Un millón de amigos



11 de Mayo.- Querida Ainara: una de las cosas por las que creo que me caracterizo (es más, me enorgullece mucho caracterizarme por eso) es porque tengo un enorme sentido de la amistad. Tener amigos, para mí, es necesario, en el sentido en que “necesario”, significa inevitable.


Para mí, mis amigos significan muchísimo y procuro no fallarles nunca, estar ahí siempre que les hago falta (incluso cuando no les hago falta); me gusta ayudar, ser útil y me siento todavía más orgulloso cuando, a través de mí, se conocen personas que, de otra manera, no se hubieran molestado en intentarlo.

Te confieso, Ainara,  que, de mi adicción a la amistad, este último ha sido el aspecto que más problemas me ha traido.

Por causa de ese defecto genético que, en el mundo actual, constituye tener una enorme paciencia, combinada con dosis casi letales de respeto por el prójimo, tu tío tiene amigos de todas las clases (no conocidos, insisto: amigos).

Ricos y pobres, rojales y conservadores, gays y heterosexuales, españoles y austriacos, aficionados a la fotografía y de los que consideran el fútbol como una de las bellas artes (no es incompatible, pero bueno), jóvenes y jubilados. En fin: no sigo con el recuento porque esto podría convertirse en el anuncio aquel de la Coca-cola.

Cuando era más joven, actuaba inconscientemente bajo la premisa de que, puesto que todas estas personas de gustos y procedencias tan diversos eran amigos míos, era impajaritable que, si se conocían, fuesen amigos entre sí. Pensaba que, si yo los encontraba (los encuentro) fascinantes, ellos tendrían que encontrarse fascinantes los unos a los otros. Y, la verdad, Ainara, a causa de esta ingenuidad mía me he llevado unos enormes chascos.

Con los años, querida sobrina, me he dado cuenta de la razón: tu tío, ese hombre que te escribe una carta casi todas las semanas, carece casi completamente de prejuicios; la mayoría de la gente, en cambio, no puede salir a la calle sin ellos. Antes me dolía comprobarlo. Ahora, me hace encogerme de hombros.

No quiero sin embargo dar a entender que esta forma de ser mía sea la mejor del mundo, de ninguna manera. De hecho también me doy cuenta de que, a veces, peco demasiado de sacrificar mis intereses a los intereses de los otros. Normalmente, anteponer lo que a los otros les gusta a lo que me gusta a mí, me enriquece como persona (cuánto y cuánto he aprendido yendo a sitios que, en principio, me importaban un pimiento) pero también es cierto que, a veces, me quedo con las ganas de que la gente me escuche o, simplemente, se deje llevar por las cosas que a mí también me gustan.

Tu tío, Ainara, ha hecho su lema, de manera inconsciente, un chiste que, la mayoría de las veces describe a la perfección su manera de reaccionar. Esto son dos hombres, uno muy flaco y otro muy gordo, que se encuentran. Asombrado, el flaco pregunta:

-¿Y de qué está usted tan gordo?

Sonriente, dice el otro:

-Será por no discutir.

-No será por eso, hombre.

-Pues no será por eso.

En fin. Besos de tu tío.

3 comentarios:

emejota dijo...

Un pasito más en adultolandia. Un fuerte abrazo.

Chus dijo...

Para mi también la amistad es muy importante.

Yo también tengo muchos amigos pero AMIGOS con mayúsculas, de los de verdad, de los incondicionales, poco. Sobre todo en las desgracias es cuando te das cuenta de ello.

Un abrazo

Paco Bernal dijo...

Hola!

Gracias por vuestros comentarios.

A Emejota: con qué buenos ojos me miras! ya hace unos años que voy haciendo mis pinitos en Adultolandia jajajaja.

A Chus: yo creo que tengo también unos cuantos muy buenos para cuando las cosas vengan malas (que quiera Dios que tarden mucho).

Abrazos