Sala de conferencias del Instituto Cervantes de Viena, ayer por la tardeActos Culturales
18 de Abril.- Ayer asistí a una conferencia de un escritor español en el Instituto Cervantes. La sala, blanca, grande, decorada con fotos pertenecientes a una exposición temporal de gusto un tanto tétrico, estaba ocupada solamente por unas diez personas. Seis de ellas mujeres en evidente estado de ociosidad que, obviamente, se conocían de asistir de público a un centenar de actos como aquel.
El director del instituto, un hombre delgado que habla un alemán con pretensiones, lee un texto en una voz demasiado baja y demasiado monótona, en el cual presenta a los dos ilustres conferenciantes: el escritor español y la escritora austríaca, que me es enteramente desconocida. Él, soporta los ditirámbicos elogios del director de la institución con una mal disimulada incomodidad, prestando atención constante a una jarra de porcelana blanca y a dos vasitos de agua preparados para la lectura. De vez en cuando, levanta la mirada hacia el auditorio y, con sonrisa Habsburgo (es un poco prognático) nos mira a todos como el mártir que intentase congraciarse con el grupo de leones que esperan a merendárselo.
Cuando el director termina de leer un texto escrito hace años que ha reciclado para la ocasión (aquí todo se aprovecha), el bueno del conferenciante, incapaz de lanzarse a capón a la lectura de su texto (hecho por el cual cobra una buena cantidad de euros) decide disculparse mediante un preámbulo en el cual , con una modestia demasiado radical para ser sincera, que él aterrizó en esto de juntar palabras por casualidad. Comete por el camino varios groseros errores, dequeísmos y laísmos incontables, y uno, la verdad, piensa lo que el pasodoble: Manolete, si no sabes torear, pa qué te metes.
El director del instituto, un hombre delgado que habla un alemán con pretensiones, lee un texto en una voz demasiado baja y demasiado monótona, en el cual presenta a los dos ilustres conferenciantes: el escritor español y la escritora austríaca, que me es enteramente desconocida. Él, soporta los ditirámbicos elogios del director de la institución con una mal disimulada incomodidad, prestando atención constante a una jarra de porcelana blanca y a dos vasitos de agua preparados para la lectura. De vez en cuando, levanta la mirada hacia el auditorio y, con sonrisa Habsburgo (es un poco prognático) nos mira a todos como el mártir que intentase congraciarse con el grupo de leones que esperan a merendárselo.
Cuando el director termina de leer un texto escrito hace años que ha reciclado para la ocasión (aquí todo se aprovecha), el bueno del conferenciante, incapaz de lanzarse a capón a la lectura de su texto (hecho por el cual cobra una buena cantidad de euros) decide disculparse mediante un preámbulo en el cual , con una modestia demasiado radical para ser sincera, que él aterrizó en esto de juntar palabras por casualidad. Comete por el camino varios groseros errores, dequeísmos y laísmos incontables, y uno, la verdad, piensa lo que el pasodoble: Manolete, si no sabes torear, pa qué te metes.
Los textos que lee están, naturalmente, espurgados de todo este tipo de parafernalia que denuncia una dentición lingüística deficiente. Son bonitos, elegidos con cuidado. Sin duda, los mismos textos que leyó en Bratislava el día anterior (en Viena, todas las paredes tienen oídos, todo se sabe). El calor asfixiante reinante en la sala hace que me sienta un poco como un amante de segunda cama. A pesar de que los textos son curiosos –en la acepción límpios, aseados- no dejan de ser anécdotas más o menos elaboradas sacadas de una novela más grande y me impiden calibrar a su autor como escritor. Lamento decir que no he leído nada de él.
Tras la lectura bilíngüe de dos textos, llega el turno del coloquio. A pesar de que el escritor español ya ha explicado que su novela se desarrolla en los años cincuenta, la escritora austríaca (Sabine algo, se llama) le pregunta sobre los antecedentes de la guerra civil que se pueden observar en la acción (alucino: tía, ya que cobras, prepárate el tema, entérate por lo menos de las fechas en que fue la guerra civil). La mujer, elegantísima, chaqueta blanca, gafas de pasta negra, pinta de madurita interesante e interesada, escucha con seriedad las explicaciones de nuestro escritor que, a pesar de que ha estado comiendo con ella (qué menos) no ha tenido ningún tipo de impulso de preparar un poco la conversación guiada que van a mantener. La segunda pregunta versa sobre otro tema más o menos banal (creo recordar que el erotismo infantil) y, ya muy pasada una hora razonable, se da paso a un público algo aplatanao. Pregunta una mujer sudamericana por la afición del protagonista del acto a los cuentos infantiles y él se explaya sobre el concepto del candor necesario para elaborar cualquier ficción que, en su opinión, se parece bastante al doblepensar que exhibían los miembros del partido de Orwell en 1984. Luego, un hombre que no ha cesado de tomar notas (el que, en todos los coloquios presume de haberlo visto todo, leído todo, escuchado todo) le pregunta sobre la moraleja de las historias contadas por nuestro autor. Este se explaya en el papel creativo del lector (nada nuevo bajo el sol). Por último, casi se ruega a alguien más del público que intervenga. Nadie lo hace. Son las nueve de la noche.
Un empleado del Cervantes se despide de mí:
-Hala Paco, a casa. Vamos a ver si hacemos algo por el cuerpo que el espíritu ya lo hemos alimentado.
Amén.
Tras la lectura bilíngüe de dos textos, llega el turno del coloquio. A pesar de que el escritor español ya ha explicado que su novela se desarrolla en los años cincuenta, la escritora austríaca (Sabine algo, se llama) le pregunta sobre los antecedentes de la guerra civil que se pueden observar en la acción (alucino: tía, ya que cobras, prepárate el tema, entérate por lo menos de las fechas en que fue la guerra civil). La mujer, elegantísima, chaqueta blanca, gafas de pasta negra, pinta de madurita interesante e interesada, escucha con seriedad las explicaciones de nuestro escritor que, a pesar de que ha estado comiendo con ella (qué menos) no ha tenido ningún tipo de impulso de preparar un poco la conversación guiada que van a mantener. La segunda pregunta versa sobre otro tema más o menos banal (creo recordar que el erotismo infantil) y, ya muy pasada una hora razonable, se da paso a un público algo aplatanao. Pregunta una mujer sudamericana por la afición del protagonista del acto a los cuentos infantiles y él se explaya sobre el concepto del candor necesario para elaborar cualquier ficción que, en su opinión, se parece bastante al doblepensar que exhibían los miembros del partido de Orwell en 1984. Luego, un hombre que no ha cesado de tomar notas (el que, en todos los coloquios presume de haberlo visto todo, leído todo, escuchado todo) le pregunta sobre la moraleja de las historias contadas por nuestro autor. Este se explaya en el papel creativo del lector (nada nuevo bajo el sol). Por último, casi se ruega a alguien más del público que intervenga. Nadie lo hace. Son las nueve de la noche.
Un empleado del Cervantes se despide de mí:
-Hala Paco, a casa. Vamos a ver si hacemos algo por el cuerpo que el espíritu ya lo hemos alimentado.
Amén.
4 comentarios:
Nunca he tenido la oportunidad de asistir a una conferencia de los muchos autores a los que admiro. La última vez fue cuando todavía llevaba uniforme y la conferencia formaba parte de los actos de la festividad por excelencia de mi tierra que el colegio organizaba para conmemorarla (invitando siempre a un autor cuyo libro habíamos leído previamente y al que hacíamos preguntas). Qué tiempos aquellos que, en parte me gustaría que volvieran pero, por motivos que ya sabes, me alegro de que estén presos en el pasado; lugar al que pertenecen y del que espero no puedan volver.
Por otra parte… hoy estoy perpleja. ¿Por qué? Por esos amigos nuestros que, según tú, merecerían ser condenados a la “pena Paquiana polvera Max Factor”. Me gustaría saber qué les lleva a cometer semejantes aberraciones con todos en general y con tu vecino en particular. ¿Qué obsesión enfermiza tienen con el look “desmayo inminente”? ¿A qué trastornado patrón de conducta responde el abuso del color blanco nuclear? En cuanto a las poses: ¿Por qué se empeñan en la pose ‘mi primera comunión’ cuando el chico ya ha manifestado muchas veces que es ateo? ¿La postura “iniciación al contorsionismo” era para joderle las cervicales o tenía algún propósito artístico?
Que sí; que seguro que son bellísimas personas y grandes profesionales (por algo están ahí, digo yo). Que nadie es perfecto y que hasta el más sabio comete errores. Que yo soy la primera en meter la pata día sí, día también. Pero hombre… esto ya me parece cachondeo. Está visto que quien tiene boca, se equivoca. Pero quien tiene brochas en su poder, también.
Magnífico texto, que he leído con sumo agrado. Retratas muy bien esa serie de actos de prestigio, huecos y de poca utilidad, con que nos "regalan" estas instituciones. Sólo ha faltado que nos digas quién es el pecador, que para eso es un personaje público en un acto público.
Te debía un comentario en tu pulcro blog, en el que se respira la elegancia de esas calles vienesas que no recorro desde hace unos años. La última vez, hace tres años, bajé hasta Bratislava por el Danubio, de la mano de mi admirado Magris, y me salté Viena. Mi imagen de ella está mediatizada por las contradictorias visiones de Stefan Zweig y Thomas Bernhard.
Envidia me das desde la meseta castellana.
Un saludo cordial
Hola!
Muchas gracias por vuestros comentarios.
A ver: en cuanto a lo de la primera comunión, lo da el ambiente, me temo. Aquí el undécimo mandamiento es no molestar y, por tanto,los looks agresivos están prohibidos. De todas maneras, también te digo que el look desmayo inminente (qué acertada comparación) está muy incardinado en la industria audiovisual austríaca. Lo mismo que en nuestra industria audiovisual, la morenez. El año pasado pusieron en un canal alemán que veo "Un paso adelante" y lo flipé bastante con la pinta de ciudadanos del magreb que tenían todos los actores. O sea, mucho rayo UVA.
En cuanto al comentario de Angel, muchas gracias por tus elogios :-) tu blog tampoco está nada, pero que nada mal. Yo no he estado aún en Bratislava (un día por otro...) pero tengo muchas ganas de ir hacia el este. Uno de mis viajes deseados (y no realizados por falta de euros) es seguir el Danubio hasta el delta. Me aseguran unos amigos que han estado que el delta del Danubio es una de esas cosas que hay que ver en esta vida, y que es un territorio aún virgen de turistas.
El autor...Bueno, después de ponerle a escurrir me da cosa decir su nombre. Además, a lo mejor tenía mal día...De todas maneras, soy de la opinión que, si uno hace determinadas cosas, debe intentar hacerlas lo mejor posible. Del teatro me viene el respeto por el tiempo que el público pierde yendo a verte. No importa el número de personas que lo haga. Un espectador ya es público. Y se merece sólo lo mejor.
Un abrazo fuerte, y hasta la próxima (que sea muy pronto).
Pero no nos dejes con la intriga, ¿quien era el escritorzucho? La verdad es que por el argumento del libro no caigo.
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