29 de Marzo.- La ciudad de Graz es una tranquila capital de provincia, conocida por contar con un estadio que lleva(ba) el nombre de Arnold Schwarzenegger y por haber servido de telón de fondo a una divertidísima comedia austriaca (me temo que demasiado local para poder ser disfrutada fuera de aquí) sobre el secuestro de la actriz Elfriede Ott.
Sin embargo, el viernes pasado, la recoleta paz de la población fue perturbada por un suceso que se repite en Austria con cierta frecuencia: durante las obras de ampliación de la Estación Central del municipio, unos trabajadores encontraron una reliquia de la Segunda Guerra mundial: una bomba (o pepino) de 250 kilos y fabricación británica que no había explotado en su momento y que había quedado enterrada, durmiendo su perverso sueño, esperando a que un movimiento imprevisto del terreno hiciese saltar por los aires todo lo que estuviese a su alrededor.
Los obreros austriacos, que conocieron inmediatamente el peligro que entrañaba el artefacto explosivo, llamaron a la brigada de los artificieros del ejército austriaco. Poco antes de las diez de la noche del viernes, una horrísona explosión sacudió los alrededores de la estación central, provocando numerosos desperfectos pero, por suerte, ningún daño personal. En un radio de 800 metros alrededor del chisme hubo que evacuar casas, comercios e incluso un hogar de ancianos. Todavía ayer, según informó el telediario de la televisión pública austriaca, se seguían subsanando los daños materiales provocados por la onda expansiva.
Un experto explicaba lo sucedido:
-La bomba de Graz, por su potencia, es un caso de los que se dan cada diez años –de hecho, desde que terminó la guerra, sólo han estallado media docena de ejemplares de similares características- el problema es que el mecanismo detonador de la bomba (o pepino) está fabricado en bronce; con lo cual, es inmune a la corrosión. Por lo que respecta a eso, los artefactos podrían funcionar perfectamente dentro de doscientos años.
Hay que decir, por cierto que, mientras explicaba esto, el simpático artificiero tenía la misma ufana expresión que si estuviera describiendo las ventajas de un nuevo modelo de automóvil.
El problema es que la cosa no se ha terminado aquí. Durante la Segunda Guerra Mundial los bombardeos fueron frecuentes. Particularmente en los alrededores de aquellos lugares que los aliados consideraban de importancia estratégica, como las estaciones ferroviarias, los depósitos de munición o las fábricas de armas. Sólo en Viena hubo 52 bombardeos (en Graz, 57) por lo que los expertos piensan que debe de haber alrededor de 15.000 bombas esperando la mano que sepa desactivarlas. Por cierto: no siempre salen las cosas tan bien como (afortunadamente) salieron en Graz. En 2003, dos funcionarios del cuerpo de desactivación de explosivos perdieron la vida en Salzburgo al intentar desactivar una bomba más pequeña que la encontrada en Estiria.
Hay veces, sin embargo, en que la chatarra bélica que se halla es mucho menos peligrosa: durante las obras de cimentación de lo que será la nueva estación central de Viena, se encontró un tanque alemán comido por el óxido, cuyos restos reposan hoy en el Museo del Ejército de la capital austriaca.
Ilustración: el pepino hallado en Graz (foto: Agencia APA)
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