9 de Mayo.- Dejo hoy unas cuantas imágenes de una pequeña excursión que hice ayer a algún lugar entre Viena y Kloster Neuburg, y de la que, por cierto, volví ensopado debido a las inclemencias del tiempo. Fue la inauguración de mi temporada Heuriger de este año.
¿Y qué es un heuriger? Se preguntarán mis lectores españoles. Pues muy sencillo: Heuriger es una tabernilla (bueno, las hay grandes también) generalmente familiar y vinculada a una explotación vinícola (aunque no necesariamente) en la que se vende vino del año y se dan comidas sencillas. Para darlas más complicadas, necesitan un permiso especial. Generalmente, tienen un jardín con bancos corridos en los que uno se puede sentar a libar generosamente y a comerse unas viandas que son la pesadilla de cualquier nutricionista preocupado por el colesterol o, simplemente de cualquier persona mínimamente preocupada por la línea. Por ejemplo, yo ayer me comí un roastbeef con salsa tártara que me supo a gloria, pero que sé que a mi amigo H. , doctor, le hubiera hecho hacer algún comentario a propósito de la vinculación científica entre el consumo de carnes rojas y la aparición de ciertos cánceres del aparato digestivo. Pero claro, de algo hay que morirse. Dejando estos terrenos lúgubres, decir que los Heuriger (lectores austríacos que me honráis con vuestra presencia, ¿Las Heuriger, los Heuriger?) tienen también un espacio interior que, generalmente, se parece al bareto en el que el abuelo de Heidi se iba de cacharritos con los colegas. O sea, sus sillas con el respaldo recortado en forma de corazón, sus mesas de madera oscura, esa luz que recuerda tanto y tanto a los refugios para esquiadores de Baqueira Beret. Dada la vinculación vinícola de estos establecimientos, la bebida fundamental que se ofrece en ellos es el zumo fermentado de la uva. Puro (en cuyo caso se pide un achtel o cuartillo) o bien mezclado con agua mineral con gas: o sea, un spritzer. El spritzer es una especie de champán para pobres, porque es sabroso, refrescante y se sube a la cabeza debido a las burbujas. Lenguas más viperinas asocian su existencia a la manía austríaca del ahorro (el vino aguado dura más y da más beneficio al tabernero). Otras hipótesis malévolas dicen que el vino (blanco) que producen estas tierras es tan malo que, o lo rebajan con agua, o no hay un dios que se lo trague. A mí, el spritzer me gusta y, en cuanto al vino de la tierra, ya me he acostumbrado. Para ilustrar este post, ahí dejo unas fotos que hice ayer camino del heuriger perdido en el monte. A disfrutar.
¿Y qué es un heuriger? Se preguntarán mis lectores españoles. Pues muy sencillo: Heuriger es una tabernilla (bueno, las hay grandes también) generalmente familiar y vinculada a una explotación vinícola (aunque no necesariamente) en la que se vende vino del año y se dan comidas sencillas. Para darlas más complicadas, necesitan un permiso especial. Generalmente, tienen un jardín con bancos corridos en los que uno se puede sentar a libar generosamente y a comerse unas viandas que son la pesadilla de cualquier nutricionista preocupado por el colesterol o, simplemente de cualquier persona mínimamente preocupada por la línea. Por ejemplo, yo ayer me comí un roastbeef con salsa tártara que me supo a gloria, pero que sé que a mi amigo H. , doctor, le hubiera hecho hacer algún comentario a propósito de la vinculación científica entre el consumo de carnes rojas y la aparición de ciertos cánceres del aparato digestivo. Pero claro, de algo hay que morirse. Dejando estos terrenos lúgubres, decir que los Heuriger (lectores austríacos que me honráis con vuestra presencia, ¿Las Heuriger, los Heuriger?) tienen también un espacio interior que, generalmente, se parece al bareto en el que el abuelo de Heidi se iba de cacharritos con los colegas. O sea, sus sillas con el respaldo recortado en forma de corazón, sus mesas de madera oscura, esa luz que recuerda tanto y tanto a los refugios para esquiadores de Baqueira Beret. Dada la vinculación vinícola de estos establecimientos, la bebida fundamental que se ofrece en ellos es el zumo fermentado de la uva. Puro (en cuyo caso se pide un achtel o cuartillo) o bien mezclado con agua mineral con gas: o sea, un spritzer. El spritzer es una especie de champán para pobres, porque es sabroso, refrescante y se sube a la cabeza debido a las burbujas. Lenguas más viperinas asocian su existencia a la manía austríaca del ahorro (el vino aguado dura más y da más beneficio al tabernero). Otras hipótesis malévolas dicen que el vino (blanco) que producen estas tierras es tan malo que, o lo rebajan con agua, o no hay un dios que se lo trague. A mí, el spritzer me gusta y, en cuanto al vino de la tierra, ya me he acostumbrado. Para ilustrar este post, ahí dejo unas fotos que hice ayer camino del heuriger perdido en el monte. A disfrutar.
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