El filete es tuyo, ciudadano
(Reflexiones al calor del Shopping City Süd)


24 de Febrero.- Atención, queridos lectores, porque voy a sacar a la luz un hecho que hará remecerse sus conciencias: uno de los capítulos menos conocidos de la guerra de los Balcanes (y yo diría que uno de los más terribles) es la persecución que sufrieron durante dicha guerra las personas con un mínimo de buen gusto, no importa la etnia a la que pertenecieran. Dentro de la política criminal de limpieza étnica que caracterizó aquel conflicto, ellos fueron los que más sufrieron. A juzgar por cómo se visten ahora las personas procedentes de los países del este –particularmente balcánicos- se debió de hacer una exhaustiva búsqueda de aquellos indivíduos que sabían combinar los colores o que no ignoraban que no es necesario que los tintes rubios platino produzcan daños irreparables en el nervio óptico; se encomendó a estas personas misiones suicidas a las que no pudieron sobrevivir y así, los pobres habitantes de la desmembrada Yugoslavia, no sólo tuvieron que soportar a fulanos como Milosevic, sino que se hundieron de cabeza en la barbarie estética. Ellas, quedaron condenadas al tinte platino, a las mechas salvajes sobre el pelo azabache, a la ropa que, en América, llevaba Ana Nicole Smith (q.e.p.d.) y que las hace parecer lo que sin duda no son: señoritas de moral distraida rescatadas por Espartaco Santoni de cualquier whisquería de carretera de las cercanías de Ciudad Real; y ellos, que tuvieron menos suerte aún, quedaron en las manos de una mafia internacional de diseñadores entre cuyas fechorías cabe destacar los estilismos de la primera Operación Triunfo, bajo cuya influencia fue imposible pasar por la planta de Moda Joven de El Corte Inglés sin preguntarse si los diseñadores que sirven a esa Santa Casa eran adictos sin remisión al Acido Lisérgico o formaban parte de un pérfido complot en contra de la ropa ponible..
Todas estas reflexiones me asaltan mientras contemplo, en el Shopping City Sud –un centro comercial monstruo que está al sur de Viena- a una pandilla de adolescentes balkánicos con sus churris. Me pregunto qué pecado han cometido estas pobres criaturas para que alguien les haya dicho que están no ya guap@s, sino mínimamente visibles, con los atuendos que me llevan. Mención especial merecen las crestas de ellos (hechas directamente por un peluquero canalla pariente cercano de Pierre Nodoiuna) y el revocado que llevan ellas en la féis (llamarle a eso maquillaje es insultar a la industria cosmética). Tanto ellos como ellas llevan encima todo el estrás que han podido chorizarle a sus madres (pendientes de diamantitos ellos, bisutería brillosa ellas) y, mientras mascan chicle con la boca abierta, se intercambian sms con quién sabe qué ignotas malas influencias.
Al lado del grupo de delincuentes juveniles –que están esperando que alguien haga con ellos su particular West Side Story- pasan a menudo señoras mayores. Las señoras mayores de Viena, también conocidas como viejas de Viena, pertenecen a una especie particular que se parece poco a sus parientes de la Internacional Abuelista que viven en España. Para empezar, las señoras mayores vienesas se mantienen activas hasta muy avanzada edad. Y cuando digo activas, digo activas. O sea, que casi se ofenden si las tratas con el tiento que la educación manda dispensar a las personas mayores. Siempre van impecablemente vestidas. La vieja austríaca prototipo lleva un sombrero con pluma, chaqueta loden con botones plateados, falda por debajo de la rodilla, zapato plano y bastón. Al equipo se añade un bolso y una cara de determinación férrea que vale lo mismo para pasar al otro lado del paso de cebra que para comprar una botella de sirope en un Billa –el DIA de aquí- algunas, las más intrépidas, incluso se desplazan en bicicleta. Por supuesto van peinadas de peluquería. Uno puede ver en su forma de moverse y de relacionarse con el mundo dos cosas: a) una educación estrictísima basada en la represión ferrea de cualquier sentimiento: las señoras de Viena son educadísimas al antiguo estilo y b) la escasez. El grueso de la clase media austríaca tiene muy presente la escasez. Hay que tener en cuenta que aquí, después de la guerra, no se empezó a comer medio bien hasta principios de los años sesenta. Por eso –y esta hará las delicias de mis lectores españoles- aquí es muy normal que, cuando tú vas a un restaurante y te pides un schitzel –especie de filete empanado que es la comida tradicional de Austria- si no te lo acabas (cosa que es frecuente, porque aquí los filetes son de carne de brontosaurio) tú llamas al camarero o Kelner y le dices:
-Oiga usted, mein herr, que me lo envuelva para regalo.
El camarero, inexpresivo, se llevará tu plato y te traerá un paquete de papel albal con los restos de tu filete dentro. Yo, la primera vez que vi hacer esto, casi me dio un flús –en España nadie lo haría, porque le parecería cutre-; yo, poseido por la vergüenza torera que a veces nos entra a los españoles, incluso, renuncié a ir por la calle con mi paquete de papel albal con el filete dentro. Mis amigos austríacos me miraron con cara rara porque para ellos no era nada del otro mundo. Para intentar convencerme, me decían:
-Se tira muchísima comida todos los días: es una lástima. Y, además, lo has pagado. El filete es tuyo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hallo!

First of all: aún estoy desmeándome con tu alusión al tinte platino destructor de nervios ópticos. xD You'll see, maifrend; hace unos meses sufrí en mis propias carnes (o, mejor dicho, en mis propios pelos) la extraña [pero cierta] afición que parece caracterizar al gremio de los peluqueros; es decir: hacer más de lo que se les pide. Como consecuencia de esta inmensa generosidad, la menda lerenda salió hecha un basilisco de la pelu porqué la habían dejado blonde que te shit yourself. Por suerte, la cosa se ha podido solucionar con unos apaños caseros. Pero ya te digo yo que a los hairdressers les tengo tanto miedo como a un análisis de blood.

Next thing: lo de ver a un adolescente y sentir vergüenza ajena por su forma de vestir y/o comportarse es algo que sucede wherever you may go, dear bernal. Aquí en España se han puesto de moda los pantalones "ahorra tó lo que puedas que con el euro está tó mu caro"; es decir: los que dejan ver la hucha de quien los lleva. Lo mejor de todo es cuando se sientan en el respaldero de un banco para fumar porros y comer piporras; ahí pasan de enseñar la hucha y les ves el fondo de inversión entero.

En cuanto a lo del Albal, me ha sorprendido muy mucho. Yo pensaba que eso era más típico de España (el otro día mi abuela dejó flipando al camarero, que ya iba a retirar el plato con una pata de pollo que había sobrado, cuando la agarró por el hueso y se la metió en el bolso así tal cual [llevaba una bolsa del Carrefú] mientras decía: "Aquí no se tira ná". Creía que, si hacías eso en Austria te miraban como diciendo "Qué tí@ tan vulgar". En fin, que en todas partes se cuecen habas, y en Austria a calderadas.

Good night!

Dalia dijo...

Bueno, lo de llevate la manduca a casa que para eso lo has pagado ya llevaba muchos años implantado en USA así que si le cojes gusto y te vas por ahí de vacaciones te puedes hacer luego un picnic con las sobras en la habitación del hotel.

Lo de los gustos en cuanto a la ropa, chato, es muy dificil domesticar a una persona de por esos mundos de Dios. Ya he sufrido en mis pupilas las combinaciones de colores imposibles (no olvidemos que tengo una media naranja teutona en casa) y cada vez que creo que ya lo tengo neutralizado hace algo que me demuestra que no hay tu tía. Todavía recuerdo, por ejemplo, el día en que se me presentó en el gimnasio con un pantaloncito corto rojo carmesí, una camiseta amarillo canario que le venía corta y unos calcetines azules de ejecutivo saliendo de las zapatillas. Yo hacía como que no tenía nada que ver con él...

Marujita Robinson dijo...

Pues claro que sí, lo de los fieletes está muy bien. Talvez por eso Austria sea un país tan rico: no tiran nada :P