Desafiando a la Combustión

2 de Abril.- Por estas fechas hace dos años que pisé Viena por primera vez.
Durante aquella visita, guiado por un grupo de simpáticos aborígenes, visité todo aquello que la primavera aconseja visitar a los turistas. Los hermosos parques, los grandes palacios, las calles recoletas, las peligrosas heuriger...
Después de una de aquellas visitas, cargadito de spritzer, y sumido en ese estado de agradable irrealidad que da el alcohol, visité un bar del primer distrito al que no he vuelto a saber llegar hasta hace días. Las paredes están cubiertas de fotos dedicadas de cantantes de ópera, y el dueño –un hombre de maneras suaves y cierta pinta de estar recortado de una foto de otro siglo- tiene aspecto de pensar que pocos parroquianos del bar van a entender lo que significa el gran arte de la ópera.
Cuando yo entré, aquella noche, ya remota, del 2004, el bar estaba solitario (era entre semana) y sonaba algo de Wagner. Un borracho legañoso estaba acodado en la barra y el dueño del establecimiento, con sus maneras suaves y un tanto apolilladas, trataba de despertarlo. Cuando nos vio entrar, se acercó a la mesa que habíamos elegido (mi punto etílico me había impulsado a sentarme debajo de la foto dedicada de José Carreras) y, sonriente, nos preguntó qué queríamos beber. Alguien me pidió el spritzer número n y le explicó al mesonero que yo era español. No pude escuchar más de la conversación, porque, en ese momento, parte del spritzer ingerido con anterioridad dio muestras de querer salir de mi cuerpo a toda prisa. Total: que corrí al servicio, me desahogué y, al abrir la puerta, sentí un extraño silencio. El bar estaba definitivamente solitario. El borracho legañoso se había ido y el dueño presidía la barra art decó con un aire de divertida suficiencia. De pronto, empezaron a sonar los compases familiares de una grabación antigua y una voz purísima empezó a cantar con un inconfundible acento español.
Tras un par de estrofas, pregunté:
-¿Quién canta?
Y el mesonero, con el aire de quien desvela un misterio exquisito, sólo dijo una palabra:
-Caballé.
Todo este preámbulo para decir que los españoles tenemos poca conciencia de nuestro profundísimo patrimonio artístico. Fui consciente ayer mientras la ORF transmitía por su segunda cadena (impecablemente, como siempre) el montaje de “La Fille du Regiment”, de Donizetti, que, actualmente, está en la Opera de Viena. Para la ocasión, había una invitada de excepción: Montserrat Caballé. El preámbulo fue ver cómo le temblaban las manos al locutor mientras la entrevistaba, como si se estuviera acercando al último vestigio que queda de las grandes divas. Pero la confirmación la tuve cuando aquella anciana de la que tanto nos hemos reíido, salió al escenario apoyada en un bastón y el público, puesto en pie, no la dejó decir ni mú durante un par de minutos. Yo, que no soy nada nacionalista, me sentí henchido de un gran orgullo patrio. La Caballé hizo un pequeño papel cómico, en un francés deplorable, y cantó con una voz que está muy lejos de lo que fue el mágico cénit de su carrera. Pero, así y todo, seguía teniendo una presencia escénica (y no me refiero a lo orondo de su anatomía, por supuesto) que ya quisieran otras para los domingos. Hizo hasta un extra, cantando una canción folklórica suiza que no está en el libreto de Donizetti y se permitió, incluso, olvidar las líneas de su texto e improvisar sobre la marcha en un francés que, ya lo hemos dicho, no le hubiera permitido pasar el exámen menos exigente de la ESO. Lo que sí que habla fenomenal (aluciné, por cierto) es el alemán. Al apabullado locutor le hizo hasta chistes, que es lo más difícil de hacer en un idioma que no es el tuyo.
Por cierto, si la dos, dentro de su anárquica programación, decide pasar este montaje de La Fille Du Regiment, por favor: no perdérselo. Es la ópera más divertida que yo haya visto en muchísimo tiempo. Está alucinantemente bien hecha. Y además, sale mi amigo A. en el coro (que por cierto, chupa cámara que es un primor jejeje).
Termino hoy con una anécdota. Cuando María Callas decidió retirarse, un periodista le preguntó a qué cantante de aquel momento consideraba su sucesora. Qué voz podía compararsele en gracia, en profundidad, en virtuosismo. Y la Callas dijo:
-Only Caballé.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es curioso... pero muchas veces tenemos que irnos fuera para darnos cuenta de lo que tenemos aquí. Supongo que el estar lejos de la tierra dota a las personas de ese extraño sentimiento de orgullo patrio que no tenía en el lugar de procedencia. ¿Por qué será?