen, mi abuelo era sumamente devoto de la Casa Blanca; a un nivel más terrenal, naturalmente).
Es más, las pocas veces en que, a media voz, se había hablado en su presencia del Finde (los tiempos) mi abuelo siempre había dicho que, en contra de lo que pensaban los cobardes, él estaba muy tranquilo, convencido de que se trataba más de un ocaso de la civilización actual, con sus cochinos egoísmos, y el amanecer de un cambio de paradigma que llevase a las personas a ser más como Jesucristo nos había indicado en el Evangelio. O sea, amables, cariñosos, desprendidos y todas esas cosas.
Mis interlocutores austriacos se quedaron bastante pensativos y yo aproveché para indicarles que los seres humanos, y de ahí viene nuestro mal, somos muy posesivos con las cosas que creemos. Los que hemos crecido en una cultura católica, por ejemplo, no nos damos cuenta de las cosas que la doctrina de la Iglesia nos ha enseñado a tomar por descontadas, por la fuerza de la costumbre. Por lo cual hay que ser respetuosos con los otros y procurar no caer en la tentación de pensar que los extraterrestres del vecino son cosas de esquizofrénicos y las visitas de Nuestra Señora a pastorcillos portugueses analfabetos asuntos tan coherentes y rotundos como la Teoría de la Relatividad.
4 comentarios:
Paco, mira que casualidad, que ayer mismo nada mas ponerte el comentario a tu post anterior, me dije, y este chico ya no habla de su abuelo?. Me refería a las cosas que nos contabas con respecto a los espíritus y hoy hablo el blog y me encuentro con esta entrada.
¿Este fenómeno como se llama?. Casualidad? Transmisión de pensamiento? o que?.
Me ha gustado mucho el enfoque. ¿Será que soy abuela? Un abrazo.
Es que como el propio ombligo, léase las propias convicciones, no hay nada.
Por eso me encantan los niños. Cualquier cosa es normal, los extraterrestres, el más allá, o el amigo invisible.
Saludos
Tengo un amigo que siempre se burla de las "supersticiones" absurdas de los católicos. Yo flipo un poco porque él es de religión "espiritista" (lo juro) que en su país tiene millones de adeptos.L.
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