Unos cuantos pepinos en alegre y verde montón (si es que, cuando a uno le da por ponerse simbólico...)
29 de Octubre.- Seguramente por mi mala cabeza he estado muchas veces sin empleo. La suerte que he tenido, por otra parte, es que nunca se me han caido los anillos por hacer ningún trabajo, así que, normalmente, a la que he sabido que había un puesto libre, yo he presentado mi candidatura. Por si las moscas. Lo cual a veces me ha metido en situaciones de esas que uno le cuenta a sus alumnos cuando quiere hacer una pausa entre el pretérito imperfecto y el pretérito indefinido.
La historia que voy a contar hoy sucedió durante mi último verano en Mundo Perdido –esa cadena de televisión en donde mis lectores saben que trabajé-; se veía bastante claro que el departamento al que le dedicaba mis ocios (no teníamos una mala tarea que llevarnos al teclado del ordenador) iba a cerrar más pronto que tarde, así que se imponía la búsqueda de un curro nuevo para darle de comer a mi hipoteca (recién nacida entonces).
Como por experiencia sé que, en España, Radio Patio es lo mejor para encontrar un trabajo si lo hay, yo le contaba mi desazón a todo aquel que me encontraba (teniendo cuidado, eso sí, de aliñarla con cierto número de chistes porque nunca me ha gustado lloriquear). Hasta que un día mis llantos surtieron efecto.
Un alma caritativa me proporcionó el número de teléfono de un familiar de un famoso cantante español de los ochenta. Mi contacto en esta misión.
Con cierto pudor causado por el conocido apellido del pariente en cuestión marqué el número. Me contestó una persona muy simpática que, campechana, me explicó de lo que iba el trabajo, con el mismo tono, eso sí, con el que M le cuenta a James Bond en las películas que es muy poco probable que vuelva vivo del intento de cepillarse al supervillano de turno.
Se trataba de ver porno. Ocho horas al día, cinco días por semana. Una plataforma digital emitía películas pornográficas en régimen de pago por visión y, naturalmente, se necesitaba a una persona que visionase todo el material que llegaba, seleccionase aquel que se ajustaba a los criterios de la cadena (los orificios corporales, con ser de número tan reducido, tienen una multitud de usos, no todos al alcance del mainstream...) y, llegado el caso, editara las películas para que entrasen –con perdón- en los huecos de tiempo que tenía el canal.
Un trabajo así suena bien a priori (ay, viciosillos...) pero, en realidad, debía de ser más duro que picar piedra. La rotación era muy alta, claro. Supongo que después de estar dos meses viendo porno los sufridos empleados de la cadena debían de andar todo el día con el estómago revuelto (imagínate que vas a un restaurante y te ponen ensalada de pepinos, o una sabrosa ración de almejas a la marinera). En fin.
Mi contacto me preguntó si de verdad me veía con fuerzas para hacer el trabajo. Yo pensé en mi hipoteca y, por qué no, en que tampoco podía dejar mal a quien me había pasado el chivatazo (uno tiene el deber de ser leal a sus fuentes). Dije que sí ¿Que había que ver porno? Pues se veía. Trabajos peores hay.
Total: que la amable persona al otro lado del teléfono, después de repetirme varias veces que no me podía prometer un feliz resultado para su gestión, me pidió que cogiera lápiz y papel y que apuntase una cuenta de correo electrónico.
Continuará...
2 comentarios:
¡Lo que hay que hacer para pagar la hipoteca! No me asustes, que estoy hipotecada hasta que cumpla 64 años. Menos mal que, como para entonces me jubilaré a los 67...
Hola!
Pues si la plataforma sigue emiiendo, debe de haber alguien que lo siga haciendo jajajaja
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