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21 de Julio.- A partir de hoy, y hasta el día 31, voy a tomarme unos días de vacaciones. No piensen mis lectores, sin embargo, que voy a dejarles sin su ración diaria de Viena Directo.  Para estos días del mes de Julio he preparado una cuidadosa selección de los mejores artículos.

Empezamos con este que se publicó enMarzo de 2008 (ya ha llovido) con ocasión de un viaje profesional a la bonita localidad alemana de Stuttgart. Allá va:
El Recki´s bar está cerca del hotel. Nos lo recomendaron antes de venir porque parece que se come bien. Pero es que, aparte de esto, el ambiente es acogedor, hogareño y, como descubrimos pronto, invita a la confidencia.
Da la casualidad además de que nuestro amigo, el hombre sonrosadito, al que llamaremos a partir de ahora Frank, vive también en un hotel cercano. Esto hace que terminemos mi compañero, el llamado Frank y yo, sentados en la barra del Recki´s bar, frente a sendas cervezas.
Delante de la suya, una de a litro, mucho más grande que las nuestras, Frank se va soltando y va desgranando los pormenores de su vida. Resulta ser un ex soldado (veterano de Afganistán, de la primera guerra del Golfo, de la guerra yugoslava), divorciado y con una hija. Nos lo cuenta todo como si nos conocieramos de toda la vida, como si, en vez de tres desconocidos reunidos por el azar, fuéramoscamaradas de armas, compadres de alguna hermandad.
Venimos de una fiesta institucional, celebrada en el palacio de congresos que nos acoge, en la que el presidente de la Comunidad Autónoma (que, naturalmente, no se llama así, y cuyo cargo se conoce como Landesvater –o sea, padre de la patria-) el presidente, decía, ha estado contando cuán importante es la tecnología para sus gobernados y para él mismo. Esto de que se le conozca con este apelativo tan estalinista, igual que la actitud del político, tan estirada, tan típicamente democristiana, ha dado ocasión a que mi compañero y yo nos hayamos pasado de cachondeo la mitad de la cena, utilizando como puente el idioma inglés que nos une, y el alemán que yo chapurreo.
Con llamémosle Frank, sin embargo, hablamos de otras cosas. De la creciente corrupción y violencia del mundo, de la necesidad de dejar de fumar (Frank ha sobrevivido a dos embolias pulmonares causadas por el tabaquismo). Frank se muere de risa cuando le cuento que no tengo carnet de conducir –cosa que en Alemania es rara- y se ríe más cuando yo le explico mis razones. Pienso que los coches son un arma y que, como tales, deben ser manejados por gente que no tenga miedo de poder ser la causa de cepillarse a un semejante por accidente.
Frank se despide antes de las diez, de manera un poco extraña, y mi compañero y yo nos quedamos en el Recki´s bar, apurando nuestras últimas cervezas del día (pequeñas), un poco sorprendidos porque, en la noche, se ha abierto una ventana de sinceridad.

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