
¿Por qué corres, Ulises?
7 de Abril.- Entre las personas que experimentan parecidas circunstancias, surgen siempre temas que son en apariencia inagotables. Porque el ser humano –más el ser humano español, que necesita hablar- piensa en sus cosas mientras trata de explicarlas, y elabora las teorías en el curso de una buena conversación. Ayer viernes quedé con dos amigos expatriados de diferente nacionalidad: mi amigo O. –de Perú- y mi amigo I. –español-; y con los dos, charlé sobre las particularidades o aspectos sorprendentes de este país que nos acoge y comprobé (bastante aliviado) que las “rarezas” austríacas no me sorprenden a mí solo.
Con I., también hablé a propósito de lo que hemos venido a llamar el Síndrome del Exiliado y que, desgraciadamente, es muy corriente entre las personas que, por una razón o por otra, dejamos España para asentarnos en otro país. Consiste este síndrome en que uno echa de menos España. Pero no la echa de menos totalmente, sino que, lentamente, hilada de nostaliga, va fabricándose una versión del propio país que no responde, ni mucho menos, a la realidad. Sino que es un territorio fantástico en el que cada bar pone la mejor tortilla de patatas que se pueda deshacer en un paladar o en el que las marujas son mujeres aguerridas con el corazón de oro, como Penélope Cruz en “Volver”; un país de Oz en el que la gente es fantásticamente abierta y amable y en el que todo, desde el idioma hasta esas reglas no escritas que se nos inculcan en la infancia, es fácil y cómodo y se desliza como una seda.
Desde Ulises, añorando su Itaca, todos los exiliados han sentido esto mismo en un momento de debilidad. Y desde aquí lo digo, sobre todo a las personas más propensas a la nostalgia: es un sentimiento contra el cual hay que luchar. Porque bajo su apariencia seductora, es un sentimiento Conan el Destructor, que puede terminar minándote el carácter y forzándote a volver a un país que no existe sino en tu fantasía.
Porque cuando uno vuelve, se encuentra con que España es un país más. No quiero decir con esto que España sea un país menos. Sino que es un país como los otros. En el que hay gente que, cuanto más la conoces, más quieres a tu perro. En el que hay bares sucios con moscas. Y atascos. Y gentes que te meten el codo en las discotecas hasta destrozarte el bazo (¿El bazo? ¿El bazo? Y, al fin y al cabo, ¿Para qué quiero yo un bazo?). El expatriado, el exiliado, echa de menos el país, pero no echa de menos TODO el país, sino aquellas partes que más le interesan en cada momento.
Por no hablar de un hecho duro pero irrefutable: la vida sigue. Igual que no se puede devolver la sombra al reloj de sol, el exiliado o el expatriado, se encuentra al volver que no puede regresar a su vida de antes. Que su entorno anterior ha elaborado hace mucho un modo de estar sin él o sin ella, en el que él es esa presencia exótica que estaba en un país extranjero. Presente y de alguna manera, al mismo tiempo, sin realidad física: como las deidades, o el presidente Bush o los actores que encabezan las listas a seres más sexis del planeta. Y para caer en esto que expongo, no importa la cultura, no importa lo informado que estés, no importa que internet haga tu vida más fácil. Porque echar de menos es un resorte que está grabado a fuego en las meninges cerebrales. Un impulso primario como el hambre, o el sexo. El ser humano siempre echa de menos esos territorios en donde los pastos eran más verdes y la caza más abundante. Desde que el hombre es hombre, hacía instrumentos de sílex y aprendió a pensarse a sí mismo.
Para curarse de esta nostalgia perniciosa, hay que acudir a la famosa anécdota de Serrat. Cuenta Joan Manuel que los niños le maltrataban en el recreo llamándole Murciano (mis lectores catalanes sabrán las resonancias que tiene la misteriosa Murcia para los del Seny). Un día, el niño llegó junto a su madre y le dijo:
-Mamá, los niños, en el recreo, me llaman murciano. Dicen que eres de Murcia y yo les digo que es mentira. Mamá: ¿De dónde eres?
Y la madre de Serrat dijo:
-Yo soy de donde comen mis hijos.
De mis conversaciones con O., y con I., saqué también sugestivos temas para varios posts, que ya, anuncio desde aquí: “Los austríacos y los hospitales”, “Vida familiar austríaca”, y sobre todo y más terrible “Visitar una casa en Austria: atarse los machos”.
Para curarse de esta nostalgia perniciosa, hay que acudir a la famosa anécdota de Serrat. Cuenta Joan Manuel que los niños le maltrataban en el recreo llamándole Murciano (mis lectores catalanes sabrán las resonancias que tiene la misteriosa Murcia para los del Seny). Un día, el niño llegó junto a su madre y le dijo:
-Mamá, los niños, en el recreo, me llaman murciano. Dicen que eres de Murcia y yo les digo que es mentira. Mamá: ¿De dónde eres?
Y la madre de Serrat dijo:
-Yo soy de donde comen mis hijos.
De mis conversaciones con O., y con I., saqué también sugestivos temas para varios posts, que ya, anuncio desde aquí: “Los austríacos y los hospitales”, “Vida familiar austríaca”, y sobre todo y más terrible “Visitar una casa en Austria: atarse los machos”.
3 comentarios:
Supongo que es normal recordar las cosas mejor de lo que son en realidad, ¿no? Será por aquello de la memoria selectiva… Pero bueno: es algo de lo que no puedo opinar porque no lo he experimentado.
PS: Pon el vídeo en marcha. Ya tenemos el primer “quítate tú pá ponerme yo” de la nueva era televisiva. Se va el moreno, y se pone el rubito molón al frente del programa. Se ve que ha sido por una decisión de la directiva del mismo, así que él no ha tenido la culpa. Si estuvieran en España ya tendríamos al morenazo rajando en algún programa rosa. Que si el rubio este, además de tonto, es un trepa; que si ha hecho los casting de rodillas; que si tira más una cara bonita que un buen presentador, etc. Ah, por cierto. Ya puedes sacar las polveras de Max Factor. ¿En qué piensa esa gente? Qué horror.
Sea como sea: joé con la nueva era.
¿no había un dicho muy antiguo que decía que no había que juntarse con murcianos? Y que conste que no tengo nada en su contra, es que me hacía gracia.
No puedo esperar para leer “Visitar una casa en Austria: atarse los machos”.
Queridos amigos:
Por partes:
-Debido a una agradabilísima invitación no he visto la tele hoy; de todas formas, como supongo que la renovación en la ORF no habrá alcanzado al departamento de maquillaje, seguirán haciendo con ellos lo de siempre: estucarlos (criaturicas). Me tengo que poner al día de la renovación que ha sufrido nuestro canal favorito.
-En cuanto a lo de "Visitar una casa en Austria" tampoco resulta tan terrible -de hecho, en la mayoría de los casos, resulta muy placentero, como hoy-, pero I. me contó una serie de anécdotas jocosas que pensé que convenía contar para ilustrar una parte del carácter de ciertos ciudadanos de este país.
-En cuanto a Murcia, es una comunidad autónoma en la que he pasado algún feliz verano de mi niñez, y la verdad es que no tengo más que cosas agradables que decir. De poner un pero, sólo pondría uno: el uso de la palabra "picoesquina" (pronunciada picojquina) que a mí me resulta un poco feilla. Y que, en Murcia capital, todo lo referencian al Corte Inglés, asín de la siguiente manera:
-Perdone usted amable ciudadano, ¿La calle X?
-Sí, ¿Sabe usted dónde está El Corte Inglés?
-Sí, claro.
-Pues ahí, no.
La anécdota de Serrat viene referida a que los catalanes autóctonos llamaban a los inmigrantes andaluces, en su conjunto, murcianos.
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